Reestrena a fin de mes Sacco y Vanzetti en el Cervantes. Habla de la década kirchnerista, analiza los teatros oficiales, diferencia oficio de arte y reivindica al grupo Catalinas Sur.
Maestro de más de una generación de dramaturgos, Mauricio Kartun es sinónimo de teatro. La excusa de este reportaje fue la presentación del libro Teatro militante. Radicalización artística y política en los años 70, de Lorena Verzero: “No concebimos el teatro sino como un arte grupal, y mantenemos una fuerte preocupación político-social, que convierte nuestra herramienta estética en un instrumento de denuncia y transformación de la realidad”.
—¿Hoy en la Argentina existe este tipo de teatro “militante”?
—Creo que hay, pero la diferencia fundamental es que la militancia hoy no se circunscribe a los partidos políticos, como en nuestra época, los 70. En estos tiempos, no se sujetan a las necesidades estratégicas. Veo al grupo Catalinas Sur, que trabaja con vecinos, y siento que tiene ideología.
—¿Por qué se conoce más al grupo Octubre que al Centro de Cultura Nacional José Podestá o a Cumpa?
—Octubre (liderado por Norman Briski) producía arte con una estética. El Centro Podestá unía artistas movidos por un fervor común, era una nueva forma de manifestación de izquierda. Mi grupo Cumpa salió de La Podestá, presentamos Se vuelve el aluvión sin segunda vuelta, que fue una colaboración para apoyar la candidatura de Cámpora. Después llegó La fiesta de la victoria, una movilización para defender algo que ya se veía endeble. Había actores muy populares como Marilina Ross, que venía de interpretar La nena, o Juan Carlos Gené, Carlos Carella y Emilio Alfaro, todos hacían una televisión prestigiosa y popular. Creo que fue Carella quien trajo al jovencísimo Pablo Codevilla (se ve en la foto).
—¿Cómo ves a la actual agrupación La Cámpora?
—Creo que hay una recuperación de esa energía, no toma esa figura política de Héctor, sino el contexto que en esos pocos meses se produjo en la Argentina. Fue un cambio concentrado y de gran pirotecnia.
—¿Qué análisis hacés del teatro actual argentino?
—Estoy viviendo una década festiva. El 50% de los que vienen a estudiar conmigo lo hace desde el cine, buscando otro lenguaje que no entregan los soportes técnicos. Ves creadores como Santiago Loza o Diego Lerman, que llegan al teatro artesanal.
—La televisión está plagada de actores de teatro…
—Es cierto, desde Mike Amigorena, Osqui Guzmán, hoy Alberto Ajaka, Paola Barrientos, Muriel Santa Ana, Luciano Cáceres, Lorena Vega, Valeria Lois o Mirta Bogdasarian. La gente no está en los teatros independientes para saltar a la televisión, ya no es una escalera. Es una hipótesis idiota pensarlo, no existen las competencias y las metas, lo que hacemos se parece más a una procesión, vamos juntos por fe, que tiene dosis de metafísica y de ingenuidad. Soy ciegamente optimista.
—¿Próximos estrenos?
—Sacco y Vanzetti se repone a fin de mes en el Cervantes con la dirección de Mariano Dossena. Los juzgan por ser inmigrantes italianos en los Estados Unidos y mueren por eso mismo. Ya empecé a ensayar como autor y director para estrenar en agosto en el Teatro del Pueblo una nueva obra que se llamará Terrenal. Es sobre el mito de Caín y Abel y la interpretarán Claudio Da Passano, Claudio Martínez Bell y Claudio Rissi.
—¿Donde preferís trabajar?
—Ocasionalmente, trabajo en los teatros oficiales y lo agradezco, porque los actores a los que convoco tendrán dinero seguro. Pero siempre que estrené lo hice fuera de sus pautas, nunca tardo dos meses en ensayar, necesito más tiempo de trabajo.
—¿Podrías hacer un balance de las salas oficiales?
—Al Cervantes lo veo en ascenso y al San Martín, en descenso. El Cervantes, año tras año, lo veo consolidarse en una propuesta nacional, con su plan federal, ya que realizan giras y producen espectáculos en las provincias que luego llegan aquí. El San Martín fue tan importante. Tenía estrenos cada tres meses, temporada internacional y producciones para los equipos de danza y títeres. Es objetivo: todo bajó. Se probó –para mí nefasta– la posibilidad de las coproducciones con privados, que están regidos por otras necesidades. La cultura no siempre se relaciona con la rentabilidad, es una inversión, como la educación. También se dilata la puesta en valor del edificio. Los creadores ponen su energía, pero el campo oficial no pone lo que hay que invertir. El teatro independiente es el que viaja, el que tiene prestigio internacional, pero también el que menos gana.
—¿Y el teatro comercial?
—Voy cada tanto, cuando los amigos me invitan. No trabajo allí y no tengo prejuicio con su estética. Le sucede lo mismo que al oficial en cuanto a tiempos. Hay que ensayar dos meses –si es menos, mejor–, los actores deben hacerlo por separado, ya que casi todos graban televisión. Oficio y arte son temas distintos, aunque se complementen.