La pregunta equivocada

Este año se instaló una pregunta casi desesperada en el entorno de la ficción televisiva, incluyendo a autores, programadores, productores, elenco, periodistas: ¿por qué las mediciones de rating son más bajas que antes? ¿Adónde se fueron los espectadores? Al mismo tiempo llega un mensaje distinto, a través de conocidos, de amigos de amigos, de gent

Este año se instaló una pregunta casi desesperada en el entorno de la ficción televisiva, incluyendo a autores, programadores, productores, elenco, periodistas: ¿por qué las mediciones de rating son más bajas que antes? ¿Adónde se fueron los espectadores? Al mismo tiempo llega un mensaje distinto, a través de conocidos, de amigos de amigos, de gente que comenta el programa, o de comentarios y presencia en las redes sociales. Entonces, el público… ¿está o no? La premisa de que los espectadores nos abandonaron deriva en una peligrosa afirmación: a los argentinos ya no nos gusta la ficción argentina. Tal vez haya una explicación, pero no donde la estamos buscando. Dejemos a un costado el fenómeno de rating de Avenida Brasil, porque es la excepción –no sucedió lo mismo con otros productos extranjeros–. Obviamente, merece un análisis aparte la propuesta de nuestra televisión en términos de variedad de inversión, contenidos, temáticas, géneros, formatos de ficción. Sin embargo, es posible que la respuesta al cambio en los números del rating no la encontremos allí. Es cada vez más claro que gran parte de nuestro público cambió rápida y radicalmente su manera de ver televisión. Y la forma en que se mide el rating no acompañó ese cambio. Hoy el rating que publica Ibope sólo nos dice cuánta gente se sienta frente al televisor –y no frente a otra plataforma– a ver el programa, en el horario en el que el canal lo pone al aire.
El rating que todos conocemos –cada vez más difundido– mide una parte cada vez más pequeña de auténticos espectadores. Hoy no incluye al público que mira el programa en otro horario y en otras plataformas: aplicaciones para tabletas y teléfonos, aplicaciones para Smart TV o la propia página web del canal. Hoy los fans pueden instalarse el sábado frente a su televisor y armar su propia “maratón” semanal de su tira favorita. A ellos, el rating no los cuenta. Los anunciantes sí tienen en cuenta esta realidad. A la hora de pautar en un programa, también se evalúan los seguidores, las tendencias y la presencia en las redes sociales más populares. Pero igual seguimos mirando la planilla de Ibope sin entender. Y se propaga una suerte de pánico por haber “perdido” a nuestros espectadores cuando, en realidad, no se fueron a ningún lado. Siguen en su casa, fieles a la ficción local en mayor o menor medida –aquí empieza a jugar el gusto–. Sólo que ahora eligen cuándo, cómo y dónde quieren ver su programa favorito. Tal como lo hacen con la oferta internacional de ficción, a través de las señales de cable y las plataformas de “streaming”. Tal vez sea un buen momento para cambiar la pregunta por una más acertada: ¿cómo generar una medición acorde a las nuevas maneras de consumir contenidos televisivos, y que además no sea la única que exista? Es el desafío que se viene para todas las partes que articulamos el medio televisivo. Desde la gestión de nuestras asociaciones profesionales –en el caso de los autores, la Asociación Migré– empieza a gestarse este debate junto con la necesidad de encontrar alternativas consensuadas con productores, actores y directores para que las herramientas que maneja nuestra industria beneficien a nuestra industria. Si las costumbres cambian y la medición del rating no cambia, seguiremos corriendo desesperados buscando una respuesta a la pregunta equivocada.

*Autora de televisión.