El Torneo de la URBA demostró, una vez más, que los campeones no son fruto de la casualidad. El resultado de un proceso que muchos clubes pretenden imitar.
Christian Gómez Csher
Se puede hablar de números: ocho campeonatos en 16 años, seis de ellos en los últimos nueve y una constante presencia en los momentos decisivos. Pero, para eso, es necesario analizar las razones. E Hindú justifica cada estadística.
En la década del ’90, por Don Torcuato se cansaron de ser uno más del montón. Quisieron crecer, evolucionar, progresar. Y lo hicieron, desde la dirigencia, apostando a transitar un largo camino, convencidos de recoger los frutos tarde o temprano. Trabajar desde las infantiles y juveniles y potenciar el futuro siguiendo la línea de los grandes. Todos saben a qué juegan y a qué jugarán.
Hoy, el ADN de Hindú está en cada seleccionado y las convocatorias en los distintos niveles cuentan con apellidos surgidos de un club que es exportador e importador de talentos.
Llegaron vueltas olímpicas y también frustraciones pasajeras, pero nunca se perdió la ideología. Porque los verdugos fueron otros que también hicieron sus apuestas: SIC (semis 2003/04), La Plata (semis 2010) y CUBA (final 2013), por ejemplo. La excepción a la regla fue en semifinales el CASI campeón de 2005, que llegó entonado de la mano de Chapa Branca y tuvo que esperar cuatro años para volver a estar en las instancias decisivas.
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