La enorme frase que pasó inadvertida en el medio de la locura mundialista.
La sentencia pasó inadvertida porque los medios estaban ocupados en otro tema, más convocante: el Mundial. Sucedió la noche anterior al triunfo de Argentina sobre Nigeria, cuando Humberto Grondona tomó carrera y se mandó: “La Masía es un cuento”, le dijo a Mariano Closs por radio. Nadie podrá negar que el hombre es un transgresor: semejante afirmación choca de frente contra libros y libros de fútbol que dan cuenta de un estilo y un método únicos. La Masía, fábrica de cracks del Barcelona, cincela talentos desde hace 35 años, pero fue en 2011 que recibió su distinción más importante: los tres candidatos a mejor futbolista del año anterior, Messi, Iniesta y Xavi, se habían moldeado allí. Que aquel premio lo ganara el argentino terminó siendo un detalle.
Todos estos datos, por si hicieran falta, sirven para calibrar mejor la brutalidad salida de la boca de Grondona hijo; una burrada que no sería tan grave si no fuera porque el hombre detenta el cargo de entrenador de las selecciones argentinas sub 20 y sub 17, un lugar que en su tiempo fue ocupado por José Pekerman y Hugo Tocalli, por ejemplo. Así de grave es el asunto: el subcampeonato del mundo alcanzado por la Selección es un logro tan grande que barre la basura debajo de la alfombra, deja fuera de debate el estado calamitoso de las estructuras del fútbol argentino; borronea la incertidumbre que representa el futuro de las selecciones.
El rol del doctor. En 2008, y a la par del nombramiento de Diego Maradona como técnico de la Mayor, la AFA decidió crear el cargo de director nacional de selecciones; un eufemismo que sirvió para colocar a Carlos Bilardo dentro del staff y, de paso, un reaseguro por si Maradona decidía irse antes del Mundial de Sudáfrica.
Ni entonces ni ahora estuvo claro cuál era la función de Bilardo, a pesar de lo pomposo que resulta su cartel. Después de la salida de Maradona y antes de la designación de Sergio Batista en su lugar, el propio Bilardo intentó aclarar su tarea. Lo hizo por la negativa, al describir qué tipo de errores podrían achacársele a él, si se cometieran: “Elegir mal un hotel, un viaje, que salga mal una citación, no saber dónde andan los jugadores”, le dijo a La Nación en 2010. Una tarea administrativa que bien podría desempeñar cualquier empleado de la AFA.
Más que para bucear en el Google Maps, puede suponerse que el lugar de Bilardo corresponde a quien debe fijar la línea estilística de todas las selecciones, desde la que acaba de volver de Brasil hasta la sub 15 que dirige su amigo Miguel Angel Lemme; se supone que Bilardo debe idear un método de trabajo, aceitar el sistema de captación de talentos en todo el país, crear un modelo de juego que se replique de arriba hacia abajo, para que la adaptación de los chicos a medida que van subiendo sea más sencilla. Se estima que Bilardo debe concentrar en su figura lo que hace 20 años empezaron a desarrollar José Pekerman y Hugo Tocalli, lo mejor que le pasó a la AFA en décadas y décadas. Pero no.
Bilardo no es muy escuchado por el técnico de los grandes (Maradona, Batista y Sabella no se diferenciaron en eso) aunque sí por Humberto Grondona, que fue quien en 2008 convenció a su padre de llamar al doctor.
El futuro llegó. Ahora que la medalla ganada el domingo parece exculpar a todos, no hay que perder de vista lo que vendrá. Mientras todavía brillan los alumnos de la generación Pekerman-Tocalli (de los 23 citados a Brasil 2014, ocho fueron campeones mundiales sub 20 con esos técnicos en el banco), lo que sigue no alumbra ni por asomo. De hecho, la última sub 20 no se clasificó al mundial del año pasado.
El problema es de fondo y también de forma. Javier Mascherano, que pasó por todas las selecciones juveniles, contó hace un par de meses en una entrevista con Víctor Hugo Morales en DeporTV: “Siempre me acuerdo lo que nos decía Salorio, el profe que trabajaba con José (Pekerman): ‘Jugador de la Selección hay que ser y parecer’”. Ese respeto irrestricto por un modelo de conducta no le importa demasiado a Grondona hijo, que el año pasado vio desde el banco cómo sus jugadores de la sub 17 protagonizaban una pelea con los chicos de Uruguay, durante un partido del Sudamericano de San Luis. Al otro día, el entrenador declaró: “Dejame ir al mundial y que el premio al juego limpio se lo den a Ecuador”.
Así las cosas, el mentado proyecto de la Selección seguirá siendo una palabra vacía. Que dependerá, una vez más, del apellido del entrenador, sea Sabella o el que le siga, lo mismo da. Mejor sería reparar en la reflexión de Oliver Bierhoff, el par de Bilardo en la selección campeona del mundo: “Es un gran éxito para el fútbol de Alemania. Es el éxito del entrenador de juveniles de Philipp Lahm, del descubridor de Thomas Müller, de todos los centros de poder de la Bundesliga. Todos tienen una participación. Se trata de un éxito que no ha llegado de la mañana a la noche, sino con el paso de los años”.