Llegó a la academia bajo un manto de oscuridad por su representante y lo tuvieron en cuenta cuando se lesionaron Milito y Hauche. Desde ahí, no salió más, y hoy es uno de los goleadores del campeonato.
La nena lo mira con admiración. La nena, morocha, quiere saber:
—¿Por qué te dicen la Pantera?
—Porque tengo la piel como vos.
Gustavo Bou es el nuevo animal del área. Su apodo no es sólo la cáscara; es la esencia de un hombre que se reinventó en 944 minutos. Un tiempo meteórico para pasar de los insultos y las sospechas por su pase, al Olimpo de los hinchas de Racing, con diez goles. Un pasaje del abismo al cielo tan corto como su apellido. Bou, de todos modos, es la marca del documento.
El prefiere otra firma. La Pantera se presenta así, como la Pantera. Ese felino negro forma parte de su epidermis, como un tatuaje, uno de los tantos que decoran su cuerpo. También se inscribe el nombre de su mamá, que murió cuando el goleador de Racing tenía 15 años. Por entonces, empezaba a tallar su futuro en las inferiores de River. Quiso dejar el fútbol, pero su madre, en la etapa de agonía, le pidió que no abandonara. Quiso que Bou peleara contra lo que todavía ella no sabía: el destierro de River, la altura de Quito, el oprobio en Gimnasia. Que se bancara que lo señalaran como un negociado de su representante, Christian Bragarnik. Que esperara su oportunidad en el banco, detrás de Diego Milito, Gabriel Hauche, Facundo Castillón y Ricardo Centurión. La madre, a la que le dedica los goles mirando hacia arriba, le pidió que se encontrara a sí mismo. Que Bou, su hijo, fuera la Pantera.
De los botines al récord. Para Bou, el de mañana no será un partido cualquiera. River es el equipo a superar para Racing y el punto de partida de su historia. Fue el club que lo hizo debutar en Primera gracias a Diego Simeone, que les dio su aprobación a los dirigentes para que le hicieran el primer contrato. River, también, es una cuenta pendiente. Apenas anotó tres goles en 32 partidos y su apellido en Núñez se amontona en la bolsa de los olvidados.
Su ídolo también es de River, esa referencia ineludible para un delantero que se define como la Pantera y admira a uno conocido como el Conejito. Saviola es esa especie de hombre de área al que le observaba los movimientos para mejorar.
“Mi familia me inculcó el hambre, siempre quiero más”, le dijo esta semana a Olé. Antes aspiraba a comprarse unos botines como los de Saviola; ahora, a ser el hombre récord de Racing: está a dos tantos de Lisandro López, el máximo goleador de la Academia en un torneo corto.
Hasta acá, su transformación se resume en siete goles con la pierna derecha, uno con la zurda y dos con la cabeza. Un menú de delantero con recursos. El último gol lo marcó de tiro libre, algo que en Racing no sucedía desde hacía tres años. Bou lo hizo.
Otra historia. Usa aritos, tiene los brazos tatuados y un corte de pelo marca registrada de los futbolistas; el envase del prototipo actual de jugador. A Bou le faltaba el contenido. Dejar atrás los estigmas. “Mi familia sufrió por todo lo que se hablaba de mí”, reconoció en TyC Sports. Habla, otra vez, de la familia. Respetuoso y tímido, se apega a su círculo cercano. “Cuando entra en confianza, es divertido”, le dice a PERFIL una amiga del 23 de Racing.
Hace unos días, volvió de un viaje relámpago a Nébel, su barrio de Concordia, Entre Ríos. Uno de sus hermanos se sorprendió cuando lo vio llegar. Para él, también, llegaba el ídolo. Como para el chico que le dijo que se iba a tatuar su cara.
Bou no termina de creer el nuevo escenario. Las situaciones surrealistas se le cruzan en un camino que recorre con goles, después del ostracismo. Olimpo había sido el único club en el que pudo demostrar su talento. Parecía un espejismo, que encima se presentaba en la B Nacional.
Con los pies en Primera, Bou tuvo que esperar que se alinearan los planetas: que se lesionaran Milito y Hauche y que la lluvia inundara la Bombonera. Después de aquella suspensión del clásico, llegaron su primer doblete en Racing y la titularidad.
La nena que lo admira sonríe. Bou es como ella: su piel es morocha. El color y la marca de alguien que se mueve como una pantera. La pantera negra que sueña con Racing campeón.