Las historias más insólitas de jugadores gravemente lesionados que siguieron jugando el Mundial.
Luciano Wernicke
Los irrompibles. El Mundial de México 1970, el noveno organizado por la FIFA, marcó un antes y un después en la historia del fútbol, al inaugurar dos situaciones reglamentarias que cambiarían de manera sensible el desarrollo del juego: las sustituciones de jugadores y las tarjetas (roja y amarilla) para sancionar las diferentes faltas. Hasta ese momento, si un deportista sufría una lesión que le impedía continuar actuando, el equipo se veía obligado a proseguir con un hombre menos. Esta circunstancia forzó a varios futbolistas a continuar dentro del campo de juego como verdaderos gladiadores, a pesar de padecer dolencias terribles, para no perjudicar a su selección.
La venda milagrosa. El triunfo ante Alemania en la revancha de octavos de final, el 9 de junio de 1938 en el Parque de los Príncipes de París, fue un verdadero milagro suizo. El equipo helvético perdía 2-1 a los 44 minutos, cuando quedó con diez hombres: el talentoso delantero Georges Aeby golpeó su cabeza contra un poste y debió ser retirado desmayado. La escuadra alpina salió a jugar el segundo tiempo con uno menos, hasta que a los 13 de ese período Aeby regresó con la testa envuelta en vendas. Un diario destacó que “su retorno pareció dar nuevo aliento a todo el equipo de Suiza, que comenzó a jugar con brillo”. Así fue: el atacante realizó tres pases-gol para que Fredy Bickel y Andre Abegglen, en dos oportunidades, dieran vuelta el marcador y sellaran el triunfo suizo por 4 a 2. La fortísima contusión no le permitió a Aeby integrar el equipo tres días después, en Lille ante Hungría. Sin el “vendado” en la cancha, la escuadra magiar se impuso fácilmente por 2 a 0.
Petardos. La utilización de bombas de estruendo y fuegos artificiales fue toda una novedad en esta Copa del Mundo de Brasil 1950. Jugadores y periodistas extranjeros quedaban boquiabiertos cada vez que la selección local salía a la cancha: Miles de potentes petardos, brillantes bengalas y destellantes cañitas voladoras surcaban el cielo. Más allá del colorido que proporcionaba, este tipo de festejos fue severamente criticado por la prensa, debido a las numerosas personas que resultaban heridas en las tribunas. El periódico carioca “A Noite” indicó que “las explosiones se registran en el campo de juego en el momento más inesperado. Hubo muchos heridos y quemaduras, algunas de gravedad, durante el partido inaugural” entre Brasil y México.
Los fuegos de artificio también provocaron erosiones a algunos jugadores. El 13 de julio, cuando el delantero Chico salió al césped del Maracaná junto a sus compañeros para enfrentar a España, un petardo explotó a pocos centímetros de una de sus piernas. El atacante debió ser atendido durante varios minutos antes del inicio del encuentro. Felizmente para él, la quemadura no sólo no impidió su actuación, sino que hasta pareció haberle transmitido sus destellantes bríos: Chico marcó dos de los seis goles de su equipo y fue una de las grandes figuras de la tarde.
La “garra charrúa”. El 6 de junio de 1962, en Arica, la URSS venció en un durísimo encuentro a Uruguay por 2 a 1, resultado que permitió a los europeos pasar a cuartos de final, y decretó la eliminación de los sudamericanos. La nota de la jornada la protagonizó el volante oriental Eliseo Álvarez, quien inscribió una de las páginas más heroicas de la historia de los Mundiales: Se negó a dejar la cancha a pesar de haber sufrido la fractura del peroné de la pierna izquierda. La hija del jugador, Analía Edith, aseguró que, a causa de una mala curación y el enorme esfuerzo durante ese partido, su padre casi pierde la pierna.
El futbolista no tuvo una recuperación completa y debió esperar casi un año para volver a pisar una cancha. Pero aquella tarde de Arica, hasta que sonó el pitazo final del referí italiano Cesare Jonni, Álvarez, corajudo como pocos, siguió corriendo como pudo, y demostró -una vez más- que aquello de la “garra charrúa” no era puro cuento.
El muerto que hace goles. Durante la semifinal de la Copa de Suiza 1954 se produjo un caso extraordinario: Un futbolista de Uruguay sufrió un paro cardíaco -algunas fuentes aseguran que estuvo “clínicamente muerto”- y, tras recibir respiración boca a boca, masajes en el pecho y una dosis de coramina -un medicamento que estimula las funciones vasomotoras y respiratorias- siguió jugando. El protagonista de la notable situación fue el delantero Juan Hohberg, quien, curiosamente, había nacido en Argentina y comenzado su carrera como arquero.
Hohberg -quien ese día debutaba en la escuadra oriental- consiguió los dos goles que le permitieron a Uruguay igualar el encuentro, a los 75 y 86 minutos. Según cuenta el periodista Alfredo Etchandy en su libro “El Mundo y los Mundiales”, cuando el atacante marcó la igualdad, “sus compañeros le cayeron arriba en el festejo y por la emoción sufrió un paro cardíaco. Fue reanimado por el kinesiólogo Carlos Abate, quien le suministró coramina por la boca. Cuando empezó el alargue seguía afuera, pero poco después retornó a la cancha y jugó hasta la finalización de la prórroga”.
Luego de que Argentina fuera eliminada del Mundial de Alemania 2006 por la selección local en cuartos de final, Diego Maradona se quejó de que el arquero albiceleste Roberto Abbondanzieri hubiera salido en camilla durante el segundo tiempo, a causa de un golpe. “En un Mundial hay que estar muerto para salir”, afirmó el Diez. Hohberg bien podría argüir: “No hay que salir ni muerto”.
(*) Autor del libro “Historias insólitas de los Mundiales de Fútbol”