A los 36 años y con veinte de carrera, protagoniza El quilombero en el Lola Membrives. Eligió el teatro para estar más tiempo con su hija. Fotos.
Por Ana Seoane | Publicado en la edición impresa de Diario Perfil
Llega puntualmente a la entrevista y con una cordialidad que no condice con cierta mala fama que tiene. A los pocos minutos de hablar con Nicolás Cabré (36) aparece, sin dudas, el nombre de su hija: Rufina.
El actor asegura que hoy elige hacer teatro, lejos de la TV, porque los horarios son ideales para poder estar más tiempo con la pequeña que tuvo junto a la China Suárez. Sobre el escenario protagoniza la comedia de Francis Veber que aquí se tradujo como El quilombero. De miércoles a domingo va en el teatro Lola Membrives, con dirección de Arturo Puig y un elenco integrado por Luis Ziembrowski, Marcelo De Bellis, Alejandro Muller, Mercedes Oviedo y Mauricio Macu. Así, entre su actual trabajo sobre las tablas y su pasado en televisión, se inicia esta conversación.
—En 2015 se cumplieron veinte años de tu debut teatral con Algo en común, pero muchos de tus trabajos en el teatro provinieron de exitosos formatos televisivos. ¿Por qué?
—No siempre te llegan obras como El gran regreso o El cartero. Cuando llegan, las disfruto porque me gusta vivir esas experiencias, pero uno no siempre las puede manejar. No soy una persona que proyecte mucho. Por suerte, o por circunstancias de la vida, siempre me aparecieron propuestas cuando debía suceder. Ahora con El quilombero me cierra hacer teatro, por los tiempos y por mis prioridades de hoy.
—El actor no siempre puede elegir…
—Muchos intérpretes también producen, por eso pueden elegir más. No es mi caso, no me interesa producir. No me puedo quejar: nunca me faltó trabajo y estoy feliz con lo que hice. Esta obra me gustó, tiene un excelente ritmo. Me divierte la posibilidad de hacer reír. Este año en que estuve alejado de la televisión, la gente se me acercó en la calle y recordó mis trabajos, siempre vinculados con el humor. Que la produzca Gustavo Yankelevich, que Arturo Puig sea el director, el teatro, la escenografía, todo el elenco… todo me impulsó a dar el sí. Hoy no podría estar 12 horas encerrado grabando: mi hija va a empezar el jardín y quiero estar cuando entre y cuando salga.
—¿Tenés en cuenta que este mismo teatro era llenado todas las noches por Susana Giménez haciendo Piel de Judas?
—Ni lo pienso. Susana es Susana. No me pongo ese tipo de presión. Es importante que la gente pase un buen momento, pero no busco alimentar el ego con multitudes.
—¿Sentís que heredaste, de parte de tu padre, la virtud de la responsabilidad?
—Quisiera ser al menos el 2% de lo que fue mi padre conmigo. Por este alejamiento de la televisión no me victimizo; es la vida: llegó el momento en que necesité escucharme un poco más y transitar la felicidad más grande, que es estar con mi hija. No quiero estar sumergido en una bola que no para. Necesitaba este tiempo para parar.
—¿No tenés adicción a la popularidad?
—Siempre tuve muy clara mi postura. Quise dejar las palabras y pasar a los hechos. Siempre fui sincero conmigo mismo. Aunque me haya equivocado, nunca me fui infiel. No hice las cosas por conveniencias o estrategias. Si estuve parado, fue una decisión. Quise escucharme y tener el tiempo para vivir.
—¿Estudiás, te perfeccionás en esta profesión de actor?
—Lo intenté (se sonríe). Me da mucha vergüenza. No tenía tiempo. Aprendí trabajando y tuve la suerte de estar rodeado de gente muy importante, como Alcón, Darín, Ulises Dumont, Grandinetti, Marrale, Oscar Martínez. Hoy sigo teniendo esta misma suerte. Si estás atento, aprendés de todos. Sé mis limitaciones y no siempre tuve tiempo. Cuando me voy de vacaciones no voy al teatro, no miro televisión. Cuando se termina esto, me voy a mi casa y disfruto de otras cosas. No soy un ejemplo de nada.
—¿Qué ejemplo le querés dar a tu hija?
—Aprendo a ser padre todos los días. Lo transito con tranquilidad y mucha alegría. Mi hija es maravillosa y tengo una familia, la madre de Rufina es un orgullo; somos compañeros como padres y estamos pendientes de ella. Mi única meta es tratar de darle todas las herramientas para que pueda volar, como quiera.
—¿Por qué elegís el humor para compartir con el público?
—Fue lo que recibí. A veces me negaba a hacer humor, me resistía, y hoy, con más tranquilidad, me di cuenta de que era lo que quería el público. Sé que algunos dirán que siempre hago lo mismo, pero mi manera de hacer humor me divierte y creo que lo pasarán muy bien. Es un guiño para los que disfrutaban comedias que hice, como Son amores, Los únicos. Con el tiempo descubrís que el país cambió, y el humor toma otras formas. En 2001, el público agradecía la risa. A veces no nos damos cuenta de que el humor cumple una función social.
—Aludiste a nuestro país. ¿Qué sensación tenés de la Argentina?
—Deseo de todo corazón que se salga para adelante. No son temas en los que me gusta ahondar. Sé que hay un cambio y ojalá que nos demos las manos, para vivir mejor. Hay muchos temas que me preocupan, pero no los hablo públicamente. No soy un entendido; a veces es mejor escuchar. Tal vez lo mamé en mi casa; cuando había discusiones políticas, se decía “De ese tema no se habla”. Me preocupa cuando se torna violento.
—¿Qué balance hacés de Variaciones Walsh, los capítulos sobre el escritor Rodolfo Walsh que grabaste para la TV Pública?
—Cuando me contó el proyecto Alejandro Maci, un director con quien quería trabajar, decidí hacerlo. Fui tratado maravillosamente bien, respetado y querido. Celebro haber trabajado en la TV Pública: me encontré con un lugar donde nadie me preguntó qué pensaba. Fue un placer haber vivido esa experiencia, trabajar con libertad, en un ámbito donde no existía el minuto a minuto. Se buscó celebrar el nombre de Rodolfo Walsh, respetándolo. No había leído sus cuentos, conocía sus cartas. Hoy no existe gente que, como él, dé la vida por sus ideas. Creo que es difícil encontrar personas con ideales.