Sabella, Messi, la alfombra de Don Julio y la gracia de Lavezzi.
Hugo Asch
“El chiste tendencioso necesita, en general, de tres personas; además de la que hace el chiste, una segunda que es tomada como objeto de la agresión y una tercera en la que se cumple el propósito del chiste, que es el de producir placer”, Sigmund Freud (1856-1939); de ‘El chiste y su relación con lo inconsciente’ (1905)
No, este equipo no depende de Messi. Para nada. Porque no hay un equipo, no existe tal cosa y él –Paganini abstemio y monogámico, genio solista, jamás director de orquesta– no nació para construirlo. Argentina ha sido todo lo que Messi es capaz de crear cuando no es invadido por la abulia. Que es mucho. La diferencia entre él, sus compañeros, sus rivales, sus colegas en general, sigue siendo abismal.
Porque, como asegura Queiroz, el entrenador de Irán, “no es humano, no es un futbolista de este planeta”. Y como tal, no parece obedecer sus leyes físicas. Pica y encara, tobillos de goma, la pelota pegada al pie izquierdo, hacia un muro de enormes defensores. Y pasa. Fácilmente lo atraviesa, como esquivando conitos, listo para su último acto. Gol.
Tiene razón su abuelo. Ya no corre como cuando el inverosímil Barça de Pep lo ganaba todo; con Xavi, batuta en mano, e Iniesta, puro talento al servicio del otro. Aquel chico era libre para asombrar al mundo mientras el equipo latía, vivo, a su alrededor. Este no. Y a veces, se abruma. Con el peso de un país histérico y deseante en sus espaldas, forzado a ejercer un liderazgo a lo Maradona que lo expone y lo incomoda –su innecesaria crítica a Sabella fue la mejor prueba– sabe que todo depende de él. El futuro de la Selección, el éxito económico del Mundial, guión perfecto, final soñada contra Brasil y contra Neymar, el otro solista sin equipo, tan símbolo de este tiempo como Cristiano Ronaldo.
Uno no sabe si Sabella es un hombre afortunado o el destino se ensañó con él, condenándolo a la sombra. Cuando jugaba en River y era un 10 fino, creativo, el intocable Alonso lo obligó a un temprano exilio. Y Bilardo, que lo había convertido en el conductor de su Estudiantes campeón, a último momento lo dejó sin Mundial.
La lesión de Agüero, paradójicamente, le solucionó un problema a Sabella.
Ya retirado, fue el fiel asistente de Passarella durante 13 años, en la selección argentina, Uruguay, Parma, Monterrey, Corinthians y River. Recién se animó a independizarse en 2008, cuando su jefe dejó todo por su proyecto político. Ganó dos títulos en Estudiantes, sí, pero opacado por la inmensa figura de Verón. Y ahora, en la Selección, le toca en suerte dirigir… al indirigible Messi.
Jugar con un equipo largo, delanteros que no retroceden ni ahogan la salida del rival, un mediocampo de tránsito fugaz con Mascherano solo contra el mundo y un agujero en la banda derecha –Gago cerrado; Zabaleta desbordado, a merced del uno-dos– debe ser una pesadilla para Sabella, un pragmático que privilegia el orden, defensa con tres, dos laterales, volantes de equilibrio. La saga de Messi y los Fantásticos lo obligó a ser prisionero de sus estrellas. Mucho más después del fallido arranque con su sistema favorito, demonizado por sus asombrosos cuestionamientos públicos. Veremos qué hace ahora. O se resigna o se impone, les guste o no.
Por ahora, el equipo baila con la música que traen los rivales. Contra Bosnia e Irán, dijeron los jugadores, fue difícil porque se metieron todos atrás. Ahá. Pues Nigeria dejó jugar, planteó un ida y vuelta salvaje, y provocó el milagro: a fuerza de cachetazos, el equipo pareció despabilarse. No será lo mismo con la simpática Suiza, que espera y sale de contraataque, a mil. Mmm… Más allá de los deslumbrantes solos de nuestro Paganini, nadie sabe qué equipo veremos el martes. Ojalá se inspiren. Todos.
La lesión de Agüero, paradójicamente, le solucionó un problema a Sabella: ahora sí podrá quitar a un fantástico sin que el país lo condene a la hoguera. Lo más probable es que pruebe con uno más en el medio –la línea de tres centrales necesitará de un rival temible como Holanda o Alemania para ser desempolvada– que ocupe ese enorme vacío que deja al borde de un ataque de nervios a los cuatro defensores.
Messi se lleva todas las luces, pero sus partenaires no han sido los que la cátedra imaginaba. Sorpresa. Errático Higuain, intermitente Di María, los nuevos héroes secundarios terminaron siendo dos descartables: Rojo –célebre rabona en el área, gol de rodilla– y Romero, que salvó tres goles hechos contra Irán. Con el agregado del incalificable Lavezzi, inesperado sex symbol de las niñas y maduras de la Patria que reclaman verlo jugar sin camiseta. Ay.
Su gesto, tirándole agüita a un desesperado Sabella que le indicaba cómo debía ubicarse para armar una línea de cuatro volantes, es el mejor ejemplo de cómo se sitúa este grupo de futbolistas frente a su entrenador. No me importa si Lavezzi es un buen chico o si siempre fue así, una especie de Hombre Bobo –deliciosa sátira de Capusotto en tiempos de Todo por 2 pesos–, el clásico plomo de oficina; esa clase de tipo que, imbancable, intenta llamar la atención todo el tiempo haciendo bromas idiotas. La escena, tan festejada, fue patética. Sabella, gesto de angustia, desesperado, imperturbable frente al chorrito, hacía su trabajo como podía.
Mal. Pensar que la burla no le molestó, que la relación es inmejorable y se refuerza aún más gracias a un estrafalario liderazgo open mind mientras los suyos lo ningunean en público o le hacen bromitas que avergonzarían a un adolescente es… digno del Pocho Lavezzi.
Y bueh. Eso pienso, muchachos. Mejor lo digo ahora, antes de que lleguen los triunfos frente a Suiza y Bélgica, la euforia chauvinista, por fin en semifinales después de 24 años, qué llave nos tocó, qué paseo, una alfombra lujosa tejida a mano por Don Julio, nuestro Godfather, maldito sea, bendito sea, qué grandes somos, hasta la final no paramos, Neymar no existís, Messi genio, Messi para todo el mundo.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.