El director estrenó su film, provocador, tal su estilo, porque –asegura– necesitó vomitar las sensaciones. Critica el costumbrismo.
Estrenó su octavo largometraje, Príncipe azul, y sin embargo, Jorge Polaco confiesa que las críticas le hacen muy mal, y asegura que, aun después de veinte años, la sociedad no está preparada para entender Kindergarten como una película bella.
Adaptó la obra de teatro homónima de Eugenio Griffero, con Ariel Bonomi y Harry Havilio como protagonistas; Príncipe azul muestra lo más íntimo de dos hombres de 60 años que se amaron en su juventud y, separados por los prejuicios del medio y sus familias, sueñan en el final de sus vidas con el reencuentro que alguna vez se prometieron.
—¿Por qué elegiste “Príncipe azul” para adaptarla al cine?
—Porque es una verdadera historia de amor, de soledad, excitación y de muerte. Este film es salvador y purificador. Es una feroz alegoría del matricidio y el femicidio. Paradójicamente, un film sexual sin erotismo.
—Tus películas tratan de las dolencias y las profundidades que vive el ser humano. ¿Por qué la necesidad de expresarte desde ese lugar?
—Porque nosotros nos sentimos más y más muertos, porque este costumbrismo está en las calles, a la vuelta de la esquina. Yo necesito vomitar las sensaciones y vivencias que atravesamos para que nada quede atragantado. En una de mis primeras proyecciones, Diapasón, se armó un debate con una señora que se manifestó de esta manera: “Es el film que más odié en mi vida, lo veo por cuarta vez y le digo que usted no tiene derecho a mostrar nuestras cosas”. Le contesté con honestidad: “¿Para qué lo ve?”. Al final se confesó: “Porque ayudó a mi yerno a alejarse de sus fantasmas”.
—¿Cómo sentiste que tu arte, de la mano de “Kindergarten”, haya sido sometido a censura previa?
—La duda es tan plausible, tan frágil, que cualquiera puede ser censor o materia de censura. A principios del siglo XX, se perseguía a Freud por hablar de sexualidad infantil. Hoy, y también en el año 89, en un triste lugar del mundo se prohíbe una película y se procesa a sus responsables por hacer un film, que entre otras cosas, permite ver cómo vive un niño en la normalidad-anormalidad del hogar.
—Te condenaron por abuso deshonesto y te sobreseyeron a los siete años. ¿Qué sabor te dejó la Justicia?
—Un sabor pudridor, amargo, desesperado, de no saber qué hacer. Baudelaire tenía una amiga prostituta que al invitarla a su casa se horrorizó frente a los impactantes desnudos de los cuadros colgados en las paredes.
—¿Hoy creés en la Justicia?
—Creo o descreo porque en ella se originan movimientos políticos.
—¿Si estrenaras “Kindergarten” hoy en día, sucedería lo mismo? ¿Ves algún cambio entre la sociedad del ’89 y la actual?
—Kindergarten origina movimientos de amor y de odio en el espectador. Creo que dentro de muchísimos años se “institucionalizará” la película como bella, y ya nadie va a dudar de ello. Pero para esto falta mucho tiempo.
—¿Cómo ves el cine argentino?
—Me gusta, en comparación con años atrás.
—¿Qué fue lo último que viste?
—Hermanos, de Graciela Borges y Antonio Gasalla. Pero prácticamente no voy al cine.
—¿Cómo te llevás con las críticas?
—Mal, aunque a veces muy, muy mal.