Hay cosas que los barras no hacen delante de sus madres

autorHay cosas que los barras no hacen delante de sus madresPor Edgardo Martolio | En Brasil utilizan un curioso método para tratar de controlar a los violentos en los estadios. ¿Se podrá hacer en Argentina?  Hay cosas que los barras no hacen delante de sus madres

La frase del título fue el lema usado en el estadio brasileño Arena Pernambuco, pocos días atrás, cuando el club Sport Recife en ‘el clásico de los clásicos’ de su torneo estadual (provincial) innovó en la lucha contra la violencia… No fue un slogan gratuito, no era una frase más, tampoco embutía un segundo mensaje. Cansados de tanta agresividad en las canchas, los dirigentes rojinegros pusieron en práctica la feliz iniciativa de una agencia publicitaria: contrataron a las madres de ‘hinchas violentos’ para que funcionen como cordón disciplinador en las tribunas. Fueron ellas quienes separaron –preventivamente– a los grupos que podrían enfrentarse esa tarde. Dicho en palabras más apropiadas para la ocasión, evitaron que sus hijos se metiesen en confusiones dignas de bandidos y no de hinchas de un club de fútbol.

La mayoría de las 27 mamás que sustituyeron a otros tantos policías que normalmente ejercen esa tarea, se posicionaron en la tribuna –escalón por medio entre una y otra– de arriba hacia abajo, a la izquierda de una barra brava (en Brasil llamadas ‘torcidas organizadas’) y a la derecha de otra. Sí, ellas, vistiendo un chaleco naranja, como el que usan habitualmente los hombres de seguridad, estaban en el medio de ambos grupos. Entre ellas y los vándalos un metro y medio libre de cada lado completaba el vallado moralizador. Otras se pararon en puntos estratégicos de observación. Todas eran señoras de alrededor de cincuenta años que no fueron a la cancha del barrio Ilha do Retiro tentadas por el dinero cobrado; fueron porque están cansadas de ver a sus hijos siempre presos, muchas veces hospitalizados y algún día enterrados en un cementerio periférico.

Funcionó. No hubo desmanes. Como era de esperar, ‘con mi mamá nadie se mete’. Por ley, en el Estado de Pernambuco, desde hace un tiempo, no puede ingresarse con elementos que identifiquen a los hinchas con ninguna parcialidad, club o simpatía. Lamentablemte son prohibidas camisetas, gorros, banderas y vinchas. Tampoco se entra con instrumentos musicales ni cualquier clase de objeto contundente. El fenómeno no es nuevo ni único en el mundo, sólo que Recife, capital de Pernambuco, registra el mayor índice de crímenes en un país cuyas estadísticas en este sentido avergüenzan. Se sabe que lo que pasa en las canchas, como siempre, es un espejo de la sociedad, pero allí un poco más. Los estadios se usan para traficar drogas y ajustar cuentas sanguinariamente. La violencia es el modus operandi para llegar a ciertos acuerdos imposibles de sellarse con el diplomático arte de la palabra. Como aquí, no nos asustemos.

Por eso y por un momento imaginé a las mamás de Rafael Di Zeo, Mauro Martín, Fido Debaux, Daniel Whebe y Maxi Mazzaro cuidando a la ‘doce’ para que no se enfrenten con ‘Bebote’ Álvarez, el ‘Gordo Richard’ y ‘Loquillo’ Rodríguez en un Boca e Independiente. O a las progenitoras de Adrián Rousseau y de los hermanos Alan y William Schlenker custodiando a sus nenes para que no abusen ni sean abusados por ‘Sandokán’ Evangelista en un River versus San Lorenzo. Tal vez, hasta podrían vigilar a ‘Joe’ Ferreyra, ‘Caverna’ Godoy y Martín de Ramos Araujo para evitar una segunda ‘guerra de los quinchos’ en el club de la banda roja. Puede ser ‘la’ solución. O parte de ella. Un buen punto de partida.

Ahorrando balas de goma y gases lacrimógenos, las mamis podrían tomar cuenta de la conducta de sus hijos si estos fueren los ‘pincharratas’ Maldonado, ‘El Gato’ Sosio, Gianotta, ‘El Morsa’ Montero o el ‘académico’ Raúl ‘Huevo’, en un Estudiantes-Racing. Probablemente sólo ellas contendrían los impulsos agresivos del ‘Uruguayo’ Uriel y Ramiro Bustamante en un Arsenal-Quilmes. Puede ser que varios de los citados sean, cotidianamente, buenos muchachos y sólo se transformen en las canchas, pero otros no, tienen prontuarios que incluyen hasta secuestros extorsivos, por lo que no estaría mal que sus madres los vigilen en las tribunas para que no hagan de las suyas. La vergüenza materna no lo merece. Y el respeto que merecen limpia esa vergüenza. Sí, a favor de esta iniciativa es que estos raros ciudadanos y pésimos hinchas seguramente son buenos hijos. Es la ley de la vida. Especialmente de la vida marginal.

El panel electrónico del carísimo y mundialista estadio Arena Pernambuco repitió la frase del título y muchas otras por el estilo antes, durante y después del partido. Todos las leyeron y muchos las aplaudieron. Además, el equipo local ingresó al césped con un cartel gigante que decía: “Hoy la seguridad la hacen las mamás de los hinchas. Respételas”. Si hubiese que juzgar por esta primera y única experiencia, no puede dudarse de su suceso. Los propios hijos-hinchas, en varios casos, se sorprendieron con la novedad porque no sabían que sus madres estaban allí. Lo descubrieron al entrar a la bonita cancha del nordeste brasileño. Y fueron los primeros en reconocer que “delante de ellas no se puede hacer lío”.

Las madres, todas de clase baja y renta mínima, encontraron un paliativo económico a sus penurias pero, muchísimo más que eso, supieron que ese día sus hijos volverían a casa sanos y salvos (aún cuando fuera del estadio pudiesen matarse porque allí ya no podían vigilarlos). “Esta tranquilidad vale oro –dijo Doña Lourdes, la más entusiasmada- porque mi hijo estuvo metido en cosas que yo desconocía. Todo lo que es malo él lo esconde de mí. Nunca supe qué hacía en una cancha hasta la primera vez que fui a buscarlo a una comisaría”. Ese relato es, más o menos, el de todas ellas y el de las miles que esta vez no fueron contratadas para el operativo denominado ‘Security Moms’, idealizado por la filial brasileña de la agencia americana Ogilvy & Mather Advertising, pero que podrán ir otras veces a otros estadios con el mismo fin de concientizar a todos y calmar a los vándalos.

Una vieja idea que cobra fuerza con este precedente es ‘usar’, en el buen sentido de la palabra, a mujeres y niños para pacificar estadios. No sólo madres, también esposas, hermanas, hijas y chicos. Soy defensor a ultranza de lo que muchos critican en la Argentina violenta que gobierna el cotidiano de nuestros días, de una sola hinchada en cada partido, apenas el público local; el resto lo mira por televisión que para eso es gratis. Si, hinchada única. La aplaudo aunque nada sea suficiente en la ‘patria burra’ (¿cómo pueden llamarse los hinchas de Boca que apedrearon el ómnibus de su propio equipo en Chile?).

Nada es suficiente porque, además, en casi todos los clubes existe la lucha interna, muchas veces fogoneada por dirigentes corruptos y cobardes. La propia hinchada, supuestamente unida por la misma pasión y los mismos colores, se divide y enfrenta por mandar en ese pedacito de escalinata llamado tribuna. Pero, aunque allí se masacren, no es donde pergeñan sus negocios ilegales, generalmente asociados a las drogas. Hermanos de sentimiento se tornan enemigos en el día a día y a la hora del mal. En las tribunas es donde se encuentran y duelan. Sinceramente, a esta altura, poco interesan sus vidas, pero importan las otras, las inocentes. Y la salud del fútbol.

Tampoco alcanza con dejar al público visitante afuera del estadio. Entonces, ¿qué tal obligar a que cada hincha ingrese al estadio acompañado… de una dama o de un niño menor de doce años? También apruebo, y sumo, el pernambucano cordón de ‘mães-segurança’ (madres de seguridad) que los clubes podrían contratar en vez de policías… que si reprimen son acusados de abuso de poder y si no reprimen son acusados de pasiva complicidad.

La lista de nombres cuyas madres habría que catalogar no termina en los antes mencionados; sería imposible ignorar al ‘Loco Tito’ de Belgrano de Córdoba, al ‘Gordo’ Gastón de All Boys, el ‘Panadero’ Ochoa y ‘Seba’ González de Newell’s Old Boys, a ‘Fanfi’ Goncebate de Lanús y a los hermanos Aguilera de Godoy Cruz de Mendoza. Tampoco podrían quedar fuera del registro las mamás del ‘Loco’ Echaniz de Atlético Rafaela, la de los ‘Pato’ Barbera y Díaz de San Martín de San Juan, la del ‘Negro Fiorucci’ de Tigre, las de Pedro, Marquitos y ‘La Joya’ Chávez de Vélez Sarsfield, las de Jorgito, del ‘karateka’ y de ‘Los Peruanos’ de Argentinos Juniors. Varias hojas podrían llenarse con estas fichas para diseñar el mapa de la Argentina que no queremos…

IN TEMPORE: Otro club brasileño, Internacional de Porto Alegre, intentando también que el fútbol vuelva a ser un espectáculo para todos, generó otra interesante iniciativa, más arriesgada: cada hincha-socio del Inter puede invitar a un rival para ir juntos a la cancha. No es obligatorio, lo que significa que sólo una decena puede llegar acompañada de un hincha adversario y los otros miles no… Peligroso. O no. Lo cierto es que si no hacemos algo más de lo poco y mal que se hace, la violencia va a ganar la batalla final.