Una muestra en diferentes formatos –fotografías, videos, esculturas, intervenciones en la vía pública. La Bienal de Ushuaia puede visitarse en la Casa de la Cultura, la Antigua Casa Beban, Espacio Renacer, la Galería de Arte del Museo Marítimo y en diversos espacios públicos a través de
De la maldita circunstancia del agua por todas partes se quejaba Virgilio Piñera en La isla en peso, un extenso poema en el que agotó las maneras de pensar una isla. En este caso: Cuba. Sin embargo, las consideraciones del poeta pueden llevarse a otras latitudes. Hasta las más extremas, como es la ciudad más austral del mundo. Para seguir pensando por medio del arte, la Bienal Regional de Arte Contemporáneo propuso el nombre: Islario.
Emplazada en varios espacios de exhibición, el evento invita a un recorrido que superpone pasos turísticos, artísticos y de vida cotidiana para ver las obras de los veinte artistas y cuatro colectivos que fueron seleccionados, más los seis artistas invitados que lo componen.
La Antigua Casa Beban es desde 1994 sede de eventos culturales (la familia Beban la compró por catálogo en Suecia y la emplazó en ese lugar en 1911). Allí están, entre otros, los dibujos de Lorraine Green, de árboles y letras que se vuelven parte de sus ramas. Casi enfrente de este sitio está el Foyer Ego Pereda de la Casa de la Cultura. Un video de María Jacob en donde un tubo recorta el paisaje que se entrevé desde la playa. Leves modificaciones: perros que pasan, el viento que sopla, alguna persona. Quedan para el espectador (dura una hora) las asociaciones y metáforas.
Hay perros sueltos que son parte de otro paisaje. La gente admite la precariedad como esencia: cuando se van, dejan todo atrás y así quedan los perros. Mucho de eso está en el arte que convoca esta Bienal. Obras que hablan de puentes, de valijas, de lazos que se atan y se rompen. Tal vez, la literalidad y el uno a uno ganan la partida para la historia de vida –y la pueden perder para el arte–. No siempre. Un auto abandonado en la playa se separa de la herrumbre y el horror con la intervención de Carina Gavalda, que lo borda con piedras, maderas y caracoles.
En la fábrica Renacer, otro de los enclaves, el móvil del grupo Escaleno realizado con ramas que cuelgan y parecen el esqueleto de algún monstruo inventado puede levantar vuelo y despegarse del discurso que intenta atraparlo. “Cuando llega el fin de año, nos vamos para el Norte”, cuenta uno de los artistas, que vive en Río Grande. En Tierra del Fuego, el Norte es un absoluto: no hay otro lugar adonde ir.
Un nudo portuario y turístico tiene su origen en la cárcel que funcionó hasta 1947. El Museo Marítimo funciona en ese edificio y en la galería de arte de lo que fue el presidio hay un video de Gustavo Facciuto y fotos de Miguel Pereyra, además de las fotos de Rivera Luque y una instalación de Pastorino Cané, entre otros. En la parte histórica del penal, una imagen de Ricardo Rojas, de sus días de confinado, después del golpe de 1930. Está escribiendo, tal vez, Archipiélago, ese libro en el que imagina la vida de los onas y los yámanas. Rojas fue un gran inventor de artefactos culturales, entre ellos la literatura argentina para la cátedra que se fundó en la Universidad de Buenos Aires en 1912. Algo de esa empresa vuelve como evocación para esta tercera edición, que se da en el contexto del MAF (Mes de Arte Fueguino) y que está curada por María Teresa Constantín. Porque reafirma una voluntad de construir una continuidad y un circuito para el arte contemporáneo en un territorio en que todo suena a invención y desafío.