El actor protagoniza Corteo, que la compañía canadiense presenta en Vicente López. Considera que en Argentina se respira furia.
Corteo es un homenaje al circo de principios de siglo pasado, y su imaginario, entre la caricatura y el sentimiento genuino, es parte de una megaempresa liderada por Daniele Finzi Pasca. Una billonaria empresa. En Corteo se narra la muerte de un payaso, su instante “donde recuerda toda la vida”, y con ese eje, fastuoso en melancolía y excesos victorianos, el Cirque du Soleil se encuentra hoy dando sus shows en la carpa instalada en Vicente López (en el Complejo al Río, Laprida y Bartolomé Cruz hasta el 7 de agosto). Pero, entre los sesenta artistas en el escenario, hay uno que se destaca: Victorino Luján. Primero se nota por lo obvio: mide 2,08 metros y su voz es como si una montaña decidiera hablar. La segunda es su presencia en el escenario: es el mejor amigo del payaso protagonista. “En Canadá estudié ópera, jugué al básquet, pero para ser sincero cuando me buscaron del Cirque yo estaba muy mal. No diré que me salvó la vida, pero definitivamente le dio un sentido del cual carecía”, dice Victorino, que fue parte de Los juegos del terror (descartable programa de Raúl Portal) haciendo de la momia y agrega “también estuve en Brigada Cola. No fueron sencillos esos años.” Eso sí, Victorino insiste que “se extraña mucho Argentina, a la familia, a los amigos. Las cosas de vivir allá. Pero, como te decía antes, está muy buena esta vida”.
—O sea que pasaste de no haber pisado un circo a ser parte de una megaempresa como el Cirque du Soleil. ¿Cómo fue eso?
—Obviamente me llamaron por el tamaño, porque no voy a negar lo obvio. En el 98 era parte de un espectáculo de payasos para chicos, y ahí estaba un actor que se llama Alfredo Allende. Ese mismo día que yo fui fueron dos scouts del Cirque, y me encerraron y me insistieron en que después teníamos que hacer una prueba. Ahí la tensión fue infinita. Duró como una hora la prueba que me hicieron, me filmaron todo. Y después, por dos años, nada. Y en el 2000, otra vez un casting, intenso, y en un momento me dijeron: ya está, ya vimos todo lo que tenés para ofrecer. Yo pensé que me había quedado afuera.
—En febrero de 2005 fue tu primer día. ¿Cómo resultó?
—Ni siquiera fui a un circo de chico en Buenos Aires. La primera vez que pisé un circo fue cuando me incorporaron en Montreal, a esta obra, así que te imaginarás era una montaña de nervios. Yo sentía que estaba por jugar con la Selección. Aparte soy tan grandote como tímido. Pero fue increíble, fue como debutar jugando al básquet en la NBA.
—¿Cómo ves a la Argentina desde tu constante girar por el mundo?
—Un poco caótica, muy tensa. Hay una cosa de tensión que es feo verla desde afuera, que te hace sentir que no sos parte y que no entendés ese ritmo. Pero también te da la sensación de que revisando la historia es fácil, desde afuera, darse cuenta, porque creo que en Argentina necesitan un poco más de aire para ver para dónde va la cosa para despegarse de esa furia que se respira a veces.