Carlos Reutemann vivió, tal vez, una de sus mayores satisfacciones profesionales en la Fórmula 1, cuando hace 40 años se adjudicaba -bajo la lluvia- el Gran Premio de Mónaco, a bordo de un Williams que no resultaba lo suficientemente confiable.
Quizá no tuvo la contundencia del triunfo alcanzado en Río de Janeiro ni tampoco una soberbia clase de manejo como la brindada en Brands Hatch, ambos en 1978 y sobre la Ferrari 312 T3. Pero ese éxito en el trazado callejero del Principado, en Montecarlo, sirvió para dejar atrás la sequía de casi 20 meses sin sonrisas.
Aquel domingo 18 de mayo de 1980 entregó -si se quiere- un ganador sorpresivo, porque el propio santafesino, una vez bajada la bandera a cuadros tras las 76 vueltas de rigor, confesó que no podía acceder a la victoria «si no se quedaban» tanto su compañero de equipo, el australiano Alan Jones (Williams), como el francés Didier Pironi (Ligier).
«Lole» Reutemann partió en la segunda posición en el marco de una competencia que mostró una accidentada largada, con el despiste por los aires del irlandés Derek Daly (Tyrrell), que quedó fuera de acción con apenas 300 metros transitados, al igual que Jean Pierre Jarier (Tyrrell), Alain Prost (McLaren) y Bruno Giacomelli (Alfa Romeo).
En el tramo inicial de la carrera, el segundo piloto de la escudería británica por ese entonces financiada con capitales saudíes se mostraba expectante en el tercer lugar.
Reutemann, hoy con 78 años, admitió -horas después- en nota concedida a la revista El Gráfico que intentar sobrepasar a los dos colegas que lo precedían (Pironi-Jones) «hubiera sido una locura».
«En este circuito (por Montecarlo) es imposible. Además tuve el presentimiento de que Pironi estaba manejando con esto, que no se exprimía al máximo. Vi como Alan (Jones) lo buscaba por todos lados y no podía pasarlo», confesaba el después gobernador de la provincia de Santa Fe (1991-1995; 1999-2003).
El primer golpe de escena se dio en la vuelta 24 con el abandono de Jones por el diferencial roto de su Williams FW07. El santafesino quedaba segundo, a 2s.5/10 de Pironi.
El Ligier del piloto francés parecía encaminarse a la segunda alegría consecutiva (venía de ganar en Bélgica) pero la lluvia, involuntaria protagonista, le otorgó otro desenlace a la historia.
Cuando los vehículos transitaban por la vuelta 55, Pironi sintió que se le escurría entre las manos esa soñada victoria, cuando golpeó contra el guard-rail, a la salida de la curva del Casino. «Patinó en la lluvia», explicó Reutemann, que manejó las últimas 20 vueltas con extremo cuidado.
«La segunda y tercera marchas no entraban bien. La goma trasera izquierda empezó a desinflarse y al auto le faltaba un poquito de equilibrio», relataba el santafesino, respecto de las dificultades que atravesó en el tramo final de una histórica carrera.
El francés Jacques Laffite (Ligier) estaba demasiado lejos (a más de un minuto), pero «Lole» jamás pensó en cambiar los neumáticos, ni siquiera por la pertinaz llovizna que mojaba las calles monegascas.
«No iba a parar a cambiar las gomas de ninguna manera. Sabía que habían trascurrido las tres cuartas partes de la carrera y que los organizadores deberían pararla si llovía más fuerte», explicaba el argentino, con el tono calculador que se convirtió en marca registrada, a lo largo de su carrera.
Entonces, el triunfo llegó después de más de 115 minutos de manejo sobrio, para el emocionado relato del cordobés Héctor Acosta, el periodista que narró las alternativas de la prueba para una incipiente Argentina Televisora Color (ATC), la señal estatal que trasmitía la Fórmula 1 por aquellos años.
Ya en el podio, al lado de su alteza Rainiero y su esposa, la princesa Grace Kelly; y con su mujer de entonces, «Mimicha», el santafesino se sintió Príncipe por una tarde. «Siento que esto fue una revancha, que llegó tarde. A lo mejor, demasiado tarde», confesaba Reutemann.