El equipo de Patricios tuvo el primer guiño del destino después del accidente: con un jugador menos, le empató a San Lorenzo en el tercer minuto de descuento. Goles de Belluschi y Ábila.
Hace ya varios años que a San Lorenzo y Huracán los separa mucho más que las pocas cuadras que hay entre sus estadios o sus sedes. Aunque nacieron el mismo año –1908– y crecieron casi juntos, la realidad del último tiempo se encargó de distanciarlos: mientras que uno fue campeón de América, jugó contra el Real Madrid una final del mundo y es protagonista del torneo local con cierta regularidad, el otro sufrió el olvido en las profundidades de la B, tuvo crisis de todo tipo –económicas, deportivas y dirigenciales– y apenas disfrutó de la pequeña caricia que significó ganar la Copa Argentina, un título tras 41 años sin nada.
Esa asimetría, que en un partido de fútbol puede una teoría inaplicable, se plasmó anoche durante 92 minutos. Pero como el fútbol suele derribar a la historia en un segundo, al final de la noche, casi en el último instante, un gol agónico de Wanchope Ábila hizo que el Ducó, el estadio más romántico del mundo según el periodista alemán Christoph Biermann, se transformará en un grito unido. Un empate que igualó a los dos clubes del barrio como hacía hace algún tiempo la escuela pública.
San Lorenzo, de principio a fin, tuvo la actitud altiva que le impone Pablo Guede. No fue arrollador, pero sí protagonista: dominó la pelota a través de sus jugadores más talentosos –Belluschi, Blanco y Ortigoza– pero no pudo transformar ese dominio en situaciones de real peligro. Díaz, el arquero quemero, descolgó algún centro y no mucho más.
El cuestionamiento al esquema defensivo que planteaba Guede quedó agudizado por los insólitos errores que cometió Paulo Díaz (lo salvaron primero Prósperi con un cruce heroico, y después Torrico con una doble atajada).
Lo mejor del azulgrana llegó con su gol: fue una conexión perfecta entre Mussis, que vio el hueco que por lo general ve Ortigoza, Cerutti y Belluschi, que inició y terminó la jugada. En ese momento, Parque de los Patricios quedó en silencio y San Lorenzo, puntero.
Huracán, todavía aturdido por el accidente que sufrió en Venezuela, intensificó su desazón cuando expulsaron a Mario Risso. Si ya estaba en desventaja en cuanto a la actitud y al resultado, tener uno menos era, para casi todos los hinchas, la sentencia de que otra vez San Lorenzo iba a adueñarse del barrio. Pero fue ahí, en ese minuto final en que el fútbol puede hacer que del desorden surja un milagro, que apareció Ábila. Le pegó mordido, es cierto. Y la jugada ya venía desprolija. Pero a nadie le importó. Fue ahí cuando las diferencias entre uno y otro quedaron de lado.
Ábila: “ahora me divierto”
A la hora del festejo post partido, el autor del gol del empate, Wanchope Abila, se acordó del mal momento vivido en Venezuela. “Antes no me divertía, ahora me divierto. Mi familia, mis amigos, es más importante que tres puntos. después d elo ocurrido, esto es lo último”, contó, y agregó sobre el empate: “Pusimos empuje, ganas, huevos. Seguimos demostrando que siempre salimos”.
Prósperi, por su parte, se lamentó: “Nos dormimos, no puede pasar. Había que mover la pelota y no nos salió. El resultado no fue justo.”