¡Cómo quisiéramos comunicar buenas noticias!

p2-1 17-8-14Por monseñor Jorge Eduardo Lozano

Contar cosas buenas nos hace bien. Y esas noticias buenas casi siempre tienen relación con el amor y la vida. Para darte algunos ejemplos te comento mi recuerdo del rostro y la mirada de una mujer que contaba con entusiasmo de su embarazo, o un muchacho que descubrió su vocación en diálogo con Jesús, o quien se puso de novio. También es buena noticia la alegría de un nuevo trabajo o completar una etapa de estudio. Como hombres y mujeres de fe tenemos una gran noticia siempre nueva: Jesús nos ama hasta el extremo (Jn. 13, 1), o como lo decía San Pablo «me amó y se entregó a la muerte por mí» (Gal. 2, 20). Esta alegría, una vez que se recibe busca iluminar cada rincón de la vida. No es una emoción pasajera y superficial. Esa tarea permanente de acercarnos más a Jesús y su Palabra viva la realizan los catequistas. Jesús nos llama a cada uno y nos congrega como familia suya. La Iglesia no es un rejunte de «salvados aisladamente», sino una comunidad de los convocados para ser amigos de Jesús. Sabemos que no es una tarea fácil. Requiere en principio que seamos nosotros mismos amigos de Jesús.

 

Los catequistas no repetimos lecciones de un libro, sino que compartimos una experiencia de encuentro personal y comunitario con Jesús. Es acompañar a niños, jóvenes y adultos a gozar de la amistad con Jesús. Para ser catequista hace falta ser llamado por el Maestro, por su Iglesia. Y es necesario responder con perseverancia y paciencia. Estas son virtudes de quienes se dedican a sembrar. No es una tarea para encarar con ansiedad y urgencia por los resultados. Jesús nos enseñó de estas actitudes con hermosas Parábolas: el sembrador, la levadura, el grano de mostaza… Es necesario tener sabiduría. Sabemos que la fe es don del Espíritu Santo, y es Él quien da el crecimiento. El Papa Francisco nos lo enseña con también hermosas palabras:

 

«A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo, que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos. El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos pero sin pretender ver resultados llamativos»(EG 279). Recemos por nuestros catequistas y demos gracias a Dios por su generosidad. Ellos se comprometen cotidianamente con la tarea evangelizadora. En estos días el Papa nos compartió una seria preocupación sobre los perseguidos por la fe: «Nuestros hermanos son perseguidos, son expulsados, deben dejar sus casas sin tener la posibilidad de llevar nada con ellos. A estas familias y a estas personas quiero expresar mi cercanía y mi constante oración. Queridos hermanos y hermanas que son perseguidos, sé cuánto sufren, sé que han sido despojados de todo. Estoy con ustedes en la fe en Aquél que ha vencido el mal.

 

» (20 de Julio) Los obispos de la Argentina, en consonancia con el Papa, esta semana dijimos que «cuando se respira la libertad religiosa y la tolerancia virtuosa ordena la convivencia humana entre distintas confesiones, nos permiten aspirar a un mundo más humano, bello y posible, para que todos podamos profesar libremente nuestros ideales trascendentes y vivir la dimensión espiritual del amor a Dios y al prójimo. Nunca la fe en Dios puede justificar la violencia, la discriminación y la muerte». Recemos también de modo particular por esta intención. Mirando dónde estuvo el Papa estos días últimos días, visitando Corea del Sur, no hacemos más que reforzar esta idea de que la libertad religiosa hace al mundo más vivible. Allí beatificó a 124 mártires coreanos que murieron por creer en Jesús. Rezamos también por ellos.