La consolidación del seleccionado en el Mundial se empeña en subir el discreto perfil del DT. Y él, sin quererlo, hace todo por captar la atención de la hinchada. Fotos.
A estas alturas de la Copa, no hay más cabeza para pensar táctica alguna. Que nos lleven la pasión del partido y las cábalas de la previa. Que los nervios exploten cuando el árbitro dé comienzo a otra batalla, y todos nos encomendemos a los santos, promesas y al jugador que nos prometa salvarnos de la derrota.
“A mí, Messi me genera cosas en la panza. Es una belleza”, dijo hoy un colega. “Pará, ¿Qué cosas?¿Admiración, mariposas? ”, preguntamos, atónitos. “Cosas. Es una belleza..”, explicó, escueto. “Seguimos hablando de fútbol, ¿no?”, aclaró. Menos mal… Que falten sex symbols en la Copa más metrosexual de la Historia -los mejores se fueron con la eliminación de Italia y Colombia- no amerita que llevemos a Leo de un pedestal a otro.
Vamos a las estrellas. Volvió Higuaín y todo fue una fiesta (seguimos hablando de fútbol). El Pipita hoy barrió con el deslucido resabio de los partidos anteriores. Di María se fue a medio romper y Lavezzi salió en el segundo tiempo con la camiseta puesta.
Afuera de la cancha, el mundo es otro y se lleva todo, hasta los nervios de haber roto con la maldición de no volver a jugar una semifinal. El espectáculo quedó a cargo, otra vez, del hombre más inesperado: Sabella el invisible.
El DT, austero en palabras, se deshizo en gestos y algún que otro grito para encaminar al equipo. Celebró el gol y lamentó, con euforia, los que pudieron ser y no fueron. Si el chorro de agua del Pocho todavía arranca risas, la jugada de Higuaín con la que casi se “desmaya” puede ser el blooper de un partido que renovó la alegría celeste y blanca.
Gracias, Sabella. Tu tropiezo es (casi) todo. Y así lo dice la hinchada.