1820 – 20 de junio – 2020
El creador de la Bandera Argentina en el atardecer de su vida “¡Soldados: habéis llenado mi corazón de contento. Me recibisteis con placer y para darme prueba de vuestro amor a la Nación y del espíritu que os anima, jurasteis vencer o morir conmigo antes de permitir que la subyugasen sus enemigos! Seguid respetando la religión santa que profesamos y a los ministros del Señor; obedeced a vuestros jefes, e imitad su subordinación; continuad vuestra atención y miramientos a vuestros conciudadanos; no olvidéis que el Patrono del ejército que componéis es la Santísima Trinidad y vuestra Generala Nuestra Señora de las Mercedes, y yo os aseguro la victoria, mereciendo las bendiciones del cielo… Marcho a esperaros en Tucumán.” (7 de agosto de 1816)
Estas son las palabras que se encuentran documentadas en el archivo del Museo Mitre de la ciudad de Buenos Aires y que nos permiten vislumbrar los valores que sostuvieron al ilustre creador de la bandera nacional. En esos términos se dirigía a sus tropas desde Trancas, paraje ubicado a unos 70 Km al norte de la capital del “jardín de la República” y a cuyos oficiales exigía “una especie de disciplina monástica y castigaba con severidad las menores transgresiones”, según señala el Gral. José María Paz en sus “Memorias póstumas”. El ánimo y la arenga del Gral. Manuel Belgrano estaban respaldadas por un acontecimiento que todavía se seguía extendiendo por todo el territorio rioplatense: la declaración de la Independencia Nacional.
Mientras en 1818 Beethoven da origen a la famosa “Novena sinfonía” como ejemplo de coronamiento de un giro en su estilo musical, más épico y turbulento, la vida de Belgrano también se escribía de manera similar. Épico venía siendo su estilo de vida, alejado de las comodidades iniciales de su Buenos Aires natal. Turbulentos, también, los pocos años que le sobrevendrían al multifacético abogado como consecuencia de una salud cada vez más quebrantada. Ello es lo que lo obligará, luego del fatídico diagnóstico del 23 de abril de 1819, a pensar en regresar a la “reina del Plata”. No obstante, los sacrificios de aquella resistencia en el noroeste, junto a Martín Miguel de Güemes, no serían inútiles.
El 9 de diciembre de 1824, los sables victoriosos en los terrenos de Ayacucho extenderían a todos los rincones de América un eterno agradecimiento a los hombres y mujeres que todo lo dieron por la libertad de medio continente. El ruido de rotas cadenas no sólo era melodía. Había llegado el año 1820. En la compañía del Dr. Joseph Thomas Redhead y del Dr. John Sullivan, Manuel Belgrano pasa sus últimos días en el mismo domicilio que le viera nacer y desarrollar gran parte de su vida. Hoy, pleno barrio de Montserrat. En la significativa jornada del 25 de mayo de aquel año y en momentos en que se celebraba el décimo aniversario de la Revolución de Mayo, Manuel Belgrano redacta su testamento. Lo encabeza expresando: “En el nombre de Dios y con su santa gracia, amén.”
“Estando enfermo de la que Dios Nuestro Señor se ha servido darme, pero por su infinita misericordia en mi sano y entero juicio; temeroso de la infalible muerte a toda criatura e incertidumbre de su hora, para que no me asalte sin tener arregladas las cosas concerniente al descargo de mi conciencia y bien de mi alma, he dispuesto ordenar este mi testamento.” Y concluye con estas palabras: “Primeramente encomiendo mi alma a Dios Nuestro Señor que la crio de la nada, y el cuerpo mando a la tierra de que fue formado; y cuando Su Divina Majestad se digne llevar mi alma de la presente vida a la eterna, ordeno que dicho mi cuerpo, amortajado con el hábito del Patriarca Santo Domingo, sea sepultado en el panteón que mi casa tiene en dicho convento, dejando la forma del entierro, sufragios y demás funerales a disposición de mi albacea.”
A las 7 de la mañana de la gélida jornada del 20 de junio de 1820, esa misma vivienda que fuera mudo testigo del nacimiento de uno de los hombres más admirados de la historia nacional, asistía a la partida del miembro más histórico de la familia. Según el Doctor Castro, sus últimas palabras fueron: “Pensaba en la eternidad adonde voy, y en la tierra querida que dejo. Espero que los buenos ciudadanos trabajarán por remediar sus desgracias.” Por su parte, su biógrafo Bartolomé Mitre, sostenía que sus últimas palabras fueron el clamor: “Ay, Patria mía”. Cuales quieran hayan sido, queda clara su preocupación por cada uno de los moradores de este bendito suelo por el que entregó hasta el último de sus esfuerzos.
Tenía la certeza de que una nación de honrados ciudadanos sería lo único que enaltecería esta Patria. Cobijaba la esperanza de que nos sustentaríamos sobre los pilares de lo verdadero y noble, lo justo y puro, lo amable y digno de honra, sobre todo lo que fuese virtuoso. Los homenajes póstumos El distinguido historiador Daniel Balmaceda en su obra “Belgrano. El gran patriota argentino” (2019) refiere un dato muy interesante sobre uno de los primeros homenajes que se le rinde al prócer rioplatense. Para cuando falleció Manuel Belgrano -cuya vivienda estaba ubicada sobre la arteria llamada Pirán-, una comisión integrada porJosé María Rojas, Sebastián Lezica, Miguel Riglos y Juan Pablo Sáenz Valiente, presenta un proyecto al gobernador de Buenos Aires del momento, Martín Rodríguez.
Proponían que se le diese el nombre del prócer a una calle de la ciudad y erigir un pueblo en su honor. La propuesta de la calle fue aceptada el 7 de agosto de 1821. Aquella misma sobre la cual vivió el ex integrante de la Primera Junta, fue designada Avenida Belgrano. Interesante para nuestra ciudad es el siguiente detalle. Un miembro de la mencionada comisión, don Juan Pablo Sáenz Valiente, fue el tío bisabuelo de Juan Pablo Sáenz Valiente Campos, quien se casará con Teresa de Urquiza, hija de Don Justo José de Urquiza. Uno de los tres hijos varones del matrimonio Sáenz Valiente-Urquiza, Francisco José, sería el fundador del tradicional periódico uruguayense, diario “La Calle”, en el año 1944.
Entre otros de los datos llamativos ofrecidos por el historiador Balmaceda en la publicación citada, se señala que tras el fallecimiento del hijo de Manuel Belgrano, es decir, Pedro Pablo Rosas y Belgrano, su viuda, doña Juana Rodríguez, atraviesa grandes dificultades y necesidades. Ante este panorama desalentador, obtiene ayuda financiera de la media hermana de Pedro Pablo, Manuela Mónica del Corazón de Jesús, también hija de Belgrano, quien se había casado con el Sr. Manuel Vega. Pero, además, recibe asistencia económica de quien era gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza.
Este soporte fue fundamental para ella y su familia. ¿Habrá conocido Justo José de Urquiza siendo un niño de 10 años al prestigioso General Belgrano en aquellos días otoñales de abril de 1811 en el transcurso de sus 11 días de permanencia en Concepción? ¿Se habrán cruzado las miradas del pequeño Justo José con las del Brigadier de 40 años en alguno de esos días, inspirándole amor al orden, sentimiento de honor, amor a la virtud y a las ciencias? De lo que sería difícil dudar, es que ambos habrán posado sus ojos ante la imagen fundadora de la Patrona de nuestra ciudad para elevar sus ruegos por nuestra Patria. En el celeste y blanco del manto de la Virgen se inspiraría Belgrano, bajo influencia de la corte borbónica.
Asignaría estos colores al escudo del Consulado de Buenos Aires. Más aún, los haría plasmar en nuestra propia bandera enarbolada en las barrancas del Paraná. Igualmente, los pondría en el escudo que elaboró de su propio puño para aquella monarquía constitucional que imaginó para estas tierras como Reino Unido del Río de la Plata, Perú y Chile. Así, pues, albiceleste fue aquel paño ante el cual Justo José de Urquiza, junto a los congresales de 1853, juró. Bajo estos colores tan caros para nuestro sentimiento argentino, entregaban una nación definitivamente organizada, como un justo homenaje a todos aquellos que, como Belgrano, se inmolaron en bien de nuestra Patria. Hoy, retomemos nosotros el esfuerzo iniciado por los fundadores de nuestra querida Argentina. Constituyámonos en aquellos buenos ciudadanos que trabajen por cultivar virtudes y remediar sus desgracias.
Lic. Prof. José Alejandro Vernaz
CENTRO CULTURAL “JUSTO JOSÉ DE URQUIZA