Protagonizan Yiya, el musical, centrado en la vida de la tristemente célebre criminal de Monserrat. Creen que al público le interesan las historias policiales reales por la impunidad.
¿Quién no recuerda a Yiya Murano, la envenenadora de Monserrat? Si alguien no fue contemporáneo a los acontecimientos que ocurrieron en 1979, seguro que tiene presente el capítulo de Mujeres asesinas en el que Nacha Guevara la encarnó. Ahora, esta historia ubicada en esos mismos años llega al escenario del teatro El Nacional con un elenco encabezado por Karina K, Tomás Fonzi, Fabián Gianola y Patricio Contreras junto a Virginia Kaufmann, Tiki Lovera e Iride Mockert. La dirección es de Ricky Pashkus, el libro de Osvaldo Bazán y la música fue creada por Ale Sergi. El equipo creativo busca repetir el éxito que tuvieron con … Y un día Nico se fue.
—¿Cuántos personajes encarnaste basados en seres reales?
KARINA K: Rosita de La Plata en Pepino el 88, Judy Garland en El final del arco iris y a Florence Foster Jenkins en Souvenir. Ahora me toca Yiya, de quien no se sabe si vive o no aún. El último registro que se tiene de ella es de 2008, cuando Soledad Silveyra la entrevistó en un geriátrico. Me basé más en la que recién sale de la cárcel (1992), aunque la acción de esta ficción transcurre entre 1979 y principios de los 80. Estaré con peluca y anteojos, ya que buscamos reflejar esa época, la de la plata dulce, la bicicleta financiera y la dictadura.
—De tu protagonista, el hijo de Yiya Murano, se sabe poco… salvo el libro que escribió sobre su madre.
FONZI: Es cierto, tuvo un hijo, al que interpreto, y con quien tuvo una mala relación. Mi personaje es un testigo coherente de lo que pasa; el resto está enfrascado en el dinero, mientras él está afuera de esta locura.
K: También estará el marido, encarnado por Patricio Contreras, y su amante, que lo hace Fabián Gianola. Tenía una activa vida social. Se sabe que veía muchas revistas porteñas, hay registros de esto, eran tiempos de Porcel y Olmedo. Estos condimentos los rescata el autor (Bazán). Muchos colegas que estaban en la redacción le contaban estas anécdotas.
—¿Por qué creen que hay un espectáculo que la tiene como protagonista?
K: Hay una coincidencia entre los autores; el año pasado tuvimos dos historias sobre el clan Puccio, una en cine y otra en televisión. Existen muchos hechos que quedan impunes. Algo de la sociedad argentina busca reparar estos casos. Es una distorsión entre el bien y el mal.
F: No sé si es sólo en la Argentina, pero hay muchos asesinos que se transforman en íconos de la cultura. Es contradictorio, y eso tiene que ver con el cuento que vamos a contar. Están mencionados desde Ricardo Barreda y Robledo Puch hasta el Petiso Orejudo.
—¿El musical toma posición sobre el caso?
F: Habrá gente que se irá indignada y otra contenta. Son hechos que crean morbo y curiosidad. Genera un pensamiento de cómo se llega a estos casos. ¿Somos monstruos o personas capaces de hacer esto?
K: Es muy profunda la investigación que hizo Bazán de esta historia, ya que también tomó el libro del hijo de Yiya Murano. El público llegará casi seguro con un conocimiento previo del caso. Dicen que el veneno es el crimen que eligen las mujeres, como Lucrecia Borgia. Este tipo de muerte es más limpia, aunque lenta y no deja rastros. Cuando se exhumaron los cuerpos había pasado tiempo y se confundía el cianuro con otras sustancias, pero la descubrieron por el último crimen. Pasó sólo un mes entre la primera y la última víctima. El hilo es la codicia, Yiya era muy ambiciosa y eso enferma. La codicia es un veneno en el corazón de los seres humanos.
—¿Cómo ven al país?
K: Noto un panorama incierto. Ver papeles en la calle con la frase “basta de despidos” es doloroso. Sentir que no se apoya a la cultura me genera incertidumbre. Tengo una mirada positiva y espero un cambio inesperado. Creo que lo mejor es hacer. Por eso contamos la historia de una mujer equivocada y expondremos las consecuencias de los actos negativos. Busco que se reflexione, aunque sea en un nivel de la conciencia. El presente no es el que esperaba y se palpita un descontento generalizado.
F: Comparto lo que dice Karina. Creo que nada es casual. Ya sabemos que las dictaduras armadas no son viables como antes, y me parece que lo que estaba sucediendo en esta América molestaba.
Pantalla achicada
El año pasado ambos, Karina K y Tomás Fonzi, compartieron la grabación diaria de Esperanza mía. “Soy más colibrí con la pantalla –afirmará Karina–; el teatro es mi casa, y la televisión, un hotel. No me resisto si el personaje me gusta. También los directores nos ayudan mucho para componer. A mí me propusieron una monja mala (María) y le inventé un latiguillo, ‘paparruchada’, que después lo usaron desde Aníbal Fernández hasta las vedettes y se creó una canción en el musical”.
“Me gusta mucho trabajar en televisión –asegura Fonzi–, y disfruto el vértigo del día a día. Este ritmo pone en las manos del actor muchas decisiones; por lo general los autores te agradecen lo que les sumes. Es un momento bisagra, hay un cambio de paradigma, porque la gente decide ver sus programas por internet cuando quiere y puede. Ya no depende de los horarios”.
“Empezamos con mi hermana (Dolores) muy jóvenes. Mis inicios fueron a mis 16 años. Tuve varios maestros y estuve en el taller de Raúl Serrano. Creo que aprendí mucho escuchando y viendo a intérpretes de la talla de Alfredo Alcón. Hoy mi escuela es observar a Karina K y a Ricky Pashkus. Los actores necesitamos de la atención, no sólo la presencia del público”.
“Hay un fenómeno –subraya Karina K– que apareció en el año 2000 con el musical Chicago: se gestó una gran corriente de espectadores. Surgieron muchas escuelas del género, para niños, adolescentes y adultos, tanto en Buenos Aires como en las provincias”.