Los atletas paralímpicos tienen mecanismos espurios no convencionales para mejorar su rendimiento. ¿De qué se trata el boosting?
A comienzos de 1939, el Dr. Ludwig Guttmann fue obligado a abandonarlo todo y forzado a emigrar. Era judío y como miles abandonó la Alemania nazi, con destino al Reino Unido. Desde allí y casi sin esperarlo, cambió para siempre las bases del movimiento olímpico. Transcurridos mas setenta años, lo que nació como un ejercicio terapéutico se transformó, lisa y llanamente, en alto rendimiento deportivo: con sus respectivos beneficios y perjuicios.
Con sus avales profesionales como neurocirujano y sin ninguna posesión económica, Guttmann se radicó en Oxford con una visa de refugiado y una beca para continuar con sus investigaciones sobre patología de la columna vertebral. En ese entonces, la esperanza de vida de un lesionado medular no superaba los dos años. A partir de las propuestas terapéuticas de Guttmann, cambió radicalmente la ecuación: una de ellas fue la práctica frecuente de ejercicio físico. En las adyacencias del Hospital Stoke Mandeville, en el condado de Buckingham, en las afueras de Londres, se instituyó en 1948 lo que actualmente es considerado como el primer mojón de un Juego Paralímpico: dieciséis atletas practicando arquería.
Su inicio institucionalizado se dio en Roma 1960 y era una competencia exclusiva para atletas con discapacidad física. A partir de Atlanta 1996, con varios idas y vueltas, el Comité Paralímpico Internacional (IPC) incluyó a personas con “discapacidad intelectual”. En la actualidad, en Río de Janeiro, hay casi 5.000 deportistas de 170 países distintos.
Atletismo y natación como competencias fundacionales; básquet, tenis y rugby (en silla de ruedas) entre los deportes colectivos; canotaje ciclismo, equitación, esgrima, judo, levantamiento de pesas, remo, tenis de mesa, vela y tiro son algunos de las ofertas competitivas, con sus respectivas clasificaciones según la discapacidad. El fútbol en discapacitados visuales es de 5 jugadores (los famosos “Murcielagos”), donde sólo el arquero es vidente y el resto juega con gafas/antifaz para obstruir completamente la visión; en futbolistas con parálisis cerebral se juega de a 7 y mezclados con deportistas de diferentes categorías C5, C6, C7 y C8, según sus capacidades coordinativas. También existe el Goalball, que es el único deporte paralímpico, creado exclusivamente para atletas con discapacidad visual.
“Si me aseguran ganar, me dejo cortar este dedo” le dijo un joven Marcelo Bielsa, cuando era entrenador de Newell´s, al líbero del equipo Fernando Gamboa, en la previa del clásico rosarino: una anécdota risueña que nunca se llevó a la práctica. Automutilarse para obtener a victoria, es considerado un acto salvaje, irreflexivo, innecesario y exagerado en el fútbol convencional pero es moneda corriente en un Juego Paralímpico.
En varias de sus especialidades, no pueden describirse como una competencia sumamente justa. Agrupar a los deportistas en función de su nivel de discapacidad, es un desafío difícil de equilibrar porque en la lesión, no hay dos deportistas iguales. La disparidad de criterios es fácil de observar en el fútbol 7, donde hubo un tiempo donde cansar al atleta antes de someterlo al test evaluador, era un práctica habitual para que se vea más descoordinado de lo que realmente era.
Recientemente, explotó en Inglaterra el caso de Bethany Woodward, quien denunció en el periódico “The Sunday Times” que se retiraba del equipo y delató que algunos miembros habían sido clasificados de manera espuria en categorías que no les correspondían. El Comité Paralímpico Internacional (IPC) posee la potestad de evaluar, revisar y retirar a cualquier atleta y en cualquier momento, de la competencia. Por ahora no hubo decisiones oficiales sobre el tema.
Además de falsear dificultades para clasificar en categorías más ventajosas, los atletas tienen otros mecanismos espurios que no le son accesibles a los deportistas convencionales. A través de autoagredirse, los competidores estimulan su sistema nervioso simpático y pueden llegar a potenciar su rendimiento en un 20%. El sistema simpático es la parte de nuestro sistema nervioso encargada de preparar al organismo para situaciones estresantes: en circunstancias de huida, emergencia o defensa. Este dispositivo no sólo reacciona a la información que le puede pasar nuestro ser consciente (cerebro) cuando se siente en un contexto de alerta, sino que también puede ser activado por mecanismos físicos no conscientes.
Se llama boosting (estimulando) a la práctica de activación nerviosa que se puede generar a partir de distintos mecanismos y sólo en atletas insensibles al dolor: desde sentarse sobre alfileres, pasando por martillarse adrede un dedo del pie para fracturarlo, hasta atarse una piola alrededor de los testículos (para reducir drásticamente la presión sanguínea) u obstruir sus catéteres miccionales (para acumular la orina e incrementar la presión en sus vejigas, llevándolas al punto máximo de distensibilidad).
El atleta “boosteado” sufre taquicardia, aumento de la irrigación, sudoración profusa, tensiones arteriales elevadas y espasmos musculares en las zonas afectadas. Si el cuadro continua puede desencadenar una “hiperreflexia autónoma”: urgencia médica caracterizada por alteración del pulso y la frecuencia cardíaca, dilatación pupilar, rubefacción y pérdida de la conciencia, que puede desencadenar la muerte por un episodio cardiovascular (infarto miocárdicos o accidentes cerebro-vasculares)
La pregunta del millón es si todas estas prácticas de boosting son realmente dopaje; recordando que, para ser considerado como tal, una sustancia o procedimiento debe ser: beneficiosa para la competencia, dañina para el atleta y que afecte la “moral deportiva”. La WADA (World Antidopin Agency) y el Comité Paralímpico Internacional (IPC) llegaron a la conclusión, en una investigación realizada luego de Beijing 2008, que “pese a ser conscientes de los riesgos para su salud, el 16,7% de los atletas evaluados reconocieron haber recurrido al ‘boosting’ para mejorar su rendimiento”. Es de público conocimiento que el “deporte de alto rendimiento” no es “deporte y salud” o acaso entrenar más duro (buscando llegar al límite) no es comportamiento que aumenta el riesgo y conduce a la lesión.
¿Hasta dónde llega la autolibertad de un individuo que quiere competir y ganar una medalla? Un debate que sigue vigente a futuro, lo que está claro es que los Juegos Paralímpicos están muy lejos de los lineamientos que pensó su impulsor Ludwig Guttmann.
(Fuente: Perfíl)