El silencio, las insinuaciones y hasta las operaciones mediáticas son señales de un fastidio porque Román sigue jugando maravillosamente. La responsabilidad dirigencial.
Gonzalo Bonadeo
Para una parte de los medios, de la opinión pública y, sobre todo, de ese universo tan singular que constituyen jugadores, cuerpo técnico y dirigentes de Boca Juniors, la ausencia de Riquelme esta tarde en Floresta constituye una variable más dentro del incomprensible juego de idas y vueltas respecto de su continuidad en el club a partir de junio próximo. Para mí significa, simplemente, una poderosa razón para pensar seriamente si ése es el espectáculo con el cual pretendo cerrar mi fin de semana futbolero. Dicho de otro modo, ningún partido que juega el equipo de Bianchi me seduce de antemano sin la presencia de este fenómeno irrepetible y sin sucesión aparente.
Asumido ya aquello de que la objetividad periodística no existe, el de Román es uno de esos casos –cada vez más escasos cuando de fútbol argentino se trata– en los que considero más que respetable el abandono de la imparcialidad: negar que Riquelme le da al fútbol una razón de existir mucho más significativa que la de la gran mayoría de sus colegas es como pretender que a usted le dé lo mismo un óleo de Van Gogh que ese gato feo, redondo y deforme que constituye el único dibujo que fui capaz de garabatearles a mis niñas. Un gato que, por cierto, acaba de cumplir más de dos décadas de fracasos ininterrumpidos (feliz cumple número 22, Catita mía).
Desde una visión apocalíptica del buen gusto futbolero, podría decirse que, de tal modo, al muchacho de Don Torcuato apenas le quedaría un par de partidos por jugar con la azul y oro. Y que, según el susurro cada vez más tenue de algunos dirigentes con influencias –descartemos a un par de influyentes a quienes rara vez se les entiende lo que dicen–, en el mejor de los casos, a Riquelme se lo podría seguir viendo jugar, pero con otro camiseta. No sería poco consuelo.
Para colmo, a Carlos Bianchi –lo más cercano a un padre que le dio el fútbol, según confesión del futbolista– se le ha convertido en tabú siquiera dar su parecer sobre la continuidad. No deja bien parado a Carlos esta postura. Cualquiera que recuerde el temple que tuvo para dejar sentado con la palabra suelta a Mauricio Macri delante de cuanta cámara hubiese en el país poco más de una década atrás, no comprende fácilmente qué es aquello tan denso que le impide expresarse sobre la continuidad de quien es, por muy lejos, el único insustituible en la flaca estructura que el técnico supo construir en el último año y medio. Dicho de otro modo: si Bianchi no puede expresarse libremente respecto de un tema futbolero, entonces cerremos todo y probemos nuevamente con las canchas de paddle.
Descarto la variable de que el técnico no quiera hablar, fundamentalmente, porque no tenga a Riquelme en sus planes post Mundial. No me imagino a un fanático del champagne con tan mal gusto futbolero.
En realidad, es de una lógica rabiosa que los involucrados prefieran no expresarse demasiado respecto del asunto. No existe ninguna razón futbolística para que este Boca escuálido, inestable y que pierde muchísimos puntos más de los que gana prescinda de Román.
No faltará quien hable de la discontinuidad: un cuerpo técnico que soportó sin encontrar motivos más de setenta lesiones en un año y medio debería explicar a los dirigentes que, lejos de sobresalir su índice de ausentismo, Riquelme ha tenido un nivel de presentismo mayor al de muchos de sus compañeros más jóvenes… cuya continuidad nadie cuestiona. Por cierto, deberían recordar con jabón en el espejo del vestuario que, con Riquelme en la cancha, Boca obtuvo, hasta hoy, más del noventa por ciento de los puntos que sumó en el torneo.
Es un ejercicio vano éste de explicar porque, fútbol por fútbol, el de Riquelme no sólo es un contrato de renovación imprescindible sino que, además –prescindiendo inclusive de los montos–, es de los más económicos en la ecuación costo beneficio, tema que tan bien manejan en su actividad privada varios dirigentes xeneizes. Para discutir a Román es imprescindible prescindir del juego.
El silencio, las insinuaciones, los tiros por elevación y hasta las operaciones mediáticas son señales inocultables de un fastidio que entró en zona de conflicto porque Román sigue jugando maravillosamente bien al fútbol. Con un poco menos del brillo que sigue desparramando Riquelme, más de uno, más que una lapicera y un papel, lo que tendría entre manos sería un tenedor y un cuchillo.
Si su talento sigue intacto, ¿por qué prescindir de Riquelme? La muchachada que cubre regularmente la vida boquense habla de asuntos que van desde algunos conflictos de vestuario hasta las limitaciones que tendrían a la hora de reemplazar a Bianchi, habida cuenta del presunto desvínculo del jugador con algunos hombres llamados a ocupar el banco de la Ribera tarde o temprano. Por lo general, mencionan a Palermo y a Barros Schelotto. No parece un problema del momento: ambos tienen trabajo y avanzaron a los cuartos de final de la copa que Boca no jugó.
Se habla de dinero o de un poder dentro del poder: sin dudas que el poder del político se siente enano ante el poder del ídolo. Un ídolo que no sólo viene recibiendo un clamor in crescendo desde las tribunas de la Bombonera, sino que convocó a miles de fanáticos en la esquina del estadio sin pedirlo, sin siquiera pagar un bondi. Para colmo, el plebiscito tribunero no cuenta con el apoyo de la barra: otro gol de Riquelme.
El fútbol argentino está invadido por dirigentes para quienes un lugarcito en la mesa chica que decide sobre fútbol vale casi tanto como la presidencia misma. No casualmente son tan pocos los casos en los que se instaló con idoneidad la figura de director deportivo o mánager. Christian Bassedas, en Vélez, es una de las excepciones. De tal modo, los directivos consiguen meter baza –y no pocas veces hacer negocio– en el único tema que realmente les interesa del club. Un tipo como Riquelme es un auténtico dolor de hígado para estas apetencias. No sólo les tabica la posibilidad de decidir, sino que ni siquiera suele escucharlos.
Como sea, en tanto la hipótesis de conflicto pase por cuestiones extradeportivas, el tema también expone al entrenador, como conductor de un grupo.
El futuro boquense abre más interrogantes que los de la continuidad del mejor jugador y del técnico más ganador de la historia. Aun con ellos arriba del barco, las dudas seguirán vivas. ¿Podrá Boca encauzar un rumbo aun con estas dos piezas vigentes? ¿Qué cambiaría tan radicalmente en la formación de un equipo o en la selección de refuerzos por parte de un entrenador que, en los últimos 18 meses, no dio muestras ni de un gran ojo para elegir ni de aquella magia que siempre tuvo para resolver dilemas?
Como todo aquello que gira alrededor de nuestro fútbol tiene un tinte melodramático, me permito avanzar un poco más en ese sentido. Asumido que este Boca está por cerrar su tercer torneo consecutivo en crisis, si se trata de culpar a lo grande, estoy convencido de que el problema está mucho más en su entrenador que en quien es, por lejos, su mejor futbolista.
Y, por favor, no tomen esta reflexión como una irrespetuosidad para con la estirpe ganadora de Carlos Bianchi. Se trata, ante todo, de otra evidencia de que, poner más en duda a Román que al entrenador tiene mucho que ver con caprichos, inquinas o pases de facturas y poco con la lógica futbolera.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario Perfil.