La Argentina saltó de la política al fútbol y volverá a la realidad nacional en pocos días.
Alejandro Fabbri
Que somos los campeones morales, que somos los mejores entre los perdedores. Que Messi demostró por qué es el mejor del mundo, que Messi hizo mucho menos de lo que todos esperábamos. Que Sabella hizo planteos inteligentes, que Sabella es un miedoso y jugó como si manejara un equipo chico. Que Lavezzi hizo un despliegue descomunal y se ganó el aprecio de la mayoría, que Lavezzi no le hace un gol a nadie y corre más de la cuenta.
El domingo, con el resultado puesto, la Argentina bipolar floreció nuevamente. Saltó de la política al fútbol y seguramente volverá a las cuestiones nacionales en pocos días. El desencanto del resultado final, el partido perdido a escasos seis minutos de los penales esperados por muchos, provocó lágrimas, enojos pasajeros y sobre todo, un sentimiento de impotencia y bronca, porque el mediático juez Rizzoli no cobró el evidente penal contra Higuain.
Es que el desenlace del partido modificó opiniones y las polarizó. Por suerte, mucha gente está aplicando tres palabras sencillas y recomendables en este tipo de situaciones: criterio y sentido común. Algo que no es frecuente en el fútbol y que surge nítido. Aquel que decide ser participante de las discusiones y meterse de lleno en la guerra de argumentos tiene buenas razones de su lado: el equipo fue de menor a mayor, los rendimientos individuales superaron largamente los pronósticos (Romero, Rojo, Demichelis, Biglia) y el entrenador argentino supo ser humilde y descubrir los puntos flojos cambiando las piezas que no funcionaban en el medio del torneo.
Habrá tiempo para coincidir o seguir discutiendo conclusiones pero algunas parecen ser certezas y tienen duración en el tiempo. Hay arquero para mucho tiempo con Romero, hay por fin un lateral izquierdo de jerarquía como Rojo, hay Mascherano y Zabaleta para varios años más, hay Messi por delante hasta que él quiera, hay futuro también en Biglia, en Lavezzi, en Agüero, en Di María y siguen algunas firmas más, pero habrá que trabajar y mucho en buscar defensores de calidad, mediocampistas externos de categoría y delanteros con hambre goleador.
Lo increíble es cómo cambiaron las cosas en un mes de competencia. Antes del Mundial, el equipo se basaba en “los cuatro fantásticos” y terminó dependiente de los fantásticos de la defensa, que fue la de mejor rendimiento en los últimos partidos. Los cambios que dispuso Sabella resultaron fundamentales para encontrar el equilibro: Biglia hizo olvidar rápidamente a un opaco e intermitente Gago y Demichelis le transmitió autoridad y liderazgo a sus compañeros del fondo en lugar de las dudas que mostraba Federico Fernández.
¿Por qué le faltó gol a un equipo con varios goleadores? ¿Por qué Agüero tiene un nivel tan bajo? ¿Por qué Palacio sigue sin concretar situaciones cuando se pone la albiceleste? Son los interrogantes que hoy no tienen respuesta y que merecen analizarse con más detenimiento. Con el tiempo, con el enfriamiento de las pasiones, habrá que estudiar los partidos del Mundial y verificar la inexistencia de los enganches, de los conductores que sobresalen por encima del resto. Esa discusión que aún se mantiene dentro del periodismo argentino parece no tener cabida en casi todo el mundo.
Será cuestión de buscar caminos alternativos, de entender la sabiduría de aquellos que apuestan al juego colectivo, a la ya famosa ocupación de los espacios, a unir talento, con humildad, sacrificio, despliegue y capacidad para interpretar cómo hay que jugarle al rival de turno. De trabajo, de gusto amateur por hacerlo, de orgullo por ponerse la celeste y blanca sin preguntar, de satisfacción por la tarea cumplida y de reconocer que esta vez, alcanza y sobra con lo que se hizo en Brasil para dormir tranquilos.