El actor vive a los 53 años un gran momento profesional en Historia de un clan y filma Resentimental con la novia de Al Pacino. La miniserie que dirige Luis Ortega termina el miércoles por Telefe y ya piensa a futuro. Sobre el actual momento político, no le gusta que lo usen ni de un lado –Scioli– ni
Alejandro Awada terminó de grabar una escena de Resentimental, el film de Leo Damario que lo tiene como protagonista junto con Lucila Polak, la actriz argentina novia de Al Pacino. PERFIL lo espera y a su encuentro el actor sube a su auto y estaciona detrás de la Iglesia Medalla Milagrosa de Flores. Va a una mesa al aire libre. “Vamos ahí. Soy fumador”, aclara con un dejo de resignación.
“Mozo, dos cortados y una soda por favor”, le pide con respeto y una sonrisa. Awada está en su plenitud personal y profesional. Lejos de la euforia, se muestra sereno en este momento exitoso y que apareció por darle vida a Arquímedes Puccio en Historia de un clan (Telefe) perverso, ambicioso, fascista y asesino. “Lo miro todas las semanas y me veo –cuenta–. Lo disfruto y admiro la creatividad de Luis Ortega, Sebastián (Ortega) y Pablo Culell. Es un equipazo”.
Awada también es Jorge Rafael Videla en la película El almuerzo, de Javier Torre, sobre un almuerzo que tuvo el genocida en la Casa Rosada con Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, el presidente de la SADE, Horacio Esteban Ratti, y el sacerdote, periodista y escritor Leonardo Luis Castellani. “Videla era otro perverso que disfrutaba del dolor ajeno aunque iba a misa todos los domingos”.
—¿Qué te pasó al verte como Videla?
—Tuve sensaciones desagradables mientras lo interpretaba, no me gustaba habitar esas cosas, esa ropa. Me vi y el trabajo está logrado.
—¿Te dolió que Borges se entrevistara con Videla mientras había desaparecidos?
—Está el Borges persona al que admiro por la invención literaria, y está el Borges persona, el que se dejó vivir, el que opinó, el que admiraba a Lugones, y el Borges que abrazó a los milicos, seguramente los abrazó.
—¿Creés que tu ídolo Cortázar hubiera aceptado la invitación?
—¡Ni loco! Me estás hablando de alguien por el cual lloré, lloré de angustia y agradecimiento cuando se murió Cortázar.
El mozo interrumpe la entrevista. Viene con una página que anuncia otro capítulo de Historia de un clan –el último, este miércoles–. “Amigo, disculpame, la gente quiere saber si éste –con una imagen de Arquímedes Puccio– sos vos”. Awada sonríe con timidez y responde: “Sí, soy yo”.
—En más de treinta años de profesión, ¿habías vivido este reconocimiento?
—Nunca me pasó en mi vida. El reconocimiento y valoración de mi trabajo por mi personaje en Historia de un clan, se valora mucho, se nota que es masivo, siento que lo ve mucha gente y me felicitan de una manera muy agradable.
—¿Convivís bien con el éxito?
–No. A veces me incomoda, pero es personal, no tiene nada que ver con lo de afuera, tiene que ver con lo interno, por eso fumo (se ríe).
—Tuviste una vida intensa. ¿Lo de tu viejo (N de R.: empresario secuestrado en 2001) fue lo que te marcó ?
—Lo de mi viejo fue la peor semana de mi vida. De los momentos tristes que tiene cualquier ser humano, bueno, ése fue el más duro de mi vida. Estaba secuestrado, no sabía si lo iba a volver a ver y estábamos en manos de unos señores que nos decían qué teníamos que hacer y pendientes de un llamado.
—Haciendo de Puccio te acordaste de esos momentos imagino, ¿no?
—Sí (hace una pausa). Si porque siempre tuve en cuenta a los familiares de las víctimas, porque lo que más tengo haciendo los Puccio es mi solidaridad por ese dolor. Traté de respetarlos.
—Tu papá falleció hace cinco años. ¿Tu madre vive?
—Sí, tiene ochenta años y está brillante del balero con una fortaleza y voluntad 15 veces mayor que la mía, con una empresa creada hace sesenta años, ella es la presidenta y la primera en llegar y la última en irse.
—Cuando les dijiste que ibas a ser actor, ¿qué dijeron?
—Yo tuve enormes dificultades para encontrar lo que quería, era el abismo, hice talleres de literatura, de plástico, tenía 18 años. Hasta que un día en el taller de teatro de Julio Ordano leí Rayuela de Cortázar y ese mundo me hizo un click: era ese mi norte. Luego, en las clases de teatro, estaba solo, y el maestro y mis compañeros observándome. En lugar de sentirme juzgado, calificado o descalificado, me sentí contenido. Y ahí me quedé. Empecé a trabajar en el 85, y ya sabía que quería ser actor. Existió la observación de mis padres que no comprendían. Como que no me podía mover de ese lugar familiar, a lo sumo estudiar algo afín, administración de empresas o dedicarme al comercio. En ese momento no daban crédito.
—¿Te generó conflicto con tus padres?
—Hubo mucho tiempo de no encontrar la aceptación y eso me generaba mucho conflicto, el estar haciendo, haciendo y haciendo y no encontrar esa aceptación, esa mirada valorativa. De pronto empezaron a suceder las cosas. Y la guita empezaba a entrar, de tanto en tanto.
—¿La empezaste a ver…?
—A la guita la vi cuando empecé en los teatros oficiales, y con más regularidad cuando empecé en televisión. Ya tenía más de 30 años, entraba guita todos los meses y empieza a haber una mirada valorativa externa e interna porque yo también quería vivir de mi profesión, de mi vocación. Hasta que luego empiezan a aparecer trabajos de renombre y la valoración sucedió.
—Hacés de Puccio y Videla, dos personajes siniestros, ¿de dónde sacás las partes buenas y malas de ellos?
—De adentro mío. Yo conozco mis oscuridades, mis miserias, yo nadé esas aguas, yo puedo caminar bajo el sol y ser feliz por momentos, y tener una vida dichosa y agradecida. Pero para que yo pueda llegar a este momento, pasé por los sótanos, por el dolor, angustias, comprender que yo también fui un miserable, un oscuro y un perverso, que yo también generé dolor, no me hago el bobo o torpe, trato de ser honesto en mi profesión. Y cuando me toca hacer un personaje más luminoso también puedo ofrecer lo mío.
Awada se toma su tiempo para responder como si buscara las palabras adecuadas. Esa acción de orfebre, se afina cuando habla de política, de su hermana Juliana, esposa de Mauricio Macri, candidato a presidente de la Nación, y de su ideología política. “Estoy agradecido por la gestión de Néstor y Cristina –asegura–. Por todo lo que hicieron por el país, desarrollo de políticas inclusivas, además de poner el país de pie, de poner la industria argentina a caminar. Todo lo que se ha hecho en términos de construir la Argentina desde la Argentina y para argentinos y por argentinos”.
—Juliana dijo que sos el mejor actor de Argentina, ¿lo leíste?
—No, me lo comentaron.
—¿Te cayó bien?
—Muy bien. Yo la quiero mucho a Juliana, es una muy buena persona, de verdad la quiero mucho, y deseo profundamente su bienestar y felicidad. Además, la respeto mucho, la respeto tanto como la quiero.
—¿La ves feliz?
—Está muy feliz Juliana. Está muy feliz y enamorada. Ocurre que en esta coyuntura que nos toca, ella desea para este país un recorrido y yo deseo para mi país otro recorrido, son claramente dos caminos distintos que produjo un distanciamiento. Ella tiene razón y yo tengo razón. Quiero ser cuidadoso conmigo, y con las personas que quiero, digo que la quiero mucho, que tenga una vida muy feliz, y cuando la encuentre le daré un abrazo y un beso.
—¿Pensás que puede ayudar al pueblo si llega a ser primera dama?
—Ella va a poner lo mejor de sí, seguramente. Ellos se van a encaminar en un sentido con el que yo no estoy de acuerdo. Para mí es por otro lugar…
—¿Qué sensaciones te genera que Scioli enfrente al esposo de tu hermana?
—No me genera nada. Me cambia el país que puede venir o no. Lo que deseo profundamente es el desarrollo de estas políticas y la continuidad de estas políticas.
—En internet circula una foto tuya, en la que te ponen como el cuñado de Macri, y con declaraciones muy críticas hacia el candidato de Cambiemos…
—No me gustó nada lo que vi. Me utilizaron, y no me gusta que se apropien de mis palabras que las digo cuando tengo que hacerlo.
—Que digan que sos el cuñado de Macri, ¿te molestó?
—Me parece tan torpe, tan torpe, me parece tan de ignorante, vulgar, yo no soy el cuñado de Macri, yo soy yo, y la opinión me importa a mí y se la doy a quien quiero dársela. Si un señor se cree con derecho de utilizar mi opinión y ofrecerla sin que yo se la haya dado me irrita mucho, y no me gusta. Después están los otros que utilizan mi imagen para pegarme, y bueno son las reglas del juego, qué sé yo, me fumo y me las banco a las dos, pero no me gustan.