Si bien es cierto que suele señalarse a la de San Diego como la convención de historietas más importante del mundo, también lo es que las 151 mil personas que asistieron entre el 9 y el 12 de octubre a la de Nueva York obliga a modificar los lugares comunes del género. Esa cifra es la más alta en la historia en cuanto a convenciones de estas características, más aún si se toma en cuenta que las estimaciones apuntan a que cada una de esas personas gastó un promedio de 300 dólares en el casi portuario Javits Center de Manhattan, a unas cinco cuadras de la famosa Penn Station: una circulación de dinero de cerca de US$ 45 millones en cuatro jornadas. Eso, claro, sin contar el precio de las entradas, que iban en el mercado oficial desde los U$S 35 por un día (si era el jueves o el viernes, el sábado y el domingo la cifra ascendía a US$ 70) y US$ 135 por poder asistir las cuatro jornadas, aunque luego de que se agotaran a los pocos días de salir a la venta surgieron los clásicos revendedores que las ofrecían en las inmediaciones del predio por US$ 150 para cada día.
La pregunta, entonces, es qué es una convención de historietas. En la década del 70, cuando surgieron, eran claramente el encuentro de adolescentes (y no tanto) que leían revistas de superhéroes y deseaban cruzarse con los creadores de sus amadas obras. El paso de las décadas borró ese límite, y primero se sumó la industria del cine –que adaptaba, claro, historietas–, luego la de la televisión –para testear sus productos en un público identificado como leal con aquello que le gusta– y finalmente la de los videojuegos. Si en los 70 podía verse a alguien disfrazado de Batman, Superman o el Capitán América caminando por los galpones pequeños donde se desarrollaban las convenciones, en la última década los personajes clásicos se mezclaban con naturalidad con disfraces surgidos de mangas japoneses, dibujos animados de Pixar o juegos de video como Assassins Creed. La convención de historietas ya no es sólo específicamente de historietas –tanto que en esta última edición ni siquiera había stands de las editoriales Marvel o DC, ya que sus empresas prefirieron hacerlo con las películas y las series surgidas del papel– sino que se transformó en el ancla de la cultura pop.
El paso del tiempo generó además otro fenómeno: los asistentes del principio crecieron y formaron sus familias, y ahora llevan a su prole de compañía al evento que tanto los excita. En el Javits Center podía verse, por ejemplo, a una familia (clásica: padre, madre, hijo, hija) que habían asistido todos juntos, disfrazados de los personajes de Los increíbles (el dibujo animado de Pixar), es decir que durante días habían trabajado en conjunto para fabricarse los disfraces, y que allí cada cinco pasos debían frenar porque alguien del público les pedía una foto y ellos, presurosos, acudían a la pose ensayada en sus casas (y, a decir verdad, efectiva).
Una convención de historietas es, al menos en los Estados Unidos, muy (pero muy) diferente a cualquier otro evento cultural. Para empezar, el 100% de las personas que asisten están sonrientes, con la felicidad de aquellos que van a encontrarse con lo que aman y a interactuar con otros que comparten sus gustos. Si bien hay un cierto grado de competitividad por hallar ejemplares preciados en las pilas (y pilas, y pilas) de libros y películas y juegos en ofertas que adquieren precios absurdos en la última jornada (los expositores prefieren casi regalar lo que llevaron que trasladarlo de nuevo a sus depósitos de origen), hay fundamentalmente un grado de complicidad: quien se disfraza de un personaje se cruza con un desconocido disfrazado de otro y hablan con naturalidad de acuerdo a las lógicas originales de los caracteres que eligieron. Alguien puede codear a un desconocido para señalarle que llegó Scott Snyder –el actual guionista de Batman–, Max Brooks –el autor de Guerra Mundial Z–, el dibujante argentino Leonardo Manco –elegido por John Carpenter para ilustrar Assylum, su primera incursión en la historieta– o se pueden desatar fervorosos (y divertidísimos) debates en las colas para ingresar a las charlas de The Walking Dead, Gotham o Constantine, por citar a tres de las series que más atención despertaban en esta última edición.
Pero hay otra diferencia fundamental con el resto de los eventos culturales. Al menos en lo que vio quien esto escribe, lo que se produce allí es la interacción directa entre autores (escritores, dibujantes, actores, directores, productores) y seguidores (lectores, espectadores, jugadores). Es decir: no hay lobby, tan sólo placer en estado puro. Y eso no lo puede ofrecer ninguna otra área cultural desde hace mucho, demasiado tiempo.
* Desde Nueva York.