Nunca fue tan sencillo creer que se puede ser candidato a cualquier cosa. Por el momento, parece bastar la sola pretensión pero, en medio del desolado afán, algo ha cambiado para bien en las cercanías de la construcción política: los depositarios territoriales de la voluntad popular, que a fuerza de gestión han ganado merecido terreno, concentran buena parte del aval a la boleta que saldrá de la negociación que se gesta aguas adentro del partido de gobierno. Es una buena noticia porque rompe, por primera vez en muchos años, la prevalencia de la superestructura, pero lo hace sin bombos y platillos y fuera de la cáscara partidaria, que hace muchos años es sólo una sede para celebrar la noche de las elecciones. Los jefes comunales, sin posibilidades de representación real en la estrecha mesa de los resultados, parecen haber ganado peso en una novedosa convergencia que los coloca como actores centrales de este momento definitorio.
Puede que después de tanto tiempo, haya llegado la hora de no continuar gerenciando la vida política de las ciudades, que tanto daño ha causado a sus instituciones. Otros males vendrán a por ese terreno, seguramente, aunque no deja de ser alentador que el fin de ciclo sea, al fin, para todos y todas. Si, en verdad, es posible saltar de esta modernidad, «enemiga acérrima de la contingencia», según Bauman, al siguiente paso evolutivo de la especie política, quizá hasta dé para algún festejo. Pero ¿por qué es importante que las comunas, como eslabón primario del sistema, se vuelvan gravitantes?. La respuesta puede encontrarse en una reconocida chanza del propio General: «el hombre es naturalmente bueno, pero si se lo controla, es mejor». Ahora bien, antes de perder por entusiasmo, siempre es preferible hacerlo por incredulidad y, en este sentido, volver la mirada a la gente, con quien cada Intendente debiera mantener compromisos por sobre cualquier acuerdo, es suficiente para esperar un cambio.
Sobre todo, si es verdad que la rotura definitiva siempre le gana al enemigo permanente. Operativo retorno Ingeniosa frase de museo setentista utilizó alguien de la comuna local esta semana, para aludir la vuelta a sus casas de las familias afectadas por la inundación. En realidad, lo que retornó fue la propia inundación, luego de un festival de obra pública en el cual faltó lo esencial para que en Concepción del Uruguay no haya un sólo inundado: la defensa norte. No hacían falta sobrevuelos por la desgracia. Sólo una firma y algo que los hechos consumados volvieron vano, simultáneamente: llamar a licitación para construirla. Preocupante argumento el de la concejala justicialista Daysi Prieto, quien aseguró esta semana que el lugar donde se gestionan los fondos es el mismo donde se solicita el dragado, hace varios años. Nadie quiere, por supuesto, que la suerte grela confirme lo que se sabe por experiencia. Quizá la política como escenario de los treinta segundos de fama, no dio tiempo a muchos a revisar la dialéctica urgente.