Y un dia paso. El Real Madrid se lo dio vuelta y con 10 jugadores le gano 2-1, poniendo fin al invicto de 39 fechas. Messi no pudo anotar su gol 500. encima gano el Atletico de Simeone, que quedo a 6 puntos.
Hubo tres frustraciones en un mismo partido. La primera, y tal vez la más dolorosa para los argentinos, fue que Lionel Messi no pudo hacer su gol 500, justo contra los rivales de siempre: el Real Madrid y Cristiano Ronaldo. La segunda se originó porque Barcelona perdió el invicto de 39 partidos en Liga y no pudo igualar la marca del Nottingham Forest (40 encuentros sin derrotas). Y la tercera, la más remediable, tuvo que ver con el aspecto doméstico: además de caer en el clásico del mundo, la derrota hizo que el Atlético de Madrid se acercara, aunque todavía sigue a seis puntos.
Si algunos habían dado por muerto al Real Madrid de Zinedine Zidane, lo de ayer en Camp Nou fue un mensaje educativo: no se sabe si está de regreso ni si este envión que implica haber ganado el clásico puede impulsarlo en la Champions, pero sí que nunca estará muerto del todo. Tiene demasiado talento individual como para aceptar su certificado de defunción. Bale, Marcelo y Ronaldo lo demostraron.
El clásico del mundo, como lo vendió buena parte de la prensa en los días previos, fue también el clásico de los latinoamericanos: diez de los 22 jugadores que iniciaron el partido ayer nacieron en esta parte del mundo. Pero, curiosamente, los que por lo general más se destacan del Barça estuvieron apagados. Sin luz. El indómito Luis Suárez apenas galopó y erró un gol de los que no yerra nunca cuando todo estaba recién comenzado. Esa pifia pudo haber cambiado el destino blaugrana. Y Messi, la otra luz fulgurante de este equipo, ayer intermitente y demasiado retrasado en el campo, pudo haber festejado con una exquisitez que sacó increíblemente el arquero Keylor Navas. Fue una de esas atajadas que quedan en el recuerdo, y que se pasan a fin de año entre las mejores del año. Tiro bombeado con dirección al ángulo, y con la punta de los dedos y la mano cambiada, el arquero costarricense la saca al córner. Aplausos y frustración: todos los hinchas sentados en la tribuna estaban allí, además de por el acto protocolar que significaba el partido, por dos cuestiones: rendirle un homenaje y minuto de silencio a Johan Cruyff, el viejo ídolo, y gritar el gol 500 de Messi, el ídolo moderno.
Pero el gol lo hizo Piqué. Fue como los que suele hacer Piqué: de cabeza, tras un córner, llevándose por delante al mundo merengue.
La alegría catalana igual duró poco. Seis minutos después, Marcelo protagonizó una jugada propia de los brasileños, Kroos lanzó el centro y Benzema dibujó una suerte de tijera que terminó adentro y enmudeció el estadio. Entonces, los que habían ido a ver el gol de Messi, los que tenían preparado el cotillón para que la foto saliera aún más perfecta, advirtieron que eso podía esperar. Que mejor era conservar el invicto, la racha sin derrotas más prolongada de la historia de España, que estaba apenas cerca de la continental. Mientras se pensaba eso, para colmo, Sergio Ramos salía expulsado por una doble amarilla tras una patada a Suárez. Nada hacía suponer que el final iba a ser desconcertante. Sorpresivo. Entonces llegó él. El rival de Messi. Ronaldo, el irritante, salió festejando. Vendiendo un champú, como dijo alguna vez Maradona. Fue la imagen del partido: el portugués gritando con el Camp Nou de fondo. El invicto se había desvanecido. Y sólo quedaba prestarle atención y aplicar la receta que diría luego Luis Enrique en su conferencia: “Para mí, este partido ya no existe”. Para los hinchas del Barça, así será.