Desde que el río es río convive con sus huéspedes, los que viven en sus entrañas, los que se alimentan de sus profundidades. Y desde que él es él habita sobre sus costas y en él navegan las naves que lo trascienden, y también mueren.
Uno de estos últimos jueves se hundió en uno de sus fondeaderos internos del puerto un “potero”, llamado a los buques que pescan calamares. El barco fue encontrado en las primeras horas del mañana inclinado, ya exhausto de tanto esperar y soñar otras aguas tan ajenas a nuestros paisajes litoraleños.
Ya había dado aviso, justo el año pasado, por medio de una serie de filtraciones encontradas en su casco y es así que se implementaron barreras flotantes de contención para evitar una posible contaminación de las aguas, tarea que estuvo a cargo de la Prefectura Naval para lo cual se vaciaron sus compartimentos del combustible y fluídos los cuales eran potencialmente contaminantes. Las directivas fueron emanadas del Ente Autárquico Puerto de Concepción del Uruguay (EAPCU) – organismo que garantizar la mejor calidad de las aguas del Río Uruguay, entre otras funciones – el cual estuvo atento y pudo evitar, en este caso, un trágico final por medio de las anteriores medidas tomadas.
De todas formas, las intensas lluvias recientes terminaron con la agonía de este “potrero”, completando su desgaste. Trataron de reflotarlo. Todo fue en vano. Sucumbió ante los esfuerzos.
El medio ambiente siempre es el que las paga. Esta vez, si no hubiera estado esa mirada atenta de este Entre, sería un capítulo más dedicado a la contaminación por un derrame de combustible en nuestras aguas. Ella no solo afecta a los animales y plantas autóctonas, también influyen profundamente en los seres humanos. La pesca, la manutención de una familia, el turismo se ve afectado, además. Por ejemplo, en la primera actividad, las personas que se ganan la vida pescando pueden perder porciones significativas de sus ingresos. Asimismo, el Gobierno puede prohibir la pesca en la zona afectada y alrededores por un periodo extenso. El Turismo ribereño también se ve perjudicado como así también los deportes que conlleva.
La contaminación que puede generar a las personas que residen cerca de una zona de derrame pueden estar en contacto con las mismas toxinas que los animales que la padecen. El combustible puede infiltrar los sistemas de agua potable, o del terreno.
Los derrames de combustible tienen el potencial de convertirse en desastres si no son evaluados y atendidos rápidamente o como en este caso, usar la prevención, la precaución.
Desgracia con suerte, podemos decir esta vez. No hace falta ahondar más en lo primero, la suerte fue la mirada atenta de las autoridades, la precaución ante la detección de un futuro problema, el evitar la desidia. En hora buena sería que las autoridades que tendrían que proteger la salud de los seres humanos y no humanos imiten este accionar, la eficacia y la eficiencia en tratar de solucionar los problemas de zoonosis, de salud ambiental y los relacionados con la del animal. Ellos, los responsables de estos problemas existentes, no solo tendrían que contemplar, en esos días de ocio, esas aguas que transcurren mansas de nuestra orilla, sino dirigir la mirada hacia ese organismo que fue un modelo a seguir ante estas circunstancias.
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