Hace una semana se cumplió el primero de los cuatro años de un nuevo gobierno en el país, atravesado por una profunda crisis, con derivaciones sociales y políticas más allá de la frontera de su economía aún escuálida. Todo el mundo sabía que las coordenadas macro harían pagar de alguna manera el rumbo elegido en la última década, pero la situación parece haber trepado lentamente hasta el límite de tolerancia.
Cuestión que llegamos al horizonte, más brotados que con brotes y en ese hueco de lo que no sucedió cabe también parte del crédito de lo que viene. Y no es la jurisdicción lo que exalta la crítica sino y básicamente, la condición política del futuro atada, como se aprecia, a necesidades electorales concretas, surgidas a la luz de una gimnasia partidaria interna sin debate.
La sociedad parece haberse acostumbrado a que el gerenciamiento de la política es cosa buena, pero cosa de otros al fin. En ese intersticio sobreviven también aspiraciones de gente que necesita trabajo y hace de la actividad política el suyo, sin formación y en ocasiones con escrúpulo escaso. Esa actitud, al fin y al cabo, no sería del todo execrable si no mutara luego en oferta electoral. A proyectos cada vez menos importantes que, a su vez, hacen ciudades, provincias y países de esa condición.
El dedo y la llaga
Sin embargo sería un error pensar que este estado de cosas se verifica sólo en las áreas de gobierno, la Justicia o la Legislatura. Se extiende a cada rincón donde la política hace su juego. Desde las cooperadoras escolares, pasando por las universidades, los clubes deportivos o los grupos confesionales. Son realmente muy pocas las instituciones que se piensan a sí mismas fuera de ese contexto. Resultado: llegan los aliados, no los preparados.
Un caso testigo es la zaga que vive por estas horas el Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos, que ha servido, es cierto, para transparentar situaciones sospechadas por todos. Ninguno de sus integrantes llegó en el pico de la cigüeña, como tampoco lo hizo gran parte de la corporación judicial, pero que dirigentes políticos, como el ex gobernador Sergio Urribarri, se pongan al frente de esta mani pulite parece un poco exagerado.
Volver al futuro
En el horizonte amenaza la historia circular. Jorge Busti, principal responsable del arribo de Urribarri al gobierno y, es bueno decirlo, de casi la mayoría de los miembros del Superior, recorre ahora la provincia fotografiando el resultado de su obra en los tres períodos en que dirigió los destinos de la provincia de Entre Ríos. Por supuesto, no hay instantáneas de Mario Yedro, ni de Félix Pacayut, por mencionar algunos, legisladores de Busti ambos, sentenciados a penas que nunca cumplieron. Tampoco devolvieron nada de lo que robaron al Estado.
Lo cierto es que la recta final hacia 2019 comenzó antes de la elección de 2015, cuando el comando real del PJ acordó el nombre del gobernador, en este caso, Gustavo Bordet. Los resultados de esta disputa ingrávida, iniciada en la primavera de 1983, están a la vista: Concordia seis, Paraná uno y Uruguay cero. En este último caso, podría contarse, en parte, a Sergio Montiel pero no cambiaría mucho la cosa. Sólo Busti puede ir por la corona del General Urquiza, asesinado en ejercicio del mando, quien desde 1854 hasta 1870 se sentó cuatro veces en el asiento tan deseado.