Soy adicto a Vinyl. La veo y la devoro con la misma fruición con que Richie Finestra aspira cocaína, y lo hace con inédita frecuencia. Estoy completamente fascinado con este viaje en el tiempo que propone Scorsese, y que tiene la nerviosa intensidad visual de alguien que conoce ese pulso porque también tuvo su momento de adicción. Vinyl es un entr
Soy adicto a Vinyl. La veo y la devoro con la misma fruición con que Richie Finestra aspira cocaína, y lo hace con inédita frecuencia. Estoy completamente fascinado con este viaje en el tiempo que propone Scorsese, y que tiene la nerviosa intensidad visual de alguien que conoce ese pulso porque también tuvo su momento de adicción. Vinyl es un entretenido regodeo en la mugre y la belleza de la industria de la música. Que será industria pero fue musical.
Conozco esta industria desde hace 25 años, al derecho y al revés, trabajando por ella y para ella. Y puedo asegurar que todos los personajes de la serie tienen su correlato histórico y también actual, a pesar de que del mundo desbocadamente salvaje de los tiempos del vinilo queda poco frente a la asepsia empresarial del mundo digital.
Las compañías discográficas eran así, fastuosas, desbordadas, viviendo excesos sobre una montaña de guita. Que no siempre llegaba al artista, sobre todo en la escena del rock local, donde demasiado delirio tenía inescrupulosos oportunistas, gente que aprovechaba los momentos tóxicos para sacar su tajada. Pero seamos equitativos: aquellos que tuvieron sus momentos de lucidez como para entender de qué iba este negocio también ganaron muchísimo y disfrutaron de fama y fortuna.
Les aseguro que acá uno podía toparse en un pasillo de las grandes –sí, grandes– empresas discográficas con personajes como Richie Finestra y sus patéticos socios. Iban por la vida llevándose puesto todo lo que se les cruzaba, recargados de soberbia y sensibilidad artística, equivocándose fiero pero también metiendo plenos que arrasaban, tan solidarios como rapaces, tan cínicos como vulnerables. Y como en los setenta que Vinyl retrata, el exceso de dinero acompañó una época de fiesta interminable. De los viajes lujosos acompañando a las estrellas del momento, conociendo maravillosas ciudades, giras a puro rockanroll, Jack Daniels, sorprendentes compañías e ingredientes… Recuerdo las reuniones breves y los almuerzos interminables regados con Barón B…, un martes cualquiera.
Vinyl atrapa porque, como todos los momentos históricos fundacionales, apasiona con la mística de lo que empieza, de la fiebre creadora del arte que surge incontenible y lo abrasa todo a su alrededor. Aunque varios de los personajes reales de la época sean recreados como macchiettas, esos personajes son Led Zeppelin, los New York Dolls, Andy Warhol, John Lennon y ¡¡¡Elvis!!!
Por eso Vinyl viene a recordarnos que en esa época esta industria fue arte y que esta historia delirante como un subidón químico tiene una música, omnipresente, atrapante y maravillosa que creíamos que no volveríamos a escuchar.
Por eso me gusta Vinyl. No soy precisamente alguien imparcial: como parte de la industria musical, disfruto de cada situación como tantos periodistas disfrutaron de Primera Plana, con la mirada interna del profesional que nunca tendrá el espectador común. Es que la serie no plantea un conflicto en el contexto del ambiente musical, el conflicto es la música. Más allá de exageraciones o débiles recreaciones de personajes que fueron muy fuertes, Vinyl muestra una época en que el sexo, el rockanroll y las drogas marcaron el pulso de una generación. Una mención aparte para los actores. Brillante, cínico, vulnerable, inmoral y drogón, el personaje de Bobby Cannavale es irresistible, con todos los clichés que arrastra el ambiente musical en una ciudad como la Nueva York de los 70. No se queda atrás Olivia Wilde, una diosa de sexualidad desbordante que encarna la dualidad entre el cielo de una apasible vida familiar y el infierno de las tentaciones del rockanroll.
Me gusta Scorsese, me gusta Jagger, me gusta Vinyl. Todo cambia, no veo Vinyl ni en su día ni en su horario habitual. Hay un dealer en la compañía que los lunes viene con un pequeño pero poderoso pendrive, y reparte capítulos “on demand”… Un dealer virtual, signo de los tiempos que corren. Y ya confirmaron en HBO una segunda temporada.
Desde la explosión global de la música pop en los sesenta, la música y la televisión intentaron muchas veces un maridaje que pocas veces fue alcanzado. Una de las excepciones es la de las series específicamente musicales, como Fame en los 80 y Glee en los 2010. Desde los tempranos dibujos animados de The Beatles y la serie The Monkees, la música se coló en la televisión, y hubo muchas series que trataron de mostrar la vida de un artista o los entretelones del negocio musical.
La distancia entre una serie tan naïve como la de los Monkees y Vinyl, con su explícito diluvio de sexo, rockanroll y drogas, es tan grande como las décadas transcurridas. Bizarro proyecto musical conocido como “la respuesta beat estadounidense a la invasión británica”, The Monkees intentó capitalizar la fiebre desatada por el Swinging London en los 60, protagonizada por grupos como los Beatles, los Stones y los Kinks. La primera temporada destacaba la vida de la banda y sus avatares artísticos, pero más adelante los capítulos se fueron transformando en gags delirantes, adornados por alguna que otra canción de los Monkees.
Cinco décadas más tarde, Nashville mostró con bastante crudeza la música country como un ambiente plagado de traiciones, mentiras, envidias y sórdidos romances. En materia de suciedad bajo la alfombra, también Empire tiene una visión cínica e interesante. Además de los densos conflictos familiares que ponen en riesgo este imperio de la música, la serie tiene el atractivo de contar con la participación de artistas como Courtney Love (viuda de Cobain), el rapero Snoop Dogg, Pitbull y la ascendente estrella británica Rita Ora, entre otros.
*Periodista especilizado en música y jefe de prensa y promoción de Warner