Las persas se pintaron la cara con los colores de su selección y alentaron en el Mineirao sin el código del Hiyab.
Florencia Etcheves
El 4 de junio de este año –por un rato– un país cambió una de sus leyes. No era para menos. La selección nacional de fútbol viajaba a Brasil a competir por la Copa del Mundo. La despedida fue en el complejo deportivo Azadi. Sucedió en Teherán, la capital de Irán.
Cientos de mujeres vestidas con el código del Hiyab –la mayor parte del cuerpo cubierto de negro– pudieron gritar, bailar, cantar y pintarse la cara con los colores de la bandera iraní. Se había suspendido la normativa que prohíbe a las mujeres entrar a un estadio de fútbol y compartir festejos con los hombres.
Las imágenes recorrieron el mundo, se las veía felices. Celebraban mucho más que un deporte, celebraban un derecho. Simple, chiquito; pero un derecho al fin.
En 2006, la película Offside –del realizador Jafar Panahi– contó la historia de una chica que decide rebelarse ante una cultura intolerante, fanática e intransigente, y se cuela en un estadio de futbol iraní para ver jugar a su equipo. Para conseguirlo se tuvo que disfrazar de hombre, poniendo en riesgo su vida.
Panahi eligió desafiar el régimen de Mahmoud Ahmadinejad usando el fútbol como vehículo. Esa película maravillosa fue tal vez el puntapié para un pedido que llegó cinco años más tarde. El presidente de la FIFA, Joseph Blatter, en el marco del Congreso Internacional de Ciencia y Fútbol de Teherán, manifestó ante el parlamento iraní su voluntad de que las mujeres puedan ir a los estadios iraníes a disfrutar del fútbol. Tal vez la respuesta llegó en ese ratito en el que ellas pudieron embanderarse detrás de su selección.
En el estadio Minerao de Belo Horizonte las tribunas cuentan otra historia totalmente distinta. Mujeres argentinas con remeras, musculosas, polleras cortas y hasta con shorts disfrutan sin problemas la pasión del fútbol. Esas mujeres no serán vistas en Irán. Los partidos se transmiten en diferido. Las autoridades no quieren que imágenes “indecorosas” lleguen a su país.
Las argentinas en las gradas o frente a los televisores vamos a alentar, por supuesto. Pero para las iraníes el Mundial se jugó el 4 de junio, cuando pudieron entrar a un estadio de fútbol y reír a carcajadas, cuando por unas horas abrazaron la igualdad.
Fue el primer paso. Fue el primer gol. Ellas ganaron.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.