Del estrés del quirófano a Liszt

Del estrés del quirófano a Liszt Del estrés del quirófano a Liszt

¿Por qué los jóvenes eligen la música popular antes que la clásica?
¿Ven Las cuatro estaciones, de Antonio Vivaldi, como algo trabajoso, hermético y distante? ¿Creen que esas melodías “cultas” son propias de grupos alejados de sus intereses, las personas mayores?

A veces, la juventud actual prefiere lo “más fácil” y sin compromisos a lo “más difícil” y comprometedor. La música clásica es lo opuesto.
 La relajación y la disminución tensional son imprescindibles en actividades de mucha responsabilidad, como la cirugía –yo soy cirujano reconstructivo–. Escucharla en el quirófano, durante intervenciones con anestesia local, disminuye no sólo la tensión de la práctica sino también al paciente. Hacerlo es psicológicamente recomendable y una práctica bastante habitual. Sin embargo, yo opero en silencio y reservo esos placeres para los momentos en que escribo sobre trabajos científicos, o cuando leo. También toco música clásica de guitarra española y universal, temas de Astor Piazzolla y otros tangos.

Los pentagramas clásicos aspiran a comunicar una cualidad emocional y las personas tienden a escuchar determinadas composiciones según su estado de ánimo. La Novena Sinfonía de Beethoven en la Oda a la Alegría mueve el espíritu patriótico, celebra algo importante y marcial. Las melodías de Liszt, Haydn o Mozart endulzan el alma y elevan al espíritu en un romanticismo excelso. La clásica música española con Francisco Tárrega, Enrique Granados e Isaac Albéniz templan la alegría y la vivacidad espiritual de los oyentes. Desde la música barroca hasta la moderna de la primera mitad del siglo XX, muchos son los músicos que han hecho aportes extraordinarios como Vivaldi, Beethoven, Mozart, Bach, Haydn, Schubert, Paganini, Falla, Ginastera… la lista es interminable.

¿Se podría pensar que los jóvenes no entienden la música clásica? La educación del oído musical debería comenzar en la infancia, desde la escuela primaria, para que escucharla estimule el gusto y la capacidad crítica.

Si bien parece que los jóvenes tienen al rock y el pop como principal estímulo musical, en la actualidad no sólo se escucha cada vez más música clásica en relación a épocas pasadas, sino también se interpreta más. Este es un fenómeno nacional, pero principalmente europeo, donde lo clásico nunca dejó de formar parte de los gustos musicales de los adolescentes. Cada vez es mayor el número de inscriptos en las carreras de altos estudios musicales y aumenta la demanda para estudiar instrumentos usados en orquestas sinfónicas. La matrícula en los establecimientos ha crecido en los últimos años más del 50%. La concurrencia de jóvenes a conciertos y óperas en espacios como la Usina del Arte ratifica este cambio. La gratuidad de muchas funciones en horarios especiales de sábados y domingos, y las funciones con entrada libre a los ensayos de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en el Teatro Colón son también incentivos para atraerlos a ese ámbito del que antes se sentían excluidos.

Existe un falso estado de superioridad de la música culta en relación con la popular, asociando la primera a la aristocracia de un “espíritu cultivado”. La presunta “superioridad” de lo clásico sólo puede atribuirse a que ha perdido proyección y popularidad, reemplazada por géneros modernos que provocan plenitud, pero que parecen no necesitar “superioridad” para ser cultor de ellos.
 

La música clásica, en cambio, sumerge al público en un universo que habla sin palabras, un modelo que exige la concentración sostenida del oyente mientras los acontecimientos sonoros expresan un discurso musical. Es una experiencia que se acerca al ideal de percepción pura. Muchos escuchan con los ojos cerrados para no distanciarse del transcurrir musical.

En las antípodas de esta manera “clásica” de escuchar música, hoy los géneros tienden cada vez más a transportarnos por experiencias audiovisuales. Hay canales de televisión que se dedican a transformar la música en algo para ver; los cuerpos exuberantes bailan; los escenarios están colmados de proyectores, pantallas e iluminación robótica.

Frente a tal estado de cosas el efecto de la música clásica tradicional se ve minimizado, pierde la conexión con el espíritu del presente, ávido de maravillas tecnológicas.

El destino de los clásicos no es ni será nunca convertirse en fenómeno de masas y multitudes, aunque contribuirá siempre a la aparición de acontecimientos artísticos, que generarán el buen gusto por la música universal.

 

*Doctor en Medicina, jefe de Cirugía Plástica del Hospital General de Agudos Dr. Cosme Argerich; guitarrista.