En el quinteto de parejas que llegaron a esta instancia hay tres posibles narrativas sobre las que basamos nuestra elección.
Diciembre nos reúne ante una recta final electrodanzante en la pista de un ShowMatch que resurgió del petróleo de Cristóbal López con un formato en el que el espectáculo cómico coreográfico se impuso sobre el vedettismo sensacionalista. Sí hubo escándalo, hubo bullying, hubo cursilería, y tal vez también cosificación de la mujer, el hombre, el gay, el travesti y el inmigrante. Pero partimos de la hipótesis de que el casting de participantes y jurado apuntó a la otra vertiente del show, y no hemos visto suficientes episodios para determinar su efecto (aunque más de lo que toleraría algún colega). Y sin embargo apostamos aquí a cómo quisiéramos que fuera la final de esta temporada.
En el quinteto de parejas que llegaron a esta instancia hay tres posibles narrativas sobre las que basamos nuestra elección:
1) El drama de los hermanos enfrentados.
2) La tragedia de la mujer que desafía a los reyes.
3) La épica de los dos héroes que vencen obstáculos.
En primer lugar, y desde antes que Tinelli diera el “Buenas noches, América” inicial, se había planteado la matriz para que la espectacular dupla bicampeona escenificara su cisma y una competencia pirueta a pirueta durante tres estaciones. Noelia y Piquín dejaron en 2014 de ser la enana maravilla y el cisne multiritmo, y asumieron desde el día uno el cuento del campeón desmembrado que bajo la presión que significa el contraste con su ex vuelve a esforzarse para seguir en el podio. El relato comenzó alimentado por sus nuevos acompañantes, quienes llegados del circo y el ballet reforzaron las personalidades enfrentadas; tuvo sus condimentos durante todo el año –un Piquín cansado y molesto, una Noelía etílica y trastabillante y un par de duelos telefónicos- y, por más impostada que a veces pudo parecer la discordia entre la expareja, llega a estos últimos capítulos con una emanación de verdadero desafío (especialmente para ella) por validar sus capacidades en una última batalla. Es la final más previsible, más comentada y más vista en otros relatos, y por ello mismo es la final que preferimos saltearnos.
Si el enfrentamiento entre Noelía y Piquín está lejos de ser la trama que movió a este Bailando, y votamos a favor de que se dirima en una lucha salvaje por el tercer puesto, la tragedia de Antígona Cirio no se va resolver en el prime time de diciembre. Jésica Cirio Insaurralde no bailó ni para seducir al público, ni para vencer a sus rivales, ni para convencer al jurado. Su llegada a la pista de Ideas del Sur fue simultánea a un presunto y nunca confirmado pase de su marido y flamante diputado a las huestes de los neo-opositores al gobierno nacional. Y como tal, su historia es la de la bataclana que hace frente a los mandatos reales de la política y la opinión pública que quieren enterrar a su querido. Es una narrativa que obedece a fuerzas y tiempos que se resisten a encontrar su grand finale en la pantalla de El Trece. Pronosticamos y votamos por una salida pronta de Cirio, sin triunfo, sin fracaso.
Nuestra apuesta es por una final entre Laura Fidalgo y Peter Alfonso, las dos formas más vitales del protagonismo en el Bailando 2014. El héroe enamoradizo, que nació entre las tablas y bambalinas de ShowMatch, llegó con Paula Chaves, hija, padre, suegro y un ejército de fans para conquistar la corona que se le había escurrido en 2012. En el camino de esta temporada perdió a su amada en la pista, se unió a ella en los papeles, consiguió a una ladera magnífica (la entusiasta amazona Flor Viterbo), contendió con su propios defectos, y con el desafío personal de ser papá, esposo y estrella multimedios. Nos referimos efusivamente a Pedro cuando demostró la creatividad de su capitaneo en un ritmo libre que no conmovió al aún reticente tribunal. Pero finalmente logró sacarle sus mayores vítores en el clímax de esta primavera: nota perfecta en el último ritmo. “Tenemos muchísimas ganas”, dijo el viernes. “Falta, pero todo es ritmo a ritmo, paso a paso”. Pedro sabe que está listo para cabalgar hasta el trono en un desfile floreado mientras el reino todo ya le da la bienvenida. No es la misma alfombra imperial la que recibe a la contrincante que le deseamos.
La Fidalgo escribe la historia que puede retar al alfonsochavismo, pero su entrada será triunfal sólo a través de ciénagas espinosas. Todo el año emprendió una guerra tan latosa como inagotable contra el mundo, sus competidores, Tinelli, la producción, el jurado, la prensa y sí misma. La narrativa de Laura, en las antípodas de la del joven y admirado Pedro, es la épica de la antiheroína hermosa, añeja, solitaria y virginal (o soltera, al menos) que frente a risas, frustraciones, burlas y críticas ajenas ha tratado, en sus palabras, de “resolver el laberinto de esta vida”. Muy elocuente fue en este sentido el “Greased lightning” que interpretó en octubre, una admirada explosión de nervios después de quince minutos desesperados de tratar al borde de las lágrimas de hacerse entender. En su última función la semana pasada, en otro diálogo quejumbroso con el jurado, Laura volvió a sugerir el incendio interior que la impulsa a ganarle a todos: “No importa si soy buena bailarina, a mi me importa ser buena persona”.
Las de Alfonso y Fidalgo son dos narrativas separadas de dos gladiadores que atravesaron pruebas distintas. Creemos que la final será la mejor arena para que esas historias se crucen y escriban su desenlace.
Por @JMBt