Antes del estreno de Más respeto que soy tu madre 2 en El Nacional, las localidades –que van de $ 200 a $ 400– se vendieron con velocidad inusitada en estos tiempos. Con la primera parte llegaron a sumar un millón de espectadores y de ahí el riesgo que asumió Antonio Gasalla en seguir con la historia de Mirta González de Bertotti, nacida en el blog de Hernán Casciari. El genial actor se ocupó de todo. Desde la estética que imprimió a cada personaje –Claudia Lapacó, Enrique Liporace, Alberto Martín, Nazareno Móttola, Esteban Pérez y Noelia Marzol, la debutante– hasta la idea del vestuario. Es de los pocos que aún conservan las ganas, a sus 74 años, de mantener lo artesanal, ya en desuso, del trabajo teatral. El mismo hizo la barba que luce Liporace en el pasaje navideño. Le dio a la obra –que adaptó, dirigió, hizo la puesta de luces y protagoniza– un lenguaje corporal posmoderno, usando incluso una moto arriba del escenario, y a vez el mismo biombo que en la anterior, corriéndose de la escena. Inventó en el escenario el “mundo Gasalla” logrando que el público crea lo increíble. Usa los gags obvios, el humor popular, al nombrar a Susana, Mirtha, Vicky Xipolitakis en la maravillosa escena en que se sube a unas plataformas kilométricas, sumando lo más lúcido del teatro contemporáneo. Detrás de la risa se esconde la realidad. Usa también el recurso del psicoanalista, en un pasaje extraordinario junto a su “hijo” Nazareno Móttola.
La escenografía de Alberto Negrín, imponente, le da el marco a esta familia disfuncional en la que se desenvuelve este cuento que sin Gasalla llevando la batuta, haciéndolo crecer minuto a minuto, no se podría sostener. Si Tato Bores se presentaba como “actor cómico de la nación”, Antonio Gasalla es la última reliquia de un teatro nacido en el café concert –donde tenían que hacer todo–, que eligió el camino de la libertad creativa en sus más de cincuenta años de carrera.