Leo empezo bien y termino mal, como su equipo en la caida ante el Real. Sigue a un tanto de igualar al goleador historico de la liga.
Nada. Nada de nada, de nada. Barcelona llegaba ancho al Bernabéu a pasear su liderazgo, la racha invicta del arquero Claudio Bravo y la expectativa de postre: que Messi alcanzara el récord de goles de la Liga en la Casa Blanca. Que el jugador bandera, el mejor producto de La Masía, el embajador de un equipo de embajadores mundiales, su genio amor, ése, se riera de la historia ante el rival histórico. Nada. Messi no estuvo imparable; al revés: en los primeros ocho minutos cometió dos faltas de tarjeta amarilla, que recién vio en la segunda infracción, 50 segundos después de cometer la primera. Una muestra sintomática de su partido torcido.
Como si tuviera la necesidad de ahuyentar los fantasmas, Leo tuvo el tiro libre final. A esa altura, no uno que posibilitara cambiar el resultado, pero sí el que le entregase el consuelo de pararse en ese instante al lado de Telmo Zarra, el pichichi del Athletic de Bilbao. Messi debía convertir desde una posición casi ideal. Pero se dio la regla. Así como cuando el termómetro de su confianza está a tope se sabe por dónde encarará Leo y, también, que nadie lo detendrá más allá de acertar previamente el recorrido que hará. Así, también, se sabe que si Messi ya se corrió del partido, no hay manera de que vuelva.
El remate, ese último, no es la primera vez que sucede. Messi tuvo una de sus peores actuaciones en la Selección en la Copa América 2011. Perdido en aquella noche contra Colombia, el tiro libre del descuento lo mandó a la parte alta de una de las tribunas de la cancha de Colón. Lo mismo sucedió en la final del Mundial, cuando arrastraba la cruz de la decepción. Su condena se repitió ayer, con la foto que resulta un estigma.
Una. Messi tuvo una. Una chance de apropiarse de la tarde, cuando su equipo ganaba 1 a 0. Luis Suárez, que volvió del exilio de la mordedura, le dio un pase por abajo y Messi llegó por el punto penal para convertir. Iker Casillas desvió al córner una posible sentencia. Además del récord personal de Messi, estaba en juego el mismísimo resultado.
“Juntalo, juntalo”, les gritaba Luis Enrique a sus jugadores, a la vez que acompañaba las palabras moviendo los brazos. El entrenador quería un equipo corto. Messi se ubicó de 5, de 10, de 7, de 11 y hasta de 9. Desde ninguna posición logró manejar al Barça. Tampoco, controlar su propio fastidio, que fue en aumento. Y silencioso, dejó de actuar.
Leo no pudo torcer el destino de la tarde. Con sólo dos remates al arco en todo el partido y un pase exquisito a Neymar que acabó en poca cosa, Messi se apagó al ritmo del Barça. O viceversa. Como sea, Messi ayer no fue Messi. Fue nada, de nada. Los hinchas del Real Madrid le dieron las gracias.