Aquí y ahora

Aquí y ahora El momento cumbre de su carrera. El que siempre espero. No llega en su mejor rendimiento, pero confía. Va por la maradonización. Aquí y ahora

Desde Rio de Janeiro

Los hinchas argentinos, 100 mil personas que conforman una migración futbolera sin precedentes, parecen zombies en Copacabana. Se tropiezan entre sí, se duermen de parados debajo de los árboles de la Avenida Atlántica, tararean “decime qué se sienteee” debajo de la lluvia y, lo peor, ya no tienen a quién cargar. Aquí no hay alemanes (Copacabana no es una zona exclusiva de Río de Janeiro) y los brasileños futboleros dejaron de vestirse con camisetas amarillas: un argentino que no sabe contra quién competir se siente huérfano. Así transcurre la vigilia que terminará hoy a las 16, cuando una amplia mayoría se concentrará frente a la pantalla gigante del Fan Fest (sólo una minoría irá al Maracaná) para ver la primera final de Argentina en los últimos 24 años. No sólo esperan la vuelta olímpica. También la maradonización de Lionel Messi.

Serán dos finales en formato de matrioskas rusas. Incluida dentro de la más grande, la de Argentina-Alemania, Messi tendrá su propia misión: se jugará todo lo que implica estar a noventa minutos de un destino muy argentino. O iguala la línea de Diego Maradona en México 86 o, ay, se enfrenta al qué dirán de los insatisfechos de siempre. Lo paradójico es que el Messi que saldrá hoy al templo del fútbol, el Maracaná, llega avalado por haber mostrado la genialidad de su repertorio en varios momentos del Mundial pero sin la regularidad del mejor momento de su carrera, que parece haber quedado entre 2011 y 2013.

“A Messi le queda un partido para alcanzar todos los objetivos imaginables. Está a un paso de acabar con el eterno déficit que soporta con Maradona. Le falta ganar el Mundial. Es curioso el fútbol. Puede privilegiar a Messi en el momento más bajo de su carrera”, escribió el periodista español Santiago Segurola, en el Diário de Notícias de Lisboa.

Según Segurola, Messi “remite cada vez menos al fabuloso futbolista que fue. Parece sufriente: quiere recordar sus mejores tiempos y no lo consigue. Transmite una sensación de angustia. Lo que antes era natural –el perfecto primer control, la arrancada imparable, la llegada en tromba al área, el pase impecable y el remate preciso– ahora surge pocas veces. O no aparece, como sucedió frente a Holanda”.

Messi no fluyó entre la telaraña defensiva holandesa, pero tiene atenuantes: para que Alejandro Sabella encontrara el mejor funcionamiento del equipo, Argentina se convirtió en la segunda rueda en un equipo mucho más pendiente de rodear a Javier Mascherano que al 10. El cambio de Lucas Biglia por Fernando Gago lo certifica: Biglia es más socio de Mascherano que de Messi, que a medida que pasó el Mundial se fue quedando sin Gago, Angel Di María y Sergio Agüero. Y con Gonzalo Higuain –otro socio esperado– lejos de su mejor versión, Messi terminó de quedarse aislado.

La lectura es sacrílega: en cierta forma, Argentina necesitó sacrificar al mejor Leo para llegar a la final. Pero el 4-2-3-1 y la solidez defensiva en la segunda ronda, incluso en detrimento del mejor Messi, avalan la decisión colectiva de Sabella: ningún gol en contra del equipo y ninguno a favor de Messi. Primero Argentina, después Messi.

En la primera ronda había sucedido lo inverso: Messi fue mejor que Argentina. Aun sin regularidad durante los noventa minutos, Leo mostró las genialidades de su repertorio en medio de la descompensación general. Sus cuatro goles en tres partidos contrastaban contra un equipo que no encontró su funcionamiento ni en el 5-2-3 inicial contra Bosnia ni en los sucesivos 4-4-2 contra Irán y Nigeria.

¿Pero cuál fue la razón para el cambio táctico y una Argentina más retrasada, lo que llevó a la incomunicación de Messi? ¿Sabella “sacrificó” a su figura porque necesitaba ordenar el equipo? ¿O aisló a Messi porque, como dijo Jorge Valdano ayer en El País, “a estas alturas ya sabemos que del momento de Messi no se puede esperar una gran actuación, sino una gran jugada”? Según concluyó el ex campeón del mundo en México 86, “no es culpa de Sabella que el equipo haya tenido que achicar hacia atrás, alejándose del arco rival y de un juego más atractivo”.

Lo que está claro es que, por las causas que fueran (¿físicas?), aquel Messi eléctrico de los últimos 15 metros se recicló en los últimos meses en un jugador de tres cuartos de cancha (no es casualidad que tres de sus cuatro goles hayan sido fuera del área). Que sigue siendo el mejor de todos, incluso en esta Argentina finalista después de 24 años. Y que hoy irá por el gran partido de su vida: alcanzar el mito Maradona.
“El fútbol le debe un Mundial a Messi”, aseguró a PERFIL Javier Cáceres, periodista del diario alemán Süddeutsche Zeitung. Y lo dijo con admiración, pero también resignado.