Creer en libertad

p2-1 13-7-14Por monseñor Jorge Eduardo Lozano

La sociedad actual pondera y valora las libertades personales. Cierto que algunas más que otras. «La» libertad está por encima de las libertades. Pero no quiero adentrarme en este planteo ahora. En el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se reconoce la libertad de creencias, y en el art. 18 se desarrolla de modo más específico: «Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o creencia individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia». Toda persona tiene derecho a vivir su fe. Es significativamente positiva la experiencia de amistad y diálogo interreligioso en nuestro país. Es un singular logro que debemos destacar.

 

Con pesar y dolor en los últimos meses del año pasado hemos visto ofensas intencionadas a templos católicos y evangélicos, lo cual se sumó al lamentable y reprochable vandalismo de que son víctimas con frecuencia algunos cementerios judíos. Hace pocas semanas se realizaron pintadas ofensivas en un Templo judío en la ciudad de Basavilbaso, y se filmaron imágenes con burla a la fe en la Catedral de La Plata. La reprobación y rechazo habitualmente llega pronto de parte de las diversas comunidades de fe. Sin embargo da pena que no se escuche con claridad el juicio de otros organismos de la sociedad y el Estado, generando una ponderación superficial sobre hechos de gravedad.

 

A nivel mundial se percibe una creciente agresión hacia la religión, y en particular a los cristianos. Francisco ha dicho que «se manifiestan en verdaderos ataques a la libertad religiosa o en nuevas situaciones de persecución a los cristianos, las cuales en algunos países han alcanzado niveles alarmantes de odio y violencia». (EG 61) Son miles los perseguidos y asesinados por su fe cada año. En algunos organismos mundiales parece no tener importancia cuando se trata de matanzas de cristianos. Se colocan bombas en templos, se fusila a quienes están asistiendo a algún culto religioso, se condena a muerte a quien abraza la fe cristiana y se bautiza. Expresiones todas de intolerancia y desprecio de la libertad religiosa en general y del cristianismo en particular.

 

El Papa nos alienta a los cristianos a tener un espíritu abierto y generoso: «Los cristianos deberíamos acoger con afecto y respeto a los inmigrantes del Islam que llegan a nuestros países, del mismo modo que esperamos y rogamos ser acogidos y respetados en los países de tradición islámica. ¡Ruego, imploro humildemente a esos países que den libertad a los cristianos para poder celebrar su culto y vivir su fe, teniendo en cuenta la libertad que los creyentes del Islam gozan en los países occidentales! Frente a episodios de fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto hacia los verdaderos creyentes del Islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia». (EG 253) También, refiriéndose a la necesidad de un sano pluralismo nos dice:

 

«El debido respeto a las minorías de agnósticos o no creyentes no debe imponerse de un modo arbitrario que silencie las convicciones de mayorías creyentes o ignore la riqueza de las tradiciones religiosas. Eso a la larga fomentaría más el resentimiento que la tolerancia y la paz». (EG 255) «A la hora de preguntarse por la incidencia pública de la religión, hay que distinguir diversas formas de vivirla. Tanto los intelectuales como las notas periodísticas frecuentemente caen en groseras y poco académicas generalizaciones cuando hablan de los defectos de las religiones y muchas veces no son capaces de distinguir que no todos los creyentes –ni todas las autoridades religiosas– son iguales.» (EG 256) Estas generalizaciones que menciona Francisco suelen darse en nuestro País en algunos espacios universitarios o terciarios.

 

Varias veces los jóvenes me comentan de las ácidas críticas que con ligereza y superficialidad son dichas y expresadas en algunas aulas hacia la Iglesia Católica. Incluso en algunos espacios públicos como la justicia o la educación son descartados para su designación a un cargo quienes son católicos practicantes. Nuestra historia de 2000 años sabemos que no es un cuento de hadas. Se cometieron atrocidades en nombre de la fe. Somos comunidades de pecadores que acogen a otros pecadores. Pero también hay santidad y servicio a la sociedad, particularmente en lo relativo a la dimensión trascendente de la persona humana, y en la atención a los pobres, a los que la sociedad trata como descartables. Pienso en lo bueno que sería para algunos temas vinculados a la historia invitar gente con miradas diversas que pudieran enriquecer con otras perspectivas afirmaciones sesgadas, y a veces tan falsas como injustas. La prepotencia, el descrédito y el maltrato nunca son producto de la honestidad intelectual.