“Es fundamental dar la disputa política contra los discursos que tienden a negar, relativizar o minimizar el genocidio”
que sufrimos en nuestro país”
En el marco de la Agenda M -Mujer, Memoria, Malvinas- de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER) un diálogo con Eduardo Ojeda acerca de las políticas de la memoria, la construcción social de la memoria colectiva y la importancia de los testimonios como formas de transmisión de nuestro pasado histórico reciente. Compartimos aquí algunas de las reflexiones más importantes.
– ¿Por qué son importantes las políticas de la memoria para una comunidad? ¿Cuáles son los pasos más relevantes que se han dado en la Argentina actual en este aspecto?
EDO: – Antes que nada me parece bueno tener presente que la palabra memoria está asociada fundamentalmente a las luchas protagonizadas por los organismos de Derechos Humanos, Madres y Abuelas principalmente, y en especial a partir del regreso a la democracia en nuestro país. A las históricas demandas de Verdad y Justicia se le sumó la palabra memoria: una forma de remarcar que la sociedad necesita elaborar las experiencias traumáticas de nuestro pasado reciente para poder construir un proyecto colectivo de comunidad. En ese sentido la memoria aparece como condición del futuro. Ello incluye fortalecer y renovar los consensos en torno al “nunca más”, la construcción de ciudadanías democráticas, para generar “reflexiones y sentimientos democráticos y de defensa del Estado de Derecho y la plena vigencia de los Derechos Humanos”, como dice nuestra Ley Nacional de Educación. (Hago un paréntesis aquí, me interesa subrayar la palabra sentimientos, me parece fundamentalsensibilizar en el aprendizaje de los derechos humanos,considerando que abordamos temas dolorosos y complejos, cruzados por emociones muy fuertes.) Todas estas políticas tienen efectos comunitarios, en tanto tienden a reparar, a reconstruir el lazo social que resultara tan dañado en la última dictadura cívico-militar. Por otro lado, las políticas de memoria en nuestro país cobraron gran intensidad a partir de la recuperación de los ex Centros Clandestinos de Detención (CCD), una iniciativa del gobierno de Néstor Kirchner, que buscaba preservar marcas del pasado con el objetivo de la transmisión y la visibilización de esta memoria, iniciativas y acciones que siempre contaron con un amplio protagonismo de la sociedad civil y del movimiento de derechos humanos en particular. El Estado también se convirtió en un actor clave de las políticas ligadas al pasado reciente al impulsar los procesos judiciales, luego de la declaración de inconstitucionalidad de las leyes de punto final y obediencia debida. Otro de los pasos fundamentales fue la creación del Programa Educación y Memoria, que permitió llegar a los establecimientos educativos con diversos recursos y acciones de capacitación. En el plano de la investigación que vincula historia y memoria, pensando en lo que el historiador francés Pierre Nora llama los “lugares de memoria” y que incluye una diversidad de elementos, tanto materiales, como un sitio (un edificio, una plaza), libros o imágenes, como inmateriales (una frase o un concepto), en nuestro país se viene haciendo un trabajo académico muy importante y seguramente es muy amplio todavía lo que resta por hacer.
– ¿En qué medida se relacionan la memoria colectiva y la construcción de la identidad?
EDO:- Esa es una gran cuestión de los estudios en el campo de las memorias sociales. Cuando Maurice Halbwachs abrió los estudios de sociología de la memoria planteaba que la memoria individual es producto del grupo, es decir que desde el principio es memoria colectiva, sujeta a unos marcos sociales de tiempo, espacio y lenguaje. Por eso creo que las memorias sociales y la construcción de identidad son inescindibles. Luego viene que en nuestro caso la construcción de identidad se vincula por lo menos a dos heridas lacerantes del proceso social genocida: la desaparición de persona y el robo de bebés. Nos faltan los cuerpos, nos falta encontrar a más de trescientos niños, hoy adultos, que se encuentran con su identidad adulterada. Como dice Daniel Feierstein, experto en el estudio de los procesos genocidas, objetivamente somos una sociedad pos genocida, y asumirlo desde la subjetividad es tan complejo como necesario. Es decir que nuestra identidad como cuerpo social está dañada, hay una disrupción traumática que cuesta enfrentar. Y por eso es tan importante reponer las luchas, las tradiciones, las formas de sociabilidad que fueron reorganizadas por la dictadura. La memoria se produce siempre en el presente, por lo tanto es dinámica, en tanto los marcos sociales de su construcción y recepción cambian con la sociedad misma; en ese sentido también es dinámico el vínculo entre memoria e identidad. Forma parte de la identidad las luchas sociales y políticas de los treinta mil desaparecidos, la digna lucha de madres y abuelas, todo eso “está guardado en la memoria, sueño de la vida y de la historia” como dice bellamente León Gieco en su canción. Aprovecho para mencionar el aporte extraordinario de los artistas en esta construcción de memoria colectiva, músicos, pintores, poetas, fotógrafos, cineastas, podemos decir que hay una tradición notable en cómo el arte en sus distintas manifestaciones ha abordado nuestro pasado reciente y nuestra identidad. Es el caso de “Ausencias”, la gran muestra de Gustavo Germano que se encuentra ahora en nuestra Facultad. Hay un acervo riquísimo en el arte para seguir dando cuenta de quiénes somos.
– ¿Qué valor tienen los testimonios en las formas de recordar y transmitir nuestro pasado? ¿Con que obstáculos podemos encontrarnos en este ejercicio?
El testimonio está en la base de la memoria de los genocidios, pensemos por ejemplo en el valor de los testimonios de los sobrevivientes para intentar comprender lo que fue Auschwitz. Los perpetradores de los genocidios siempre buscan borrar toda huella, todo registro o documento que pueda valer como prueba, por lo tanto la voz de los testigos es determinante a la hora de reconstruir lo sucedido, tanto en el plano jurídico como en la construcción de memoria colectiva. Parafraseando al historiador italiano Enzo Traverso podemos decir que las y los sobrevivientes de los más de setecientos centros clandestinos de detención y tortura de nuestro país son la “encarnación del pasado del cual es preciso mantener el recuerdo”. Gracias a los testimonios sabemos lo que fue la ESMA, también sabemos de las múltiples formas de resistencia frente al horror. Desde el punto de vista de la investigación, como dice Elizabeth Jelin, se abre un campo de “tensiones entre la urgencia de rememorar y recordar hechos dolorosos y los huecos traumáticos y heridas abiertas” lo que constituye a la vez el objeto de investigación y uno de los mayores obstáculos para el estudio de ese pasado reciente. También representan un obstáculo las versiones de nuestro pasado reciente que han llegado a formar parte del sentido común de amplios sectores sociales, como en el caso de la “teoría de los dos demonios”, que pretende equiparar un genocidio perpetrado desde el estado, con la violencia de grupos insurgentes (ya muy debilitados para el año1976, por otra parte), una mitificación del pasado que no explica nada y que resulta insostenible ética y jurídicamente. Es fundamental dar la disputa política y epistémica contra el negacionismo, los discursos que tienden a negar, relativizar o minimizar el genocidio que sufrimos en nuestro país. Son negacionistas pues desconocen la evidencia histórica y la prueba judicial. Esos discursos siempre han estado allí, aunque cambiando de matices según el contexto histórico, sea la teoría de “los dos demonios” o el relato de la “guerra sucia”, se quiere quebrar el consenso en torno al nunca más y eventualmente el objetivo último de ciertos sectores políticos es generar las condiciones sociales y subjetivas que hagan posible una nueva represión. Últimamente esa avanzada negacionista se ha manifestado dentro del ámbito estatal, por ejemplo en la legislatura de la ciudad Buenos Aires, para este 24 de marzo, cuando un grupo de legisladores se opuso a condenar el terrorismo de estado. Que sean expresiones minoritarias no les quita gravedad, este tipo de acciones resulta completamente inaceptable en cualquiera de los poderes del Estado. Es materia de debate si es necesaria o no una ley que penalice el negacionismo, pero creo que por lo menos es necesaria en el ámbito estatal. No podemos aceptar que haya funcionarios o legisladores negacionistas. En Alemania o en Francia, por ejemplo, el negacionismo se sanciona severamente. Sin embargo muchos coincidimos con el sociólogo Daniel Feierstein en que la lucha por la memoria debe darse de abajo hacia arriba y que ante todo es necesario renovar y fortalecer el consenso democrático. En ello, la universidad y la educación en general y los docentes en particular, tenemos una responsabilidad ética y política muy grande y al mismo tiempo un importante desafío pedagógico.
¿Por qué es socialmente importante recordar?
En un trabajo de investigación sobre vida cotidiana y dictadura en el contexto educativo, que hicimos recientemente con la profesora María Luisa Grianta, surgió un testimonio que nos resultó muy sugerente: una docente de nuestra ciudad, recordando el período 1976- 1983, nos decía: “¿Yo estaba y pasó todo esto?”. Es interesante pues marca cierta ajenidad y al mismo tiempo un estupor frente al pasado reciente, pero donde el sujeto se siente interpelado por la memoria en el aquí y el ahora. Creo que todos y en especial las nuevas generaciones, aunque no lo hayan vivido directamente, debemos dejarnos interpelar por nuestro pasado reciente. Por último, quiero agregar una metáfora que escuché de boca de Sandra Raggio, historiadora y especialista en la investigación de las memorias sociales: “La historia es el espejo retrovisor donde las nuevas generaciones pueden orientarse para seguir su camino hacia delante, reconocerse parte de la historia y hacerse cargo.” Entonces hablamos de una memoria crítica, ética y política, que mira hacia el pasado para hacer la crítica del presente y que -espejo retrovisor mediante- proyecta el futuro.
Eduardo Daniel Ojeda es profesor en Filosofía, docente de las asignaturas “Derechos Humanos y Memorias Sociales” y “Ética y Derechos Humanos” en la FHAyCS UADER. Forma parte del proyecto de investigación “Vida cotidiana y dictadura” y del Grupo de Estudios «La última dictadura en clave regional: huellas y memorias”, coordinados por la Mg María del Rosario Badano. Además integra la Comisión “Memoria, Verdad y Justicia” de Concepción del Uruguay