Juan Carlos Blengio, 35 años, compartió la pretemporada de Tigre con su hijo Matias, de 17.
El reloj marca las seis de la tarde y el defensor e ídolo de Tigre, Juan Carlos Blengio, llega puntual a su casa. Matías, su hijo de 17 años y arquero del Matador, esperaba junto con su madre y sus dos hermanos con el mate sobre la mesa. La visita a la localidad de El Talar encierra una historia particular: un padre y un hijo que comparten una pretemporada en el mismo plantel.
“Me pidieron que yo mismo le comunicara a Matías que sería parte de la pretemporada. Lo primero que hice fue llamar a mi señora. No lo podía creer. Sentí una gran emoción”, inicia el Chimi, como suelen llamar al experimentado jugador de 35 años. La noticia cayó de sorpresa mientras Matías, apodado el Mono, descansaba en su cama. “No me lo esperaba. Apenas me levanté me dijo que al otro día me tenía que presentar con el plantel. Era un sueño que teníamos los dos”, recuerda Matías.
Durante la pretemporada parecían dos extraños. Se sentaron en lugares separados en el micro, durmieron en habitaciones distintas en el hotel y ocuparon mesas alejadas en las comidas. No existían los besos ni los saludos. “Carlos Luna y Martín Galmarini me recriminaban que no le daba bola a mi hijo, pero él se las tenía que arreglar solo, debíamos mantener una distancia”, cuenta el más grande de los Blengio mientras ceba un mate y se lo cede a Matías, que arremete: “No nos cruzábamos mucho, ni siquiera me animaba a decirle ‘papá’. En la cancha lo llamaba Chimi y eso ya me parecía raro”.
Primera vez. La coincidencia dentro del mismo equipo en un partido amistoso apareció en la lista que confeccionó el flamante entrenador de Tigre, Mauro Camoranesi. Por primera vez los guantes de Matías custodiaron los movimientos de Juan Carlos, al revés que en la rutina diaria en la casa. El padre, orgulloso, reconoce: “Estaba más nervioso que él, no quería que le llegaran al arco”.
Juan Carlos ya había dirigido a su primogénito en la Asociación de Fomento Unión de El Talar, club barrial del cual es presidente y director técnico. En esa institución es el entrenador de su otro
hijo, Franco.
Antes de partir a la pretemporada en Tandil, el mensaje de Griselda, madre de Matías y esposa de Juan Carlos, fue claro y preciso: que no pelen al hijo. Chimi no prometió nada y el típico ritual que somete a los nuevos del plantel a una rapada de bienvenida se hizo realidad. “Traté de evitarla, pero no pude”, se sincera
el arquero y acota rápidamente el defensor: “Los rituales son sagrados, él no tenía coronita por llevar el apellido Blengio”.
El sueño pendiente del emblemático defensor de Tigre es jugar con su hijo algunos minutos en un partido oficial, pero sabe que no será sencillo: “Sé que no me queda mucho tiempo de carrera, quizás uno o dos años más. Matías ya fue convocado a las selecciones Sub 15 y Sub 17 pero su puesto es más complicado que cualquier otro y por eso es difícil que podamos compartir ese momento. De todos modos, ya estoy orgulloso de haber vivido varios entrenamientos y dos amistosos junto a él”.
Devotos del Gauchito gil
La vida de Juan Carlos Blengio pasó por sobresaltos y la protección del Gauchito Gil llegó en el momento justo. Un problema de salud de su hijo Matías lo ayudó a tomar la decisión de visitar a la imagen religiosa, siguiendo la tradición inculcada por su madre, Lidia, y su padre, Juan Carlos, un ex arquero del Matador.
“No nos salía nada bien. A Matías le agarraban convulsiones, no sabíamos por qué y por eso fuimos hasta el santuario de los Troncos del Pilar, prometimos viajar a Corrientes si se curaba, y lo hicimos”, relata el jugador.
Chimi se aferró tanto al santo popular que construyó un santuario enfrente de su casa, colocó una escultura en su patio, se tatuó la imagen en el brazo junto con su hijo y hasta le extendió la fe a su compañero, el Chino Luna.