Dicen los memoriosos que llegó impecable, cual galán de cine de los 50, ese que veían nuestras viejas, las doñas del barrio, de batón y rulero. Bajó del Rambler que lo trajo hasta la vieja cancha de la Liga. Su imponente figura de casi dos metros, el pelo ya blanco, ondeado pero bien peinado. Fue bajando despacio, como no terminando de salir nunca. Y la barra, apretujada en el viejo portón de acceso a la cancha arrancó con el grito clásico “Amadeo, Amadeo”.
Carrizo, el mejor arquero del fútbol argentino, ya en retirada, llegaba a una cancha de Concepción para calzarse el buzo con el número uno y regalar su magia legendaria por un rato. Corría el 70. Amadeo brilló al cabo de los 90 minutos, atajando un tiempo para Almagro y otro para la selección de Concepción. Eran tiempos de grandes jugadores en el fútbol nuestro, los que iban abriendo el paso a la gran generación del 70-80 con Atlético Uruguay y del 90-2000 con Gimnasia.
Amadeo esa tarde se paró como tantas veces en su legendaria carrera, cuidando palos de madera cuadrada en una humilde cancha del interior con la grandeza de siempre. Poco le importaron sus años, que iban creando achaques escondido en años.
El técnico de la selección local era Ángel de Degregori y los que están con el arquero en la foto son nombres y hombres que hicieron grande el fútbol uruguayense: Hugo Prat, Rolando Zaragoza, Benay, Daniel Garcin, Boladeres, Almada, Prado, Gabino Godoy Gutierrez. Hincados Irel, Reina Ocampo, Casaretto, Delzart, Bartolo Gómez, Licho Sosa, Bilibio y Ardaiz. Los memoriosos dicen que esa tarde, Coliche Almada hizo un gol.
El arquero, que ya no tenía apellido, luego del partido se comió un asado con la muchachada uruguayense con la misma cordialidad y respeto con el que había llegado. Esa boina que fue sinónimo de estar cerca de los palos, en un puesto en el que jugaba con las mano, puesto al que llegó para darlo vuelta, quedó colgada en el respaldo de la silla.
Fue un precursor, dejando atrás los arqueros voladores o espectaculares como se estilaban en aquellos años para anticiparse a la jugada, para salir a cortar antes, jugando con los pies como el mejor.
Eran otros tiempos, es cierto, pero la pelota era redonda, la cancha, el arco de las mismas dimensiones y el fútbol era así, sin histerias, con respeto, dentro y fuera del estadio. Y Amadeo era fiel representante de ese fútbol. Su muerte, ocurrida en la semana que se cerró, así lo demuestra. Sus rivales lo despidieron con respeto y admiración, esa que veíamos nosotros en nuestros padres cuando hablaban de el.
Amadeo también pasó por Concepción, como tantos otros grandes. Los que jugaron con el, aquellos que se prendieron al alambrado de la vieja cancha de la Liga se les habrá piantu un lagrimón también, como pasó con cada uno de los que amamos la redonda. Porque de chicos supimos que existió un arquero que no tenía apellido. De las tribunas bajaba solo el “Amadeo, Amadeo”.
En tiempos de pandemia y encierros, bueno es recordar a un tipo que en un puesto que lo limitaba, apostó a la libertad, el buen juego y al respeto a sus rivales. Bájela del ángulo, allá arriba, Amadeo. Por Pipo Iglesias para 03442.