Los grandes de Europa son manejados por magnates; no así el Real Madrid o Barcelona. Fútbol en manos privadas.
Las excentricidades de los jeques árabes, pasando por empresarios de Singapur, magnates estadounidenses que se inspiran en el fútbol americano o en la NBA, hasta nuevos ricos rusos con origen en los tiempos de Boris Yeltsin, conviven en un fútbol europeo que trata de mantener la ilusión en los aficionados pese a endeudarse hasta niveles siderales, y que aún compite con el viejo modelo de las sociedades civiles sin fines de lucro, que, a cambio de éste, debe presentar papeles en regla y dar explicaciones a las federaciones y Estados.
¿Es posible esta convivencia entre unos y otros, tan desigual en ganancias e informaciones? ¿Habrá cambios en el futuro próximo? ¿Se puede competir de igual a igual?
Hace escasos días, Jorge Valdano, exdirector deportivo del Real Madrid, afirmó que se trata, para los blancos, “de una lucha complicada, porque deben competir desde una asociación civil sin fines de lucro contra clubes que cuentan con mecenas como el Milan de Berlusconi o el Chelsea de Abramovich, y es una de las obligaciones estratégicas del club la necesidad de renovarse, de buscar nuevas figuras, nuevos héroes en el mercado”.
Tal vez no sea el mejor ejemplo el del Madrid porque, aunque es uno de los únicos cuatro clubes de la Liga Española que no es administrado por una entidad privada, junto al Barcelona, el Bilbao y el Osasuna, siempre, en los últimos tiempos, se habló del llamado “Pelotazo”, la ayuda del Estado para financiar sus enormes gastos en fichajes de jugadores como Cristiano Ronaldo, Gareth Bale o David Beckham en distintas etapas de las presidencias de Florentino Pérez. Tanto es así que hoy, al estatizarse uno de los bancos contribuyentes a esas operaciones, el Bankia, toda la sociedad española queda involucrada de manera indirecta.
Lo cierto es que los clubes europeos, en los últimos años, se han visto invadidos por distintos magnates de toda laya y catadura moral que se fueron quedando con los activos y con los símbolos de entidades con millones de aficionados, en muchos casos, y que para competir al más alto nivel han tenido que gastar una fortuna y, en muchos casos, endeudarse a tal nivel que en 2009 la UEFA ideó el llamado “Fair Play Financiero” o Juego Limpio Financiero (FFP), reglamentado en 2010 para comenzar a sanear la economía de los clubes en una escala temporal con la idea de establecer un equilibrio definitivo en sus cuentas al comprobar en un estudio que el 56% de ellos arrojaba pérdidas.
Este plan, que comenzó en la temporada 2011/12 y llegará hasta la temporada 2016/17, acepta un déficit de 45 millones de euros, pero al finalizar no podrá sobrepasar los treinta. Un desafío.
La pregunta es cómo se van a manejar clubes que tienen en sus arcas petrodólares rusos y cataríes y que tienen absoluta solvencia en sus dueños. “Se me revuelve el estómago. Se nos aseguró que el FFP sería serio, que no habría trucos, que no se abrirían puertas traseras”, dijo recientemente Karl Heinz Rummenigge, uno de los más influyentes dirigentes al haber presidido la Asociación de Clubes Europeos (ECA) y a su vez formar parte del cuerpo directivo del Bayern Munich, otro de los que no cuenta con la variante de la máquina de hacer dinero y tiene que rebuscárselas de otra forma.
De hecho, la Federación Alemana (DFL) no acepta que ningún inversor extranjero posea más del 50% de la propiedad de ningún club participante, como una forma de preservar el equilibrio y evitar que nadie quede a merced de magnates que hoy ponen sus chequeras pero mañana abandonan todo sin avisar. Aun así, precavidos, los germanos aceptan la entrada al negocio del fútbol de Volkswagen, Audi, SAP, Gazprom, Deutsche Telekom o Grundig como una forma de inyectar fondos para poder competir con los más ricos y, si se toma en cuenta la fórmula del Bayern Munich o del Borussia Dortmund, no parece que les vaya tan mal.
Según un estudio, en promedio los magnates del fútbol gastan sólo el 4% de sus fortunas en sus clubes desde que su precursor, el expremier italiano Silvio Berlusconi, adquiriera el Milan en 1986 por 15 millones de euros, tal vez a sabiendas de que ningún gobierno, y menos en crisis, permitirá que se terminara el show, como sostiene el economista español Alejandro Brand en respuesta al estudioso y analista José María Gay de Liébana, docente de la Universidad de Barcelona, que dice que en cinco años, si todo sigue así, se acabará la Liga de las Estrellas en España, tal como se la conoce ahora, por la dura situación de los clubes.
“Es cierto lo que dice Liébana, y el fútbol español ya está en un punto de quiebre –sostiene Brand–, pero no lo van a parar porque es el entretenimiento del pueblo”. Lo que no se dice abiertamente es que la mayoría de esos clubes en deuda son o fueron manejados por sociedades anónimas y, en algunos casos, con caprichos o situaciones increíbles, como la del ruso-estadounidense Dimitri Piterman, exatleta olímpico que compró el Racing de Santander y no sólo quería influir sobre la preparación atlética de sus jugadores, sino que llegó a acreditarse como fotógrafo a los partidos para estar cerca del equipo o sentarse en el banco de suplentes.
Angel Torres, el presidente del Getafe que aspira a serlo en el Real Madrid, puede contar cómo fue estafado por un supuesto jeque árabe interesado en el club que no era otro que un camarero brasileño junto a siete personas (seis españoles y un dominicano) que aseguraban disponer de contactos con un jeque interesado en invertir pero para eso necesitaban el depósito de un aval financiero del club.
Si hay una liga que cuenta con excentricidades entre los magnates, es la Premier, con nueve de los veinte clubes manejados por extranjeros, entre los que se destacan Roman Abramovich, de negocios turbios en tiempos del desmembramiento de la URSS con el gas y el petróleo, luego gobernador de Chukot-ka y miembro de la Duma, que llevó al Chelsea a la cima luego de invertir 425 millones de euros en 25 jugadores; o Malcolm Glazer, el norteamericano que generó más odio que amor en la afición y que quiso, como dueño de los Tampa Bay Buccaneers, implementar el American Way of Life futbolero dejando un tendal de 800 millones de libras de deuda.
Glazer tiene una fuerte resistencia en cada uno de los partidos en Old Trafford y cada vez son más los hinchas que portan bufandas verdes y amarillas de los orígenes del club como protesta, sin contar a los que directamente lo abandonaron para conformar el “United of Manchester” que va ascendiendo divisiones. Su “vecino pobre”, el City, en cambio, parece haber encontrado la felicidad en el jeque Mansour Bin Zayed Al-Nahyan, que pagó por adquirirlo 260 millones de euros en 2008 y gastó más de 700 en un lustro en fichajes de jugadores.
Si en Rusia, a caballo del Mundial 2018, prácticamente no hay clubes de primer nivel que no cuenten con su multimillonario que haga sus aportes a cambio de no pocos caprichos, el caso más curioso es el de Francia, donde Mónaco y PSG se alejaron de sus competidores en base al dinero. En el primero, el ruso Dmitry Ryboblev puso 170 millones de euros para fichar a Falcao, James Rodríguez, Kondogbia y Moutinho para tratar de frenar a su rival del jeque Nasser Ghanem Al-Khelaifi, del PSG, que tiene una fortuna de 4 mil millones de euros y ya invirtió 364 millones en 21 fichajes desde 2011.
Zlatan Ibrahimovic, la estrella del PSG, ha decidido invertir parte de lo que gana (15 millones al mes) en un cocinero al considerar deficiente la alimentación que otorga el club a sus jugadores en ese nivel de exigencia. PSG le dijo que “no hay dinero” para otro tipo de comidas, casualmente cuando llegó a un acuerdo con McDonald’s como patrocinador, que implementó el “Menú PSG” en más de 200 restaurantes de Francia.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario Perfil.