Nuestra historia, pájaros y un árbol que llora, la Tipa. ¿Qué une a cada uno de ellos? El ser humano y sus decisiones para que éstos sean cuidados, valorados y conservados.
Las calles, las casas, las plazas, nuestra Historia, lo que nos queda de nuestra Uruguay se nutren de muchas vivencias, también de árboles. Ellos han crecido junto a esa ciudad de antaño, son testigo de esas anécdotas, como también de nuestras vidas contemporáneas.
Los Tipuana Tipu, más conocidas como Tipas, son parte de la historia nacional como local, ellas todavía persisten en plazas y en algunas calles de ciudades, de la nuestra. Estas no crecen en forma antojadiza, el arquitecto Carlos Thays difundió a fines del siglo XIX y principios del XX el uso de este árbol para el adorno de los parques, paseos, avenidas y bulevares de las principales ciudades y estos lares no estuvieron exentos de este plan nacional.
“Tristes tipas que tapizan algunas veredas de amarillo y lágrimas” poetizan sobre ella. Son altas, bellísimas, pocas veces pasan desapercibidas, pero están ¿tristes…? Parece que sí: en esta época del año, casi al borde entre primavera y verano, el “llanto de las tipas” decoran algunas veredas uruguayenses, las cuales reciben sus lágrimas.
Ellas, como otros ejemplares arbóreos conllevan muchos beneficios que no se limitan a tan solo ampararnos con su orgullosa sombra bajo el canto de las chicharras.
Algunos de ellos son: Combaten el cambio climático, limpian el aire ya que proporcionan oxígeno para 18 personas. Refrescan la ciudad hasta 5° C, dándoles sombra a nuestros hogares y calles, interrumpiendo las “islas de calor” y liberando vapor de agua al aire a través de sus hojas. Ellos ahorran agua y la contaminación de ella. Protegen a los niños de los rayos ultravioletas ya que reducen la exposición a los rayos UV-B en aproximadamente un 50 por ciento. Ellos sanan: los estudios han demostrado que los pacientes que pueden ver árboles desde sus ventanas se curan más rápido y con menos complicaciones. Forjan oportunidades económicas: se generan oportunidades de negocios en las especialidades de administración de desechos verdes y paisajismo cuando las ciudades valoran el uso de pedacería orgánica (mulch) y su capacidad de ahorrar agua. La capacitación vocacional para los jóvenes interesados en empleos verdes también es una manera excelente de desarrollar oportunidades económicas gracias a los árboles. Proporcionan en sus copas un hábitat para la vida silvestre: muchas especies urbanas que proporcionan excelentes hogares para los pájaros. Aumentan el valor de la propiedad: la belleza que dan los árboles bien plantados a una propiedad, su calle y vecindario circundantes puede aumentar su valor en hasta un 15 por ciento. Y este último: Reúnen grupos diversos de personas y aumentan la unidad: pueden convertirse en puntos reconocidos de la comunidad, dándole al vecindario una nueva identidad y alentando el orgullo cívico.
Identidad, una ciudad con HISTORIA y de historias, un árbol… LA TIPA- Juan Perón al 357, Puerto Viejo- un ejemplar que sintetiza todo lo hablado. Él es uno de esos últimos ejemplares que datan de principio de siglo XX, que quedan de esa ciudad que nos vio crecer, que fue valorado, protegido y cuidado por sus “dueñas” – puesto que convive con una casa desde esa época- y que tiene que seguir siéndolo puesto que este árbol habla de nosotros, de lo que somos, del Hombre tal como lo sentencia Fiedrich Nietzsche:
«Un árbol nos recuerda que, para crecer hacia lo alto, / hacia lo espiritual, lo abstracto, es necesario estar bien arraigado en la tierra, /en lo concreto, en la materia. /Es al igual que el ser humano, un ser que une cielo y tierra. /Es el portador del fruto acabado, y al mismo tiempo, /está en pleno proceso de desarrollo. /Nosotros, como seres humanos, /somos la máxima expresión de la creación y al mismo tiempo/estamos aún en proceso de crecimiento», como un árbol.
Los poetas dicen que “las tipas” lloran… ¡quizá! En la realidad, esperemos no lamentarnos que tal ejemplar, en algún momento de nuestra historia inmediata, sea extraído. Tratemos de no llorarlo como lo hicimos con ese ceibo. Dejemos tan solo a que ella, solloce en silencio sus flores amarillas a la sola compañía de sus pájaros que la frecuentan y la viven. –