La mirada crítica del autor y director va desde Roberto Cossa, a quien acusa de tener una “mirada oligárquica”, hasta el senador Pino Solanas. Se ocupa del Teatro San Martín, de la fama y del dinero.
Es Ricardo Bartís quien abre las puertas del Sportivo Teatral, su teatro escuela. Plantas, flores, luz y mucho aire contrastan con la historia de los sótanos de los independientes. Primero fue actor, luego pasó a ser creador de sus propias obsesiones, aunque muchas de ellas las comparte con William Shakespeare, Armando Discépolo, Florencio Sánchez o Roberto Arlt, por nombrar sólo algunos de sus favoritos.
Con sólo setenta butacas su último espectáculo –La máquina idiota– ya es un éxito de público, de viernes a domingos. Subrayará: “la situación con las instituciones –Proteatro e Instituto Nacional del Teatro– tiene algo paradojal. Son importantes para la subsistencia de los espacios, pero han incidido en el formato de los espectáculos. Con ese dinero pagamos el 40% de los gastos totales de la sala. Pero para darte el subsidio te obligan a que se publiquen críticas e inscribirte en Argentores, que tiene una estructura conservadora. La frase que “sin autor no hay obra” quiere zanjar una discusión estética. En los 80 y en los 90 se puso en crisis estos lugares –autor y director– pero los discursos dominantes no quieren saber nada de eso.
—¿Estás enojado con Argentores?
—Nunca se puede hablar con Roberto Cossa de por qué tiene esa mirada tan oligárquica. Quieren directores que respeten todas sus indicaciones y actores que reproduzcan sus diálogos, no vaya ser que haya una hipótesis superior que sea el lenguaje escénico. Ahora no se sabe quién dirige, escribe o actúa. Tal vez hicimos mal en pedir subsidios y deberíamos ser más “clandestinos”, como propuso Alfredo Casero (se ríe).
—¿Por qué tus entradas son de $ 100? Los independientes siempre tomaron como referencia los valores oficiales. Este año el San Martín cobró $ 70 y $ 90, y el Cervantes $ 50.
—¡Ellos tienen plata! Alquilan las salas para fiestas, son funcionarios y obtienen prebendas de distinto tipo. Estamos tan abrumados por las groserías y las trapisondas de ciertas modalidades de lo que se llama “corrupción”, que nos parece menor el que acomoden gente o que dirijan personas que en otros lugares, no podrían hacerlo. Nosotros no estamos haciendo tiempo para pasar al teatro comercial o estatal, queremos quedarnos de este lado.
—¿Qué ofrece el teatro comercial?
—Dinero, fama y garantías, nosotros no podemos. Hace años que vienen actores y me dicen que quieren que trabajemos juntos. Pero ambos sabemos que no podríamos tener varios meses de trabajo, explorar e investigar sin dinero. Hay que tener tiempo y ganas. No es frecuente el caso de Luis Machín, que aceptó integrar el elenco de La pesca y crear junto a compañeros nuevos.
—Trabajaste en las salas del San Martín y del Cervantes: ¿cuáles son los límites para un artista?
—No son límites geográficos, sino de lenguaje. El San Martín es el teatro de la ciudad de Buenos Aires como si fuese el Hospital Fiorito, Fernández o Garrahan. Si necesito voy, porque pago mis impuestos, por eso mismo deberían facilitarme el trabajo. Pienso que tengo un derecho ganado a ser convocado y acomodarse a mi forma de trabajar. Si no, uno finalmente termina haciendo lo que habitualmente no hace. El Cervantes está cuidado, cuando fui las luces estaban bien y ¡hasta tenían papel higiénico en sus baños! Mientras que el San Martín es un desastre, está abandonado, no se pagan los sueldos, hay un desguace impresionante y esto no es de ahora.
—Hay varios premios teatrales frente al inodoro, en el baño de tu sala…
—Los premios no sirven para nada, sólo para que momentáneamente brindes con la gente que querés. Antes fue un gesto, pero no lo pienso como un tema.
—¿Qué sentís cuando ves a Fernando “Pino” Solanas como candidato y hoy senador?
—Trabajé en El viaje, lo conozco y lo respeto como director de cine e intelectual. La política partidaria tiene una modalidad, como peronista tiene una forma a la vieja usanza, como situación conservadora, como cacique. Es un problema de narcisismo y autorreferencialidad, que lo tenemos muy claro en la actuación, porque es peligroso. La presidenta de la Nación por momentos también es de una autorreferencialidad insoportable, sé que la política lo necesita.
—Se escucha que no son tiempos democráticos: ¿qué opinás?
—Es una situación entorpecedora. Desde hace mucho hay un momento de gran confusión, o estás de un lado o del otro. Parece ser existencial ser k o anti k, irracionalmente, a veces sin argumentos, como si la época te definiera por tal o cual paradigma.
—¿No había pasado durante el primer peronismo?
—Sí, pero eran tiempos en que se creía en la revolución. Existe plenamente la democracia en la Argentina, decir lo contrario sería mala leche. Hay cosas que no me gustan, pero nunca antes escuché tantos insultos contra un primer mandatario, como lo que le dicen a nuestra actual Presidenta. La libertad es total, gente que tiene aspiraciones presidenciales –como Macri– dice barbaridades y no pide disculpas.
—¿Tenés algún balance teatral para este fin de año?
—El teatro comercial le ganó la pulseada al estatal y al independiente, ahora presenta repertorios cultos, sumó directores de prestigio que sacó de las salas alternativas y le agregó actores conocidos. Pero a pesar de esto veo en la escena signos de gran vitalidad, tanto Alfredo Alcón como Eduardo “Tato” Pavlovsky que este año estuvieron sobre el escenario. También el caso de Agustín Alezzo que sigue estrenando e impulsando a sus alumnos, más allá de que no me interese su estética, es admirable.