El árbitro saldó una vieja deuda con Brasil. ¿No es hora de replantearse la crítica desmedida?
Augusto Do Santos
El linchamiento mediático que sufre Yuichi Nishimura por el penal que sancionó en el partido inaugural del Mundial no conoce de límites. ¿No es hora de replantearse la crítica desmedida y darle la derecha al juez?
Desde los medios de comunicación, y como corresponde por cierto, vivimos condenando el bullying. Y es que, socialmente, vivimos en tiempos de bullying; tener la nariz o las orejas un poco más grande que lo regular, poco cabello, algún sobrante de carne, ser fanático de “El Polaco” y su música popular, leer autoayuda, ser hincha de Gimnasia y Esgrima La Plata; nada se perdona y todo es juzgado desde la más impiadosa de las intolerancias, burlándose hasta el hartazgo del otro tan solo porque es diferente.
No obstante, hay que hacer una autocrítica desde el periodismo: ¿por qué, por un lado, condenamos al bullying pero otro lo ejercemos y lo fogoneamos, reproduciéndolo una y otra vez? Fijémonos en el caso más grande de estos días, en lo que se está haciendo con el pobre Yuichi Nishimura.
Si cada una hora hay un accidente de tránsito, cada cinco minutos hay un nuevo chiste en la tele, en los diarios y en la radio sobre la honra de este noble árbitro; en Facebook y Twitter también, hasta se volvió a usar Fotolog solo para vilipendiar a este referí. Por lo demás, se sabe, no hay nada más caro para un japonés que su honra y es por eso, justamente, que en ese punto es atacado este buen hombre al que lo mínimo que se le dijo es que es un ladrón hijo de una prostituta.
Dicho sea de paso, ¿hay algo de malo en descender de una trabajadora del sexo? ¿Y el saber popular de que hay perdón si se le roba a un ladrón? ¿O ya nos olvidamos de la banda de cuarenta rufianes croatas que asaltó más de noventa viviendas en España, allá en 2009 ?
La cara de Yuichi Nishimura, enjuta y firme como la cara de la justicia, se ve mancillada en una escalada de acoso nunca vista y que ya no respeta nada, incluso lo más preciado del pueblo latinoamericano, el pueblo del Papa, que es su creencia en Dios; el Cristo Redentor y sus treinta y ochos metros sagrados, aparecen violados en montajes que ponen en el lugar de la cara de Jesús la de Yuichi Nishimura. Y las figuras populares, aquellas cuya opinión tanto peso tienen y más aún en cuestiones deportivas de interés universal, se suman al apedreo masivo: “Un choreo”, acusa Eugenia Tobal; “Nishimura no dishimula” arremete Pedro Alfonso; “Volvé a Japón”, dispara Emilia Attias; “Qué chorro este árbitro”, denuncia Nicolás Magaldi.
¿Y es que ahora todos sabemos más de arbitraje que un juez designado por la Asociación Internacional del Fútbol para la máxima justa futbolística del mundo? El señor Luis Felipe Scolari, apenas terminó el partido de la supuesta polémica en el que Brasil le ganó holgadamente a Croacia, aseguró una y otra vez que fue penal. Entonces, uno también se pregunta: ¿ahora todos, incluida Eugenia Tobal, Pedro Alfonso, Emilia Attias y Nicolás Magaldi, todos sabemos más que este director técnico que dirige a la selección más ganadora de todos los tiempos y con la que, dicho sea de paso, ya levantó una Copa del Mundo?
Es una lástima, pero como comunicadores y como sociedad estamos fallando en cuestiones fundamentales para hacer del mundo algo mejor: no tenemos que querer saber más que los profesionales; si a nosotros nos gusta que nos respeten en lo que somos probados expertos, en nuestros trabajos, profesiones y oficios, hagamos lo propio con el resto. Por lo demás, y en todo caso, Yuichi Nishimura dio un gran ejemplo para todos de lo que es el sentido más válido de justicia, porque en el supuesto caso de que el penal del jueves no haya sido penal, el árbitro japonés no hizo sino saldar la deuda que el fútbol y él en particular tenía con Brasil, por aquel penal que no sancionó en Sudáfrica 2010, cuando la selección verdeamarela se quedó afuera contra Holanda en Cuartos de Final.
Así las cosas, solo resta decir que ojalá Edgardo Codesal Méndez siga el ejemplo de Yuichi Nishimura, deje de criticar a sus colegas de siempre desde el cómodo sillón de panelista, retome el silbato y las tarjetas, y nos devuelva la justicia que nos debe desde hace veinticuatro años. Y, en todo caso, si el paso del tiempo y el estado físico son excusas para no hacerlo, que aprenda también del honor japonés y delegue su deuda y compromiso a su hijo mayor, haciéndolo árbitro y obligándolo a darnos un penal en una final del Mundo.
(*) Especial para 442