Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
Este fin de semana más que largo por los feriados del Carnaval es una ocasión propicia para descansar, pasear, visitar amigos. Algunos también tendrán que trabajar en actividades dedicadas al turismo o diversos servicios, o estudiar para rendir algunos exámenes. El sentido original del Carnaval era como una especie de tiempo distendido a fin de tomar envión para el tiempo Cuaresmal, más identificado con la penitencia, las privaciones, la vida interior. Un llamado a que la Palabra de Dios vaya iluminando cada rincón de la vida. Es como cuando nos disponemos a ordenar el garaje, el galpón, o algún lugar en el cual vamos acumulando cosas que no sirven en medio de otras importantes y que pueden deteriorarse por el descuido. Latas de pintura reseca, un cricket que no funciona, una puerta de heladera, la rueda de un triciclo, junto a pinzas, destornilladores, la cortadora de pasto o el téster. Poner orden implica discernir qué cosas pueden ser útiles, y cuáles estorban y es necesario tirar. En la vida nos pasa algo semejante.
Debemos desprendernos de viejos rencores, egoísmos, mediocridades que se superponen con las virtudes que necesitamos poner en primer plano. La Cuaresma es un llamado a dejar de lado la monotonía y elegir cada paso. Implica corregir el rumbo (poco o mucho) para orientarnos con claridad hacia el destino que anhelamos. Comienza el próximo 10 de febrero, Miércoles de Ceniza, llamado así por ser el gesto que se destaca en la celebración de las cenizas de la misa. Recibir la imposición de las cenizas es una manera de reconocer nuestra condición de pequeñez. El Mensaje del Papa para esta Cuaresma se titula «Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 9, 13) y lo subtitula: «Las obras de misericordia en el camino Jubilar». En este Mensaje Francisco nos enseña que «es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo».
El amor a los pobres y los que sufren no es idealismo fugaz, no es algo abstracto, sino compromiso concreto que se manifiesta en el cuerpo a cuerpo de la cercanía con los hermanos. También nos advierte del riesgo de «las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos».Una especie de ninguneo olímpico y universal, modo elegante de sacarse de encima a los hermanos de quienes se ignora su existencia, en una actitud de negación de la pobreza y la angustia. «La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar.
Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales.» Fijate que se trata de obras bien concretas, no de buenos deseos expresados en teorías. Hoy se celebra en la Basílica de Luján una misa en memoria del Cardenal Eduardo Francisco Pironio, fallecido el 5 de febrero de 1998. Repasando uno de sus escritos, él advertía acerca de «la soberbia de la fidelidad. Eso es tremendo. «Yo no soy como los demás hombres…» Creo que es uno de los pecados que pueden meterse más fuertemente en una comunidad». Recemos por su pronta beatificación. Mañana, 8 de febrero, se realiza en todo el mundo una jornada de oración y reflexión contra la trata de personas, un drama que afecta especialmente a niñas, niños y adolescentes, marcando sus vidas para siempre. Este fenómeno se refiere a quienes son destinados a la prostitución, al tráfico de niños para su venta o adopción ilegal, al tráfico de personas para la mendicidad o sometimiento a esclavitud, al tráfico de órganos. La fecha se eligió en homenaje a Santa Josefina Bakhita, nacida en Sudán y sometida a esclavitud desde niña, canonizada por Juan Pablo II en el año 2000. Si podés buscá en internet alguna referencia de su vida. Sumemos nuestro compromiso y oración.