Protagoniza Wakolda en cine y El placard en teatro. Critica a quienes realizaron diagnósticos mediáticos acerca de la Presidenta, y considera que Lanata incomodó al auditorio en los Martín Fierro.
Diego Peretti dejó hace rato de ser el Tarta (el papel en Poliladron que lo presentó ante la actuación, un año antes de abandonar su trabajo como médico psiquiatra) para devenir parte del escueto panteón de actores argentinos que son capaces de llevar público a las salas de cine (compuesto por el rey Darín, Peretti y, con suerte, el actor de moda). Está metido en su trabajo, a punto tal que dice no saber nada del conflicto que se desató los últimos días con Alfredo Casero (“es que filmo de día y hago teatro de noche”, justifica). Wakolda, su última película, la actual embajadora argentina en los Oscar y los
Goya, es según el actor “una película arriesgada, porque toca un tema casi nuevo para nosotros; de hecho, creo que no hay antecedente cinematográfico que toque el tema de los nazis en Argentina”. Wakolda, con 350 mil espectadores acumulados, y El Placard, versión local de la película del francés Francis Veber, hacen a la actualidad del actor, que sostiene hoy que “la profesión de actor me dio una seguridad que no tenía. Cuando encontrás la posibilidad de desarrollar algo vocacional y te va bien, demasiadas cosas en tu vida personal deberían estar mal para no estar contento. Eso me da plenitud. No el ‘ser actor’, sino crear una carrera en mi vocación”.
—¿Te daba miedo la recepción que podría llegar a tener “Wakolda” con la forma en que mostraba las cadenas civiles de ayuda a los nazis en Argentina?
—Un personaje tan emblemático del movimiento nazi como Mengele generaba una propuesta a cuidar por original. Me sorprendió la recepción, sobre todo considerando, a favor de la película, lo perturbadora que es respecto de la relación de Mengele con una chica de 12 años.
—Como argentinos, ¿preferimos enfrentar u olvidarnos de esos papeles?
—No sé, así en general es difícil. Nos gusta a muchos argentinos el arte, eso sí. Y cuando algo está bien hecho y toca una fibra que tiene ver con una memoria reactiva a ciertos olvidos que nos dimos el lujo de tener, más todavía. Que le habla a algo que tiene que ver culturalmente con nuestra formación y con nuestra idiosincrasia. Esta película anula la dicotomía de si nos gusta olvidar o recordar: lo que hay es algo que pega en un lugar al espectador, y lo que sí creo es que como país, como argentinos en general, nos gusta el buen cine. Tenemos buen paladar en ese sentido.
—¿Cómo fue visitar ese mundo donde los nazis se manejaban en Argentina?
—Me despertó mucho la curiosidad. Esto lo había sentido nombrar. De hecho, recuerdo que hace algunos años fui a Córdoba, a Villa General Belgrano, a ver un amigo, y fui a comprar algo en un kiosco. Había inscripciones nazis para vender, medallitas con esvásticas, como si fueran souvenirs turísticos. Después eso se descubrió, fue noticia en los medios y clausuraron el lugar. En la memoria también tengo que alguna vez se ha acusado a los gobiernos de haber aceptado la presencia de nazis en nuestro país.
—Lo cual era cierto.
—En Argentina, en Brasil, en Uruguay, en Estados Unidos. Porque algunos gobiernos quisieron rescatar la materia prima interesante, científica sobre todo, y después están los Mengele, que realmente, creo, no era un personaje que había sido aprobado para entrar. Andaba huyendo, clandestino. Es un caso bastante singular.
—En lo de Mirtha Legrand tuviste un cruce con Nelson Castro, apelando a tu saber clínico, por el diagnóstico sobre la Presidenta. ¿Por qué reaccionaste así?
—Me sentí bien, porque Nelson Castro es un caballero. No reaccioné, o al menos no lo recuerdo así, con una energía de más. Simplemente me tocó algo que tiene que ver con mi profesión anterior. Internamente por ahí surgió. Pero lo que está mal está mal, se hablaba de que la Presidenta está mal, loca (que no era lo que sostenía Castro, ¿eh?), se hablaba de lo que se decía que se decía. Entonces Mirtha lo pregunta, y yo, conociendo lo que es la instancia de la locura en la salud, reaccioné.
—¿Se diagnostica mucho en los medios?
—Ahí hablaban del síndrome de Hubris, las consecuencias que deja el poder en la psicología de las personas. En los periodistas, los deportistas, los actores. Después de treinta años de consecuencias dejan huellas de la profesión. Ahora, respecto de la cordura o no de un presidente, recuerdo que dije que me hacía reír.
—¿Te gusta que no esté Tinelli en la televisión?
—Nunca fui agresivo con Tinelli. Me parece que nunca hablaría de la salud de la TV en torno a Tinelli. Nunca le endilgaría a él lo saludable o no saludable de la TV. Es una caracterización bastante desafortunada. Yo entiendo el motivo, porque se lo considera sinónimo de una televisión de entretenimiento y nada más. Entonces se subestima el entretenimiento. Te puede gustar o no lo que hace, pero nunca berretea en la producción de un programa. Se nota que invierte, que quiere buena calidad, con contenidos que pueden gustar o no, pero que él ofrece con toda la calidad que tiene, y eso es no subestimar al espectador.
—¿Te enojaste con Lanata en los Martín Fierro?
—No, me pareció que cuando se puso a hablar de la grieta, hablaba de grieta produciendo la grieta. Acapara el discurso, con una gran tensión por lo que él va a decir. Viste cuando uno dice “¿Te psicopateó?”. Bueno, ahí produjo algo que no hizo sentir cómodo al auditorio, y yo lo sentí porque estaba ahí.
—¿Creés que existe?
—La grieta existe desde que llegaron los españoles, hubo una grieta entre los indios y los españoles que vinieron, y esa grieta, con diferentes cosas, sigue estando. No la inventa Lanata. Boludo, desde que nací hay una grieta. No sólo una. Pero hay una bien sísmica. Somos un país con sus huellas, con sus problemas.
—A Lanata le pasó que se metieron en su vida privada. Vos siempre pudiste evitar eso.
—Tuve suerte, porque ese mensaje se entendió. Porque no he salido casi nunca en revistas tipo Paparazzi. Pero es cierto que esas revistas te pueden provocar una gran fama. Hay actores descontentos porque Paparazzi no les da pelota. El ambiente es cruel a veces, sobre todo si vas con mucha vanidad. No puedo creer lo que veo a veces en la TV: tanta vanidad, tanta ostentosidad (sic), pero cambio de canal y se acabó. Para un actor profesional, el que tiene ganas de contar una historia, es fácil: si sos un garca, te tenés que dedicar a otra cosa.