Es lógico que la nota saliente de la edición 2015 del Buenos Aires Jazz sea su cierre, el domingo 15 en el Teatro Colón, a cargo del cuarteto de Branford Marsalis. Estamos hablando de uno de los músicos de élite de la escena internacional, que se cuentan con los dedos de una mano, y estamos hablando del escenario emblemático del país, con todo ese prestigio a nivel mundial.
El punto, y esto destaco, es que el festival llega a este estadio como consecuencia natural de su crecimiento en estos ocho años, sin necesidad de operación artificiosa alguna: finalmente el festival internacional de jazz de Buenos Aires iba a estar en el Teatro Colón.
El BAJ tiene una tradición. “Tradición” es la palabra clave. Le construimos una. Hoy en día, el BAJ es explicable en cuatro o cinco líneas rectoras que nos impusimos para lograr ciertas metas.
Por un lado, financiar y estimular la producción de nueva música cada año a través de las comisiones de trabajos especiales a nuestros músicos mas destacados.
En este sentido, yo estoy particularmente ilusionado con lo que en esta edición Lilián Saba, una pianista exquisita que viene del mundo del folclore, tenga para decirnos acerca de Bill Evans, un nombre referencial en el jazz.
Por otro lado, ayudar a expandir la oferta de jazz internacional evitando aquellos nombres ya conocidos que han llegado una o varias veces de la mano de productores privados y concentrarnos en aquellos artistas que por razones desconocidas nunca pisaron Buenos Aires. Estos días pensaba en las aperturas de festival de estos años: Randy Weston, Fred Hersch, Tom Harrell, y este año el increíble Peter Bernstein. Todas figuras de peso con trayectorias sólidas. En algunos casos, como Weston, Harrell, o el año pasado Pat Martino, verdaderos “padres de la patria”.
Y dentro de la programación mostrar todas esas expresiones que parecen no ser tenidas en cuenta por los promotores privados y que tienen en esta ciudad muchos seguidores. Por caso, el jazz europeo, al que dedicamos una noche especial –que sospecho será uno de los momentos altos del festival– con el finísimo Manuel Rocheman o los legendarios italianos Furio Di Castri & Antonello Salis. O esas escenas emergentes que merecen un espacio, como el jazz israelí o el austríaco, que este año muestra un verdadero power trio: los Mario Rom Interzone. O la que para mí es una de las revelaciones latinoamericanas más recientes, la chilena Camila Meza, que tiene una sólida carrera en Nueva York pero que aquí es aún una desconocida.
Una tercera pauta clave en una ciudad como ésta, donde tantos chicos están estudiando jazz seriamente, era sin dudas diseñar una plataforma pedagógica. Aprovechar la visita de tantos músicos interesantes para que brinden clínicas, charlas, un ya tradicional workshop de jazz vocal, los talleres de ensamble en los que cada vez hay más inscriptos, y este año, como culminación, una masterclass multitudinaria como la que va a brindar Branford Marsalis el domingo por la mañana en La Usina del Arte.
Y finalmente, lo que yo considero el trademark del festival: los cruces. El festival de jazz de Buenos Aires es un evento donde los músicos locales y los invitados tocan juntos. Y no en una situación de simple compromiso social, lo que se conoce como una jam session. Es mucho más que eso. Hay un compromiso artístico. Los beneficios son múltiples. En términos artísticos, significa ir al más puro significado del género. El público lo vive como un verdadero ensayo abierto, se sorprende, y –para mí un punto clave– es una forma indirecta de forzar a que cierto público más tradicional del género que suele preferir los conciertos donde hay nombres “importados” termine de enterarse del alto nivel de músicos que hay aquí.
Por primera vez en ocho años, el festival va a comenzar con la totalidad de las entradas puestas a la venta agotadas y seguramente con un lleno total en el resto de los conciertos de entrada libre, que son la inmensa mayoría.
Cuando empezamos, hace ocho años, siempre fue clara una premisa: la estrella del festival es el festival. No un nombre en particular. Luego, si el criterio de selección artística es muy riguroso y el nivel de producción apunta a ser impecable, finalmente el público va a acompañar el evento sin necesidad de que conozca en profundidad –o de que simplemente conozca– a los artistas. Sencillamente sabrá que la tradición del festival de jazz de Buenos Aires es apuntar alto y que, luego, es difícil que alguien salga defraudado.
*Director del festival Buenos Aires Jazz.