Por monseñor Jorge Eduardo Lozano
Aclamamos a Jesús con ramos en las manos, como queriendo agitar visiblemente la alegría del corazón. Esta entrada de Jesús en Jerusalén está rodeada de detalles que no debemos pasar por alto. Entra como un Rey, es cierto, pero con cualidades particulares. Monta en un burrito pequeño. Los reyes que quieren hacer sentir su poder usaban caballos briosos y bien adornados o eran llevados en lujosos carruajes. Jesús es Rey de Paz. No viene para infundir miedo, sino a suscitar confianza. No viene a oprimir sino a servir amando hasta el final. Por eso los más sencillos del pueblo se acercan a Él con confianza. Los seguidores más cercanos que le rodean no son príncipes y nobles custodiados por guardias bien armados. Son sus discípulos. Son trabajadores del campo, pescadores, albañiles, unos pocos saben leer y escribir. Algunos son reconocidos por su bondad (como Pedro, Santiago, Juan…) otros inspiran cierta desconfianza o suspicacia (Mateo había sido cobrador de impuestos) y otros son mal vistos por su avaricia (como Judas). La reacción del pueblo especialmente los niños y los jóvenes fue salir a recibir y festejar. Sus cantos expresaban la fe en Dios que viene a salvar a su Pueblo. «¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!» (Lc 19, 38).
Hay una intuición muy profunda que ayuda a ver esa entrada de Jesús como quien viene a perdonar, no a invadir. A atraer con lazos de ternura y amor. Ante semejante algarabía «algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos». Pero él respondió: «Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras»». (Lc 19, 39-40) El domingo de Ramos suele haber en muchas diócesis del mundo Encuentros de Jóvenes. En el Año Jubilar de la Misericordia Jesús quiere ofrecerles todo su cariño y perdón. El Papa Francisco cuenta su experiencia de cuando tenía 17 años de edad y entró a una Iglesia y vio un sacerdote sentado, confesando, sintió entonces que necesitaba acercarse a pedir perdón por sus pecados: «Allí me encontré con un sacerdote que me inspiró una confianza especial, de modo que sentí el deseo de abrir mi corazón en la Confesión. ¡Aquel encuentro me cambió la vida! Descubrí que cuando abrimos el corazón con humildad y transparencia, podemos contemplar de modo muy concreto la misericordia de Dios.
Tuve la certeza de que en la persona de aquel sacerdote Dios me estaba esperando, antes de que yo diera el primer paso para ir a la iglesia. Nosotros le buscamos, pero es Él quien siempre se nos adelanta, desde siempre nos busca y es el primero que nos encuentra. Quizás alguno de ustedes tiene un peso en el corazón y piensa: He hecho esto, he hecho aquello… ¡No teman! ¡Él les espera! Él es padre: ¡siempre nos espera! ¡Qué hermoso es encontrar en el sacramento de la Reconciliación el abrazo misericordioso del Padre, descubrir el confesionario como lugar de la Misericordia, dejarse tocar por este amor misericordioso del Señor que siempre nos perdona!». ¡Qué hermoso testimonio! Todos estamos iniciando la Semana Santa. Jesús quiere una vez más entrar en tu vida para hacer fiesta por el perdón y la misericordia. Hace un par de semanas te invité a rezar con las tres parábolas de la misericordia del capítulo 15 del evangelio de San Lucas. Es de destacar que las tres terminaron en alegría y fiesta. Ese es un mensaje que Jesús quiere dejarnos. Esto está al alcance de tu mano. Dios siempre te espera para gozar juntos de su abrazo. No te prives de su ternura.