El sueño eterno

El sueño eterno Argentina y Alemania definen en Rio de Janeiro un mundial inolvidable. “Es el partido de nuestras vidas”, resumió Mascherano, el líder de la selección. El sueño eterno

No hay mañana. Para Argentina y Alemania, la estación Maracaná simboliza el punto final de un viaje excitante, el de un mundial inolvidable no sólo para las dos selecciones que intentarán consagrarse en el templo más grande del fútbol. Pero sólo ellas llegaron, cada una con argumentos bien diferentes, a la cita decisiva. La que no da revancha.

No cuenta la motivación como elemento a trabajar por los entrenadores; ya lo dijo Javier Mascherano con la voz entrecortada el miércoles, después del triunfo de Argentina ante Holanda: “Vamos a jugar el partido de nuestras vidas”. Con esa certeza instalada en la cabeza de los protagonistas, ¿quién puede necesitar una dosis extra de deseo? El subcapitán de Argentina, en todo caso, refleja el espíritu de un equipo que se fue metamorfoseando en el camino, hasta llegar a Río de Janeiro pintado a la imagen y semejanza del líder; se mascheranizó a medida que se fue alejando de la mentada dependencia de Messi. Todo un rasgo de carácter.

Ayuden a Leo. Ese perfil de equipo de colmillo filoso, que fue suficiente para recorrer la ruta de vuelta al Maracaná –donde empezó la aventura argentina el 15 de junio–, tal vez no alcance para dar el zarpazo al título. Será necesario hoy, mucho más que contra Bélgica y Holanda, que el equipo acompañe a Messi cuando le toque atacar. O contraatacar. Que le ofrezca opciones de descarga, que se arrastren marcas, para que Leo pueda elegir acelerar y llevarse la pelota (gol suyo a Bosnia en el debut) o atraer rivales para soltar la asistencia (gol de Di María a Suiza). Resulta difícil imaginar que el capitán levante la Copa si antes él mismo no tuvo el protagonismo que se espera del mejor futbolista del mundo en una final. Aunque discrepe Jorge Valdano: “Del momento de Messi no se puede esperar una gran actuación, sino una gran jugada”, escribió ayer en El País de España.

El ataque, la defensa. Sabella supo dotar al equipo de un sentido solidario que no se le había visto antes del Mundial, e incluso tampoco en los tres partidos iniciales. Defienden todos, como le gusta al entrenador. Hombro con hombro, sin regalar espacios. Así lograron llegar a la final con la valla menos batida de los cuatro equipos que completarán los siete partidos: recibió apenas tres goles. Esa capacidad, simbolizada en el quite heroico de Mascherano ante Robben, será puesta a prueba por el mejor ataque del torneo. Un dato: ocho alemanes se reparten los 17 goles del equipo (Müller, Schürle, Hummels, Klose, Kroos, Götze, Khedira y Ozil), señal identitaria de un equipo que es un bloque. Si en Argentina todos defienden, en Alemania todos defienden y atacan.

Pero eso no la convierte en una mole imposible de atravesar. Ghana, Argelia y también Brasil –cuando el partido ya estaba descompuesto, es cierto– supieron encontrarle las costuras a una defensa que a veces ofrece grietas. Será cuestión de buscarlas.

La gloria. Las disquisiciones tácticas y estratégicas son tan importantes como los intangibles que rodean a un partido único. Ese que nunca tuvieron el honor de jugar leyendas como Di Stéfano, George Best, Eusebio y Platini, por ejemplo. Tener un lugar en un partido semejante es otro motivo para salir a la cancha con el pecho inflado, en una ciudad conmovida por la presencia festiva de alrededor de cien mil argentinos. Los que quieren ser testigos –adentro o afuera del estadio, donde se pueda– de un hecho que puede marcar para siempre también a los brasileños: que Argentina celebre un título mundial en sus propias narices.

La Selección disfruta su primera final después de 24 años, cuando el recuerdo de Italia 90 ya destiñe. En ese lapso, varias generaciones pasaron con más pena que gloria; Redondo, Batistuta, Simeone, Ortega, Ayala, Verón, Zanetti, Crespo, Sorin, Riquelme y Crespo son once apellidos ilustres que representan esos cinco mundiales que quedaron en blanco. Una buena razón, otra más, para que Messi y sus amigos tumben al favorito.
Y logren así el milagro de que los colores argentinos iluminen esta noche al Cristo Redentor. Una hazaña que haría de Río, más que nunca, una Cidade Maravilhosa.