Robin Williams fue fruto del stand up, de un fenómeno de los 70 y los 80. Fue alguien que desensilló una cultura que Hollywood traía de los 40 y los 50. Creo que fue un gran actor, cuyo histrionismo fue innegable. Para mí es un arquetipo de una clase de ser humano: el amigo de siempre. Nosotros tenemos un amigo de siempre. Todos tenemos un amigo como Robin en algún lugar. Gente que viene a alegrarte el corazón.
La película Más allá de los sueños (1998) tuvo una preproducción muy larga, que duró un año y medio de trabajo previo y casi seis meses de producción concreta. Durante dos años nos vimos prácticamente todos los días. Robin se metía en todo, sobre todo con ese humor que se podrán imaginar: era exactamente en la vida real como lo pueden ver en la pantalla. No era distinto. Todo el tiempo improvisaba: el personaje de Aladino, el genio de lámpara, es él en la vida real. No por nada fue la primera vez que primero se grabó al actor y después se dibujó al personaje: no había forma si no de traducir ese continuo de diarrea emocional cómica y locura. El era así en la vida real. Hay anécdotas que me lo recuerdan así. A Robin le interesaba el sofismo igual que a mí, y me hacía chistes como si fuera una cosa musulmana (que en realidad no es) y se cubría toda la cara menos los ojos y me preguntaba: “¿Qué es esto?” sólo para responder: “MTV en los países musulmanes”. Y bailaba. Así era Robin.
Más allá del cliché de la tristeza del payaso, la verdad es que tristeza tenemos todos. El payaso busca alegrar al universo, seguro, pero busca alegrarse a sí mismo, básicamente. Yo no le vi momentos de tristeza. Sí momentos de meditación y de profunda honestidad. Lo que él tenía es que se metía para adentro como actor y como actor era un actor muy honesto, lo cual, por citarme a mí mismo, ya que lo he dicho muchas veces, no siempre redunda en una buena actuación. Los grandes actores son muy deshonestos y él era muy honesto. Se metía para adentro. Cuando estuve nominado al Oscar por Más allá de los sueños, fuimos en una limusina juntos con él, su mujer y mi mamá. Y era muy gracioso. Ese año hubo una protesta afuera de los Oscar porque le daban un premio a Elia Kazan, que había denunciado a sus amigos durante el macartismo. Quedamos atascados. Nos tomamos todas las botellas de champagne que había en la limusina en esos cuarenta o cincuenta minutos que esperamos y, cuando bajamos, estábamos todos en curda en la alfombra roja (incluso mi vieja). Y él se fue bailando con mi mamá. Las cosas que contó, las que decía: no hay forma de contarlo sin imitarlo a Robin.
El tenía algunas frases que quizá justifican las cosas tremendas que le pasaron. Decía que la cocaína era la manera en que Dios te recuerda que estás ganando demasiado dinero. Lamentablemente, ganó mucho dinero Robin.
Pero me sorprendió lo que pasó.
Estuve muy abatido. Había quedado en entregarle el Cóndor el lunes a Susana Giménez, tuve que ir pero hubiera hecho cualquier cosa por quedarme en casa y no ir a ninguna parte. Muy sorprendido. No me lo esperaba. No creí que él fuera una bomba de tiempo.
Yo creo que lo que hay en los grandes cómicos es un profundo conocimiento de la naturaleza humana. Y nosotros reconocemos que tienen razón. Vemos que hablan de algo real, no imaginario. Robin era un sabio.
Lamentablemente, la enfermedad a veces es como una posesión: te agarra. Y creo que eso le pasó a él. Lo hablamos de hecho cuando estábamos haciendo Más allá de los sueños, ya que la tesis del film era que el suicidio no era salida porque del otro lado uno se encuentra con el mismo problema. Pero a veces no se puede juzgar. Hay que tener compasión.
*Ganador del Oscar y director de Amapola. Trabajó con Robin Williams.