Una ceremonia inaugural decepcionante, incomodidades del estadio Arena Corinthians e insultos para Dilma. ¿Qué más pedir?
Edgardo Martolio
La inauguración del Mundial, en el polémico estadio Itaqueirão de San Pablo, fue decepcionante. No sólo por la fiesta inicial dirigida por el belga Daphné Cornez, de bajísima calidad y escasa creatividad (siendo que si algo Brasil sabe hacer son fiestas), sino y también por toda la organización. Fui temprano, quería ver, sólo había sobrevolado dos veces ese estadio interminable, siempre en obras, y me había parecido –desde el aire– que no valía ni la mitad de lo que absurdamente costó (mil doscientos millones de, reales más de 500 millones de dólares); este jueves lo confirmé in situ. No vale eso.
Como estadio moderno es vulgar, de los peores que ya vi: por ejemplo, aún en mi ubicación privilegiada nadie puede pasar en las entre-filas sin que uno no tenga que ponerse en pie porque las rodillas chocan con la butaca anterior; no hay espacio; así, la mayoría de los detalles, como ese relatado, generan dudas.
Los asientos serían lo de menos porque eliminando algunas hileras, si eso es posible, pueden crearse corredores accesibles. El estadio no está concluido y se percibe porque nada está bien: en el área vip casi cincuenta personas haciendo cola para ingresar a una toilette muestra que la previsión fue errada. Lo que me pareció mejor –parece un chiste–, es la tribuna provisoria; no se percibe que es provisoria mientras que casi todo lo definitivo suena a provisorio. Mediocre.
Alguien me comentó que colocaron más butacas de las necesarias para que cuando se divide el costo por el número de asientos resulte una cifra menor por lugar; así y todo es el segundo escenario más caro de este Mundial, 8 mil dólares por butaca (el de Brasilia costó 9.500 verdes), siendo que la Allianz Arena de Munich, la mejor y más cara del mundo no llega a 6.500 dólares por butaca y el Soccer City de la cuestionada Sudáfrica costó menos de 4 mil dólares por asiento.
A 23 kilómetros del centro de San Pablo, en una de las zonas más feas de la ciudad (que poco tiene de lindo salvo los barrios ricos), la organización decidió que no se puede llegar en automóvil. Hay que dejarlo a muchos kilómetros y tomar el subte o el tren que dejan al espectador a más de mil metros, para caminar, expuesto al sol o a la lluvia: si llueve eso es un desastre. No fue pensado el acceso, más allá de que hay indicaciones hasta mal escritas, como en el resto de la ciudad donde se lee ‘evite la avenida Washigton Luiz’, sin la ‘n’ de Washington o ‘aiport’ sin la primera ‘r’ en un intento de traducción al inglés (hasta el teléfono del centro de prensa del Portal Brasil / Copa está equivocado). Encontrar la ubicación correcta era tarea compleja, los steward no sabían para qué estaban allí. Las largas filas no fueron sólo para ir a los baños, también para comprar bebidas en los bares.
Los vagones del subte obligatorio, sin embargo, se conservan bien y las estaciones no están mal. Pero la multitud que forzosamente se concentra en esos vagones, llenos a esas horas y en estas instancias, donde se mezclan los que van al estadio y aquellos que no van, puede resultar terrible. Asfixiante e incómodo como mínimo. No imagino una viejita y mucho menos un deficiente físico allí apretujado. El clima de fiesta de la inauguración hizo que nada grave suceda, pero allí el club Corinthians, que usará ese mastodonte, en las actuales condiciones, no podrá jugar ningún clásico porque las hinchadas se encontrarán inevitablemente. Suerte que la inauguración fue Brasil versus Croacia: pocos croatas y ninguna rivalidad. Todos juntos y ¡Viva la Pepa!; pero ¿y si hubiese sido contra Argentina?
No dudo de que, la de este jueves, haya sido la peor inauguración mundialista ya realizada, guardando distancias con las exigencias de cada década. Algunos voluntarios, que demostraban una gran predisposición, confesaron que no fueron entrenados debidamente ‘por falta de tiempo’.
En los molinetes y rayos X el personal, sonriente, no tenía autoridad para resolver ninguna situación que no fuera la única y normal de ‘todo está bien’. Cuando estacioné, cerca de la estación de subte Belén, donde embarqué heroicamente, había tiros de balas de goma y gases lacrimógenos para detener a los manifestantes del movimiento ‘não vai ter Copa’. Si no pasó a mayores se debió a que la policía actuó perfectamente. Igual que las unidades policiales móviles en el estadio: perfectas.
Público y policía fueron lo mejor, junto al clima que acompañó con sol que es mejor que lluvia en ese páramo disimulado por 70 grafiteros contratados a última hora para pintarrajear los muros de la pobreza de los alrededores; eso salvó la infeliz fiesta inicial. Y el feriado: no olvidemos que la ciudad de San Pablo disfrutó de feriado para que el tránsito no complicase a los extranjeros, principalmente, para movilizarse por la ciudad y llegar a la cancha (le costó caro a la ciudad). Un día normal será cuasi inviable ir a esa caja que nada dice y que se llama Itaqueirão. Una pena.
El público, indiferente inclusive cuando aparecieron Claudia Leitte, Pitbull y Jennifer Lopez, ganó aplausos extras porque tuvo una actitud contestataria al desilusionante gobierno de Dilma Roussef, la gerentona. El ex presidente Lula, sabio marquetinero y viejo zorro, no fue al estadio. Sabía que tanto descontento en ‘el sector del país que produce’, tanta corrupción oficial con la Copa y tan pésima organización del evento, caería por propia ley de gravedad política sobre las autoridades presentes. Lula esquivó el reproche verbal del público, que no era el pueblo que recibe la asistencia paternalista del gobierno ‘para no trabajar’ (las famosas bolsa familia, bolsa trabajo, bolsa primer hijo, bolsa hijo número mil y todo lo que la imaginación del PT, Partido de los Trabajadores, hizo para captar votos de los que no saben a quién votar o qué se puede votar porque muchos millones de ellos ni leer saben). El Brasil allí presente repudió a Dilma, especialmente cuando llegó al estadio.
Quiero ser objetivo y claro con esta decepción inaugural porque en 2007, cuando Brasil fue electo para organizar la Copa, yo –inocente e imbécilmente– defendí esa nominación creyendo que aquel Brasil se continuaría por muchos años, quizá décadas, sin percibir que no pasaba de un viento de cola que lo empujaba puntualmente. El problema de este país y de esta ‘abertura’, como de todo el Mundial que ya empezó, es el gobierno. La FIFA poco tiene que ver, la CBF es irreprochable porque cumplió su parte y la Selección está exenta de cualquier responsabilidad, que no sea la de ‘salvar’ este desastre ganando su sexta Copa que los políticos se arrogarán como un mérito propio.
La gente sabe que el estadio del Corinthians no es del Estado, es privado, pero fue construido con dinero público. Fueron tres tercios de aportes, un tercio dado en incentivos fiscales, otro entregado por el BNDES (Banco Nacional de Desarrollo) y el último tercio aportado por la Caixa Económica Federal. La gente también sabe que los terrenos que fueron ofrecidos en garantía están sobrevaloradísimos: 30% más que los terrenos ya construidos en la región. Sabe que el Ministerio Público está investigando, que el promotor de justicia Marcelo Milani dijo que el impacto económico será superior al del llamado ‘Mensalão’ (el mayor caso de corrupción política punido hasta el presente en el Brasil), todos se informaron de que el costo ya superó el 48% de lo presupuestado, nadie desconoce que el Tribunal de Cuentas de la Unión quiere auditar el BNDES y se sabe que todo ese dinero difícilmente será devuelto a los cofres públicos. Además, como el Itaqueirão, le quedará a un club en particular, el resto de los hinchas, ciudadanos comunes de todo el país, no desean pagar esa cuenta pecaminosa.
El estadio Itaqueirão ni siquiera es bonito, su estética no consigue disimular su problemática funcional. Es tan raro como la forma en que el club que lo heredará, el Boca Juniors paulista, el Corinthians, conseguirá pagarlo. Dicen que el ‘naming rights’ (nombre comercial que se le dará) costará a la empresa que lo abone 30 millones de dólares; que la venta de palcos de lujo recaudará 45 millones de dólares; que la boletería de partidos juntará 55 millones de dólares, que por alquiler para eventos musicales y religiosos se juntará más de 20 millones de dólares y que los paseos por el estadio, al estilo Camp Nou, Wembley o Bernabeu dejará una caja de 12 millones de dólares.
Todo esto anualmente. Un invento total. Ninguna de esas cifras responde a la realidad del Brasil actual, a la del Corinthians ni a la de la sensatez humana que se perdió en el desarticulado y caótico tránsito paulista.
El césped, que es una gramilla para frio y por lo tanto necesitó de 43 kilómetros de cañerías para calentarlo, no sorprendió en el primer partido, fue un césped más. Sí sorprendieron los casi 4 millones de dólares que todo eso costó. Los 53 baños que tiene el estadio, ese que en la zona vip obligaba a una cola interminable no apta para ‘apurados’, costaron solamente en grifería y vasos sanitarios un millón de dólares. La iluminación, sinceramente, con sus 350 reflectores que, dicen, alumbra el doble que la Arena de Munich, no me transmitió toda esa potencia, me pareció una luz buena, pero normal. Sin playa de estacionamiento, sin, sin, sin… el estadio se mostró tan poco cautivante como la ceremonia de abertura y la organización que nos dio la bienvenida.
Por fin, el partido. Brasil tiene todo para ser campeón, sin ayudas extras de los jueces ni de nadie. El árbitro japonés que dirigió el cotejo ante Croacia es el mejor de Asia, pero le regaló un penal al anfitrión que lo puso 2-1 arriba, innecesariamente; esa ayuda no le hace bien a Brasil ni a la Copa porque parece que está todo arreglado.
El equipo de Felipão Scolari no precisa de eso, especialmente para ganar su Grupo; lo ganará aunque le jueguen en contra. Hasta eso afeó la horrible jornada inaugural. Sólo la victoria final, tres a uno, hizo que la opaca fiesta se disimulase, especialmente para los brasileños que quieren ganar este Mundial para olvidar el ‘Maracanazo’ de 1950.
Si Brasil hubiese perdido otra sería la historia, especialmente para la presidente Dilma que en varios momentos del partido debió escuchar el grito de cincuenta mil gargantas diciendo ‘Dilma, vai tomar no c…’, que no es otra cosa que el españolísimo ‘vete a tomar por c…’ y que nosotros necesitamos de dos malas palabras para decirlo: ‘hacete c… por el c…’. No es mi estilo escribir este tipo de cosas, pero a veces son inevitables si se quiere transmitir la realidad sin camuflajes. Esta es una de esas ocasiones. Cada vez está más claro que el hexacampeonato de Brasil en esta Copa puede ayudar o complicar a Dilma y su dudoso equipo de gobierno.
Decepcionante inicio. Esperemos que el Mundial sea mejor que su inauguración. Holanda, parece, va a ayudar para que así sea. Los árbitros no tanto…
IN TEMPORE: a la lectora y amiga sastrense, Nidia, le digo que, como ella, quiero estar equivocado (ver ‘Si Argentina gana el Mundial dejo de escribir’). Si el precio de ver a la Argentina campeona legítimamente, y nada menos que en Brasil, es el de parar de escribir en este espacio, ¡bienvenido sea! Winston Churchill dijo “No tengo nada más que ofrecer que sangre, ímprobo esfuerzo, sudor y lágrimas”. Yo, en este desafío menor, ofrezco lo que tengo: mi columna; es decir mi ímprobo esfuerzo. Sangre dono una vez por año; sudor entrego diariamente en mi trabajo y lágrimas ya no me quedan, me las consumió el querido Racing…
(*) Director Perfil Brasil, creador de Solo Fútbol y autor de Archivo [sin] Final.