La gran bailarina italiana recuerda por qué dejó los escenarios a los 43 años y cuenta por qué ha vuelto ahora, a sus 50 años. Baila Chéri en Buenos Aires, con Norma Aleandro haciendo un monólogo.
N o hay subjetividad en esto: ella es superlativa. La bailarina italiana Alessandra Ferri es uno de los raros milagros del ballet: logra que el espectador vea un fulgor artístico sobre el escenario y olvide que allí hay una mujer terrenal haciendo pasos. Es el modelo, la aspiración de muchas étoiles del mundo en la actualidad. Tiene 50 años y sigue bailando, después de haberse retirado a los 43 y haber retornado al comprender que el arte no es para ella un trabajo sino su esencia.
Por intervención del productor Lino Patalano, Ferri viene a la Argentina nuevamente –en su trayectoria estuvo en diversas ocasiones, junto a Maximiliano Guerra y Julio Bocca, entre otros compañeros–. Será del 5 al 16 de noviembre en el Teatro Maipo, para bailar a dúo con Herman Cornejo, el premiado argentino consagrado al American Ballet de Nueva York. En Chéri danzan una historia de amor, basada en dos novelas de la escritora francesa Colette (1873-1958), Chéri y El fin de Chéri. La dirección es de la reconocida Martha Clarke; la pianista es Polly Ferman, y en la versión argentina de esta obra que ya giró por Estados Unidos y Europa, la actriz que va dando palabras a este relato en movimiento es Norma Aleandro. Sobre todo esto habla Ferri en esta entrevista para PERFIL.
—¿Qué te representa volver a bailar en Buenos Aires?
—Muchísimo. Estoy muy feliz porque para mí la Argentina, Buenos Aires en particular, ha sido siempre como una segunda casa, siempre me he sentido como en casa. Ha significado muchísimo en mi pasado, y por lo tanto estoy feliz de regresar y ver de nuevo a amigos y tantas personas que quiero…
—¿Qué motivó tu retiro en 2007?
—Cuando, hace ocho años, decidí dejar, fue porque en aquel momento yo sentía que ese capítulo de mi vida se había terminado y tenía necesidad de pasar tiempo con mis hijas (Matilde, de 17 años, y Emma, de 13), con mi familia. Sentía que lo que yo había dado a la danza había terminado. Recuerdo que después de bailar con Julio Bocca, en su último espectáculo en Nueva York, cuando lo miré en medio de los aplausos, esa noche algo se quebró en mi corazón y comprendí que tampoco yo podía continuar.
—¿Esto significaría que tu retiro se derivó del de Julio?
—Sí, absolutamente, porque para mí ha sido muy importante bailar con Julio. El ha sido un gran amor, un amor artístico. Pero su retiro no ha sido la única razón; no es que dejé porque Julio dejó. Pero sí, cuando Julio dejó, un año antes que yo, algo se quebró dentro de mí. Y dije: “Basta, este momento de mi vida ha terminado. No puedo continuar bailando sólo por bailar”. Debía encontrar otro verdadero motivo para hacerlo.
—¿Se han vuelto a ver o a hablar?
—Sí, lo he visto a Julio incluso este año, en enero, cuando vino a New York. También una vez lo vi en Montevideo. Cuando nos vemos, hablamos un poco de todo: somos amigos, hemos pasado unos veinte años juntos, bailando por todas partes. El nuestro es un intercambio de almas, de emociones, que, cuando se vive de verdad en el escenario, une a las personas. No es algo que suceda con todos los partenaires, pero con Julio ha sucedido.
—Contaste los motivos de tu retiro. ¿Y por qué regresaste a bailar?
—Fue cuando comprendí que la danza es parte de mí; no es un trabajo, sino parte de lo que soy. No era justo sacrificarme esa parte tan importante. Sin la danza es como si no respirase lo suficiente. Pero necesitaba algo especial para regresar. No quería volver a hacer de Julieta y los roles que siempre he hecho, sino que necesitaba una ocasión nueva.
—¿Cuál fue esa ocasión y qué sucedió en ese período con tu vida personal?
—Retorné con la obra The Piano Upstairs. Es la historia del fin de un peculiar matrimonio, diferente a la mía con Fabrizio (el fotógrafo Fabrizio Ferri, su marido entre 1996 y 2012, padre de sus hijas). Pero mientras creaba The Piano Upstairs, mi historia con Fabrizio se terminaba. He vivido en el escenario lo que he vivido en la vida. Ahora estoy bien, pero fueron tres años muy dolorosos.
—¿Qué te hace elegir vivir en Nueva York?
—En Italia tengo a toda mi familia, a mis amigos, viajo a Italia, pero he elegido permanecer en Nueva York [luego de integrar el American Ballet desde 1985 y retirarse en 2007] porque en Estados Unidos es posible trabajar a niveles altísimos artísticamente.
—¿Qué visión tenés del mundo del ballet hoy?
—Todas las compañías tienen, bien o mal, el mismo repertorio, son siempre los mismos artistas los que viajan. El panorama de la danza se ha homogeneizado. Muchos bailarines de Rusia vienen muy bien preparados, tal vez poco refinados. Las grandes compañías siguen siendo las mismas: el Royal Ballet [de Londres], la Opera de París, el American Ballet, el Mariinsky [de San Petersburgo], el Bolshoi [de Moscú].
—En este contexto homogeneizado, ¿qué es el arte para vos y qué puede ser para el espectador?
—Para mí, el arte es la vía para conocer mi ser profundo, o sea, mi alma. Para el espectador es lo mismo: es un portal donde puede encontrar el nivel del alma, y no de la realidad física cotidiana, un nivel que sobrepasa nuestro cuerpo físico.